dijous, 28 de gener del 2016

Sobre la "bajada de faros" o desatención cortés

La foto es de Matt Weber

Comentario para Fabiola Maldonado, doctoranda

SOBRE LA BAJADA DE FAROS O DESATENCIÓN CORTES
Manuel Delgado


Como iniciación te evoco lo del principio de reserva del que habla Simmel. Es Simmel quien nos recuerda que el criterio que orienta las prácticas urbanas está dominado por el principio de no-interferencia, no-intervención, ni siquiera prospectiva en los dominios que se entiende que pertenecen a la privacidad de los desconocidos o conocidos relativos con los que se interactúa constantemente. Creo que te citaba que en la vida pública se reafirma la apreciación que formulaba Harvey Sacks, para quien, «desde los tiempos de Adán y Eva, para los humanos al menos, ser observado es ser incomodado». La indiferencia mutua o el principio de reserva se traduce en la pauta que Erving Goffman llamaba de desatención cortés. Esta regla –la forma mínima de ritual interpersonal– consiste en «mostrarle al otro que se lo ha visto y que se está atento a su presencia y, un instante más tarde, distraer la atención para hacerle comprender que no es objeto de una curiosidad o de una intención particular. Esa atenuación de la observación, cuyo elemento clave es la «bajada de faros» es decir la desviación de la mirada, implica decirle a aquél con quien se interactúa que no se tienen motivos de sospecha, de preocupación o de alarma ante su presencia, así como que tampoco se tiene un proyecto de interpelación inmediata. No tememos al otro, ni le somos hostiles, ni tenemos planes con respecto a su presencia. 

Se supone, en teoría, que esa desatención cortés o indiferencia de urbanidad puede superar la desconfianza, la inseguridad o el malestar provocados por la identidad real o imaginada del copresente en el espacio público, siempre en el sentido que "public places", es decir lugares de libre acceso. En estos casos, la evitación cortés convierte en la víctima del prejuicio o incluso del estigma en lo que el lenguaje interaccionista llamaría una no-persona, individuo relegado al fondo del escenario (upstaged) o que queda eclipsado por lo que se produce delante de ellos pero no les incumbe. La premisa es que en cualquier interacción –por efímera que pueda resultar– los agentes deben modelar mutuamente sus acciones, hacerlas recíprocas, garantizar su mutua inteligibilidad escenográfica, distribuir la atención sobre unos componentes más que sobre otros, ajustarlas constantemente a las circunstancias que vayan apareciendo en la interacción. 

En cualquier caso, el posible estigmatizado o aquel otro que es excluido o marginado en ciertos ámbitos de la vida social debería verse beneficiados en los espacios públicos, siempre en teoría, de esa desatención y se supone que pueden, aunque sólo sea mientras dure su permanencia en ellos, recibir la misma consideración que las demás personas con quienes comparten esa experiencia de la espacialidad pública, puesto que la indiferencia de que son objeto les libera de la reputación negativa que les afecta en otras circunstancias. Eso es lo que veremos que no es así.



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