dilluns, 29 d’agost del 2016

Imaginación y práctica de lo urbano

Imagen tomada de lapaz.bolivialocal.net/parque-urbano-central-la-paz
La última versión de este texto es de agosto de 2002. Es un pedido del arquitecto Oswaldo Villegas Salinas para un libro que preparaba a propósito del Parque Urbano Central de La Paz, en Bolivia, un proyecto premiado que acababa de entregar. Nunca llegué a saber si se publicó. Imagino que el libro al que estaba destinado era uno que aparece catalogado como Plectopoi 3410-3570 msnm el alma secreta del parque (Sagitario 2004). 

IMAGINACIÓN Y PRÁCTICA DE LO URBANO

Manuel Delgado


Tuve el placer de conocer al arquitecto Oswaldo Willegas en el marco de la Maestría de Proyección Territorial de la Universidad Mayor de San Andrés, donde nos presentó su director David Barrientos. Hablamos ciertamente mucho. En el aula, caminando por las calles y luego en otros escenarios urbanos que no me atrevería a llamar precisamente académicos, pero en los que la ciudad de La Paz parecía expresarse con una verdad concentrada e intensa. El asunto central de nuestras charlas –algunas hasta la madrugada– fue el de discernir en qué consiste lo urbano y cómo la planeación de la ciudad puede y debe impregnarse de lo que ya estaba ahí, antes de la intervención, pero también de todo lo que en ese espacio habrá de suceder, una masa informe de acontecimientos mayúsculos o infinitesimales, la mayoría de ellos imprevisibles y, por tanto, improyectables.

Ahora, Oswaldo me concede el privilegio y el placer de prologar un libro suyo en que vierte su galardonado proyecto para un parque central urbano en la ciudad de La Paz. En él –ese material que el lector está a punto de evaluar con sus propios ojos– está la concreción de esa preocupación por el lugar como memoria y como potencia, como rastro y como incitación, como imaginario –poso– y como imaginación –trabajo–. En definitiva, como territorio dotado de pasado y como espacio entendido en tanto que posibilidad de juntar.

He ahí el de la propuesta de Oswaldo Villegas, que resuelve de manera positiva una vieja polémica que ha venido enfrentando la cultura urbana –el conjunto de maneras de vivir y pensar en espacios urbanizados– y la cultura urbanística –asociada a la estructuración de las territorialidades urbanas. Y es que muchas veces los diseñadores de ciudad se han mantenido –aquí y en todos sitios– firmes y ciegos en su pretensión de que determinaban el sentido de la ciudad a través de dispositivos que pretendían arrogantemente dotar de coherencia a conjuntos espaciales altamente complejos y hacerlo, además, de espaldas a lo que en ellos había de percibido, practicado, vivido, usado, soñado. 

En demasiadas ocasiones el proyecto arquitectural ha existido de espaldas a la sociabilidad tanto pretérita como futura, como si la simplicidad del esquema producido sobre el papel o en la maqueta no estuviera calculada nunca para soportar el peso de los recuerdos y las iniciativas, no siempre autorizadas, de sus usuarios. Ese sitio que el arquitecto planeaba, en cambio, no era sólo un mero encargo, sino un proscenio destinado a todo tipo de evocaciones, negociaciones, discusiones, conflictos, proclamaciones, ocultaciones y sorpresas. Un lugar al que se acudirá para esperar, para jugar, para gozar o sufrir, para luchar. Escena sobre la que uno se va a perder y a dar luego con el camino, en que uno habrá de encontrar su refugio o su perdición; sobre la que cada cual moriría y renacería de sus cenizas infinitas veces. Todo eso no va a ser en modo alguno –desengáñese el arquitecto que se crea un demiurgo– el resultado de una determinada morfología, sino de una articulación de cualidades sensibles que resultarán de una red de representaciones que se apropiarán inmediatamente del espacio diseñado, así como de las operaciones prácticas y las esquematizaciones tempo-espaciales en vivo que procuran los viandantes, sus deslizamientos, las estasis, las capturas momentáneas que un determinado punto pueda suscitar. 

Por suerte, en la manera como Oswaldo Villegas imagina su parque no está esa ausencia de preocupación por la vida que en ocasiones caracteriza la planeación de espacios públicos. La calidad de ese paisaje que Oswaldo prevé está justamente en esa atención respetuosa por generar no sólo instalaciones pertinentes con finalidades explícitas, sino también lo que él mismo llama áreas de impunidad, espacios vectoriales mediante las que los sujetos sociales puedan percibir, ubicarse y usar espacios inestables y generar una topología tangente, potencial, fronteriza. En lo que sigue no hay nada que se parezca a una voluntad de apaciguar la multidimensionalidad y la inestabilidad de lo social urbano. Más bien lo contrario. No únicamente se pretende absorber las prácticas, sino también desparramarlas, crear campos de fuerza y de agitación de esas energías que constituyen sin duda lo urbano por excelencia.

Felizmente, Oswaldo es un desertor de esa arquitectura de espacios públicos que los imagina como un esquema de puntos, un escenario vacío, un envoltorio o una forma que se le impone a los hechos. La propuesta de Villegas entiende la intervención como generación de una forma radical de espacio social, fuente y producto de lo social haciéndose a sí mismo, en que no hay objetos sino lazos entre pasado y presente, así como relaciones diagramáticas entre cosas, bucles, nexos sometidos a un estado de excitación permanente. El arquitecto se pone así al servicio de una causa que ya no es la del proyecto en sí mismo, sino de una colectividad humana que no es un conglomerado social homogéneo y estable, sino un amasijo indescirnible de memoria y acción.


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