dijous, 23 de febrer del 2017

Los nuevos racismos

Fotografía de Socrates Baltagiannis, tomada de socratesphoto.wordpress.com/

Artículo publicado en El Periódico de Catalunya, el 9/10/1991

LOS NUEVOS RACISMOS
Manuel Delgado

Los alucinantes sucesos de Sant Cosme, en el Prat, y del barrio valenciano de Malvarrosa son una buena oportunidad para reconsiderar, ampliándola, la noción de racismo.

Vayamos por partes. Por racismo, en sentido estricto, debe entenderse una ideología que en el siglo XIX sostuvo la superioridad natural de la raza blanca. Hoy, aquella idea de raza es considerada sin valor científico alguno. Así, en un sentido propio, no se puede hablar de racismo contra árabes o judíos, puesto que los árabes no son ninguna raza –los hay rubios y de ojos azules, como los circasianos-, ni tampoco lo son los judíos –hay judíos negros, los falashas-. Ningún antropólogo físico consideraría aceptable la idea de que los negros constituyen una raza. Ni siquiera se emplea bien la noción de xenofobia, puesto que los gitanos –que tampoco son ninguna raza- no son extranjeros (xenos).

El término clave que se oculta tras lo que se da en llamar actitudes racistas es el de diferencia. Hay racismo cuando una determinada peculiaridad es percibida por aquel grupo que entra en contacto con ella como signo de inferioridad, amenaza o anomalía. Esto puede aplicarse a cualquier individuo o grupo diferenciado que la comunidad hegemónica entienda como encarnado de cualidades intrínsecamente negativas o anormales, y al que se puede atribuir la responsabilidad imaginaria de ciertos males que afectan a la mayoría y que se cree desparecerán sin esos demonizados elementos.

La europea en general, y la nuestra en particular, ha demostrado a lo largo de siglos, que es un ejemplo perfecto de sociedad persecutoria. Es decir, de sociedad que requiere permanentemente tener a alguien a quien inculpar de todo en general y, en nombre de ello, a quien asediar a veces hasta el exterminio. 

El hostigamiento de estos días en todo el continente contra minorías étnicas tradicionalmente perseguidas –en nuestro país el gitano o el moro- demuestra el grado de vigencia de estos mecanismos de apartheid, de igual modo que a los leprosos y apestados de otros tiempos les han sucedido los portadores del virus del sida.

A estos estigmatizados de siempre se vienen a sumar ahora nuevas figuras. Junto a la del sectario, una de las más interesantes es la del drogadicto, un ser altamente nocivo que, por lo que se ha visto estos días, lleva escrita su condición en la cara, lo que ya es motivo más que suficiente para lincharlo. La caza de yonkies adopta entonces la naturaleza de verdadero progromo. En Sant Cose o Malvarrosa este neorracismo ha adoptado una expresión naïf, pero hacía tiempo que la policía venia identificando por la calle a jóvenes por el simple hecho de serlo, como hace con magrebíes o negros. La delirante ley Corcuera o el triunfo de la vía Gil y Gil , que representa las medidas de los ayuntamientos del PP contra culpables de ser adictos a sustancias ilegales -¿se imaginan multas de 2,5 millones a todo borracho sorprendido bebiendo vino echado en un banco?- han propiciado todavía más esa fascistización de la vida cotidiana y ese odio irracional hacia personas que, en cualquier caso, no delinquen porque se drogan sino precisamente porque no se drogan.

Existirían otras nuevas modalidades de segregación por causa de la diferencia. La que afectaba a las mujeres tiende a desaparecer, para ser sustituida por aquella de que son objeto los ancianos. Ya no hay lugares especiales para los negros en restaurantes o trasportes, para proteger a los demás de su supuesto mal olor, pero la imagen del fumador ha irrumpido entre la gama de los discriminables. De hecho hoy puede ser motivo de veto el no contar con determinado look, y usted, amigo lector, es muy posible que tenga el acceso vedado a un buen número de locales nocturnos, en caso de que su aspecto, por la causa que sea, pueda considerarse que desentona.

Estos dispositivos de acoso y marginación son aprendidos ya en la escuela. En todo colegio hay niños que son objeto de burlas o agresiones por sus compañeros. No existen brotes de racismo. Lo que existe es una intolerancia endémica, crónica y estructural, que es parte conformante de un modo de vida, el nuestro, que exige tener a mano siempre alguien a quien matar a patadas o quemarle la casa en un momento dado. Los skinheads apalean, en última instancia, a personas –vagabundos, travestidos, punkies- que previamente una sociedad fanatizada ya había marcado con una cruz de tiza en la espalda.

De este síndrome que hace de todo ciudadano un justiciero amateur y un chivato sólo se libran aquellos que, lejos de la contaminación de que se acusa a los distintos, se escandalizan ante un problema ante el que ya veríamos cómo reaccionaban si, llegado el caso, les afectara personalmente.

En Sant Cosme, una mujer gritaba para que dejaran de apalear a un drogadicto. He ahí, me dije, un brote de antirracismo.

Canals de vídeo

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