La foto es de Danish Coockie |
Consideraciones para Amélie Vialette, de la Ohio State University, a raíz de una discusión en la Harvard University en marzo de 2013
EL "ESPACIO PÚBLICO" COMO REPRESENTACIÓN Y FALACIA EN HENRI LEFEBVRE
Manuel Delgado
En nuestra discusión en Harvard tenía
bien presente que en obras mayores como Le
droit a la ville o Espace et
politique desde luego "espacio público" no aparece. Lo repasé y,
en efecto, así es. Miré todo lo que tenía a mano de Lefebvre y tampoco encontré
ni rastro de ese concepto. Lo que me permitió ese rastreo por la obra de
Lefebvre fue reconocer la equivalencia que en la tipología espacial lefebvriana
encontraría el empleo hoy hegemónico de un concepto de espacio público que hoy yuxtapone hasta confundirlo el espacio de
libre circulación y acceso entre volúmenes construidos al que llamamos un día
plaza o calle y el espacio filosófico republicano recuperado por el
ciudadanismo tanto de derechas como de izquierdas como escenario de la epifanía
de los valores abstractos de la democracia representativa.
Lo que veo claro es que de la
mano del concepto actualmente vigente de "espacio público" habría
alcanzado hoy su expresión más sofisticada y sutil lo que Lefebvre llama representación del espacio, que se
corresponde con lo que en otros lugares presenta como espacio concebido, aquel
provisto por las ciencias, las técnicas y las teorías filosóficas del espacio,
al servicio de una ideología que no puede ser más de dominación y que, en manos
de urbanistas, proyectistas, arquitectos y tecnócratas, se convierte en
instrumento discursivo clave a la hora de que el capitalismo intervenga y
administre lo que siendo presentado como espacio, no deja de ser sino
simplemente suelo, puesto que ese espacio concebido acaba tarde o temprano,
convertido en espacio inmobiliario, es decir espacio para vender.
Es en La production de l’espace social que Lefebvre establece una
distinción entre práctica espacial, representaciones del espacio y espacios de representación. Como sabes,
la práctica espacial se corresponde con el espacio percibido, el más cercano a
la vida cotidiana y a los usos más prosaicos, los lugares y conjuntos
espaciales propios de cada formación social, escenario en que cada ser humano desarrolla
sus competencias como ser social que se situa en un determinado tiempo y lugar.
Son las prácticas espaciales las que segregan el espacio que practican y hacen
de él espacio social. En el contexto de una ciudad, la práctica espacial remite
a lo que ocurre en las calles y en las plazas, los usos que estas reciben por
parte de habitantes y viandantes. Por su parte, los espacios de representación
son los espacios vividos, los que envuelven los espacios físicos y les
sobreponen sistemas simbólicos complejos que lo codifican y los convierten en
albergue de imágenes e imaginarios. Es espacio también de usuarios y
habitantes, por supuesto, pero es propio de artistas, escritores y filósofos
que creen sólo describirlo. En los espacios de representación puede encontrar
uno expresiones de sumisión a códigos impuestos desde los poderes, pero también
las expresiones del lado clandestino o subterráneo de la vida social. Es el
espacio cualitativo de los sometimientos a las representaciones dominantes del
espacio, pero también en el que beben y se inspiran las deserciones y
desobediencias.
Junto a esos dos espacios —el
espacio percibido y el espacio vivido— Lefebvre coloca conceptualmente el
espacio concebido, al que denomina representación
del espacio, en todo momento entrelazado con los otros dos, puesto que su
ambición siempre es la de imponerse en todo momento sobre ellos. En este caso
es un espacio no percibido ni vivido, pero que pugna por serlo de un modo u
otro. La representación del espacio, que está vinculado a las
relaciones de poder y de producción, al orden que intentan establecer incluso
por la violencia tanto a los usos ordinarios como a los códigos. La
representación del espacio es ideología aderezada con conocimientos científicos
y disfrazada tras lenguajes que se presentan como técnicos y periciales que la
hacen incuestionable, puesto que presume estar basada en saberes fundamentados.
Ese es el espacio de los planificadores, de los tecnócratas, de los urbanistas,
de los arquitectos, de los diseñadores, de los administradores y de los
administrativos. Es o quiere ser el espacio dominante, cuyo objetivo de
hegemonizar los espacios percibidos y vividos mediante lo que Lefebvre llama
“sistemas de signos elaborados intelectualmente”, es decir mediante discursos.
Ese es el espacio del poder, aquel en el que el poder no aparece sino como
"organización del espacio", un espacio del que el poder "elide,
elude y evacua. ¿Qué? Todo lo que se le
opone. Por la violencia inherente y si esa violencia latente no basta, por la
violencia abierta" (p. 370).
En La production de l'espace social, Lefebvre trabaja constantemente
esta oposición entre espacio vivido –el de los habitantes y usuarios; espacio
sensorial y sensual de la palabra, e la voz, de lo olfativo, de lo auditivo..."
(p. 419)– y espacio concebido, que es el de planificador, el arquitecto y la
arquitectura, ese espacio que, en forma de lote o porción, les ha sido cedido
por el promotor inmobiliario o la autoridad política para que apliquen sobre él
su "creatividad", que no es en realidad sino la sublimación de su
plegamiento a los intereses particulares o institucionales del empresario o del
político. Tras ese espacio concebido y representado no hay otra cosa que de
mera ideología, en el sentido marxista clásico, es decir fantasma que recubre
las relaciones sociales reales de producción, en este caso haciendo creer con
frecuencia en la neutralidad de valores abstractos universales, y que deviene
obstáculo para la revelación de su auténtica naturaleza y por tanto de su
transformación futura. Puesto que no es más que ideología, ese espacio
concebido es en realidad espacio ensoñado, puesto que está destinando a sufrir
constantemente todo tipo de desgarros, desacatos y desmentidos que lo desgarran
como consecuencia de su falta de consistencia y su vulnerabilidad ante los
envites de la naturaleza crónicamente conflictiva de la sociedad sobre la que
pugna inútilmente por imponerse.