A Abraham Lincoln,
Presidente de los Estados Unidos de América[1]
Muy señor mío:
Saludamos al pueblo
americano con motivo de la reelección de Ud. por una gran mayoría.
Si bien la consigna
moderada de su primera elección era la resistencia frente al poderío de los
esclavistas, el triunfante grito de guerra de su reelección es: ¡muera el
esclavismo!
Desde el comienzo de
la titánica batalla en América, los obreros de Europa han sentido
instintivamente que los destinos de su clase estaban ligados a la bandera
estrellada. ¿Acaso la lucha por los territorios que dio comienzo a esta dura
epopeya no debía decidir si el suelo virgen de los infinitos espacios sería
ofrecido al trabajo del colono o deshonrado por el paso del capataz de
esclavos?
Cuando la oligarquía
de 300.000 esclavistas se abrevió por vez primera en los anales del mundo a
escribir la palabara «esclavitud» en la bandera de una rebelión armada, cuando
en los mismos lugares en que había nacido por primera vez, hace cerca de cien
años, la idea de una gran República Democrática, en que había sido proclamada
la primera Declaración de los Derechos del Hombre [2] y se había dado el primer
impulso a la revolución europea del siglo XVIII, cuando, en esos mismos
lugares, la contrarrevolución se vanagloriaba con invariable perseverancia de
haber acabado con las «ideas reinantes en los tiempos de la creación de la
constitución precedente», declarando que «la esclavitud era una institución
caritativa, la única solución, en realidad, del gran problema de las relaciones
entre el capital y el trabajo», y proclamaba cínicamente el derecho de
propiedad sobre el hombre «piedra angular del nuevo edificio», la clase
trabajadora de Europa comprendió de golpe, ya antes de que la intercesión
fanática de las clases superiores en favor de los aristócratas confederados le
sirviese de siniestra advertencia, que la rebelión de los esclavistas sonaría
como rebato para la cruzada general de la propiedad contra el trabajo y que los
destinos de los trabajadores, sus esperanzas en el porvenir e incluso sus
conquistas pasadas se ponían en tela de juicio en esa grandiosa guerra del otro
lado del Atlántico. Por eso la clase obrera soportó por doquier pacientemente
las privaciones a que le había condenado la crisis del algodón [3], se opuso
con entusiasmo a la intervención en favor del esclavismo que reclamaban
enérgicamente los potentados, y en la mayoría de los píses de Europa derramó su
parte de sangre por la causa justa.
Mientras los
trabajadores, la auténtica fuerza palítica del Norte, permitían a la esclavitud
denigrar su propia república, mientras ante el negro, al que compraban y
vendían, sin preguntar su asenso, se pavoneaban del alto privilegio que tenía
el obrero blanco de poder venderse a sí mismo y de elegirse el amo, no estaban
en condiciones de lograr la verdadera libertad del trabajo ni de prestar apoyo
a sus hermanos europeos en la lucha por la emancipación; pero ese obstáculo en
el camino del progreso ha sido barrido por la marea sangrienta de la guerra
civil [4].
Los obreros de
Europa tienen la firme convicción de que, del mismo modo que la guerra de la
Independencia [5] en América ha dado comienzo a una nueva era de la dominación
de la burguesía, la guerra americana contra el esclavismo inaugurará la era de
la dominación de la clase obrera. Ellos ven el presagio de esa época venidera
en que a Abraham Lincoln, hijo honrado de la clase obrera, le ha tocado la
misión de llevar a su país a través de los combates sin precedente por la
liberación de una raza esclavizada y la transformación del régimen social.
NOTAS
[1] El
"Mensaje" de la Asociación Internacional de Trabajadores a A.
Lincoln, Presidente de los EE.UU., con motivo de su segunda elección al cargo
de Presidente, fue escrito por Marx de acuerdo con la decisión del Consejo
General. En el momento más álgido de la guerra civil de los EE.UU., este
"Mensaje" tuvo mucha significación.-
[2] Trátase de la
"Declaración de la independencia" adoptada el 4 de julio de 1776, en
el Congreso de Filadelfia, por los delegados de 13 colonias inglesas en América
del Norte. Se proclama en ella que las colonias norteamericanas se separan de
Inglaterra para constituir una república independiente: los Estados Unidos de
América. En dicho documento se formulan principios democrático-burgueses, como
la libertad del individuo, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, la
soberanía del pueblo, etc. Sin embargo, la burguesía y los grandes propietarios
de tierras norteamericanos vulneraban desde el comienzo los derechos
democráticos proclamados en la Declaración, apartaban a las masas populares de
la participación en la vida política y conservaron la esclavitud. Los negros,
que formaban una parte considerable de la población de la república, quedaron
privados de los derechos humanos elementales.
[3] La crisis del
algodón fue provocada por el cese de los envíos de algodón desde América por
causa del bloqueo de los Estados esclavistas meridionales por la flota del
Norte durante la guerra civil. Una gran parte de la industria de tejidos de
algodón de Europa estuvo paralizada, lo cual repercutió gravemente en la
situación de los obreros. Pese a todas las privaciones, el proletariado europeo
apoyaba resueltamente a los Estados del Norte.
[4] La guerra civil
de Norteamérica (1861-1865) se libró entre los Estados industriales del Norte y
los sublevados Estados esclavistas del Sur. La clase obrera se Inglaterra se
opuso a la política de la burguesía nacional, que apoyaba a los plantadores
esclavistas, e impidió con su acción la intervención de Inglaterra en esa
contienda.
[5] La guerra de la
Independencia de las colonias norteamericanas de Inglaterra (1775-1783) contra
la dominación inglesa debió su origen a la aspiración de la joven nación
burguesa norteamericana a la independencia y a la supresión de los obstáculos
que impedían el desarrollo del capitalismo. Como resultado de la victoria de
los norteamericanos se formó un Estado burgués independiente: los Estados
Unidos de América.
[Tomado de http://www.marxists.org/ ]