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Artículo publicado
en El Independiente el 23 de
septiembre de 1990
LA CONSTRUCCIÓN INQUISITORIAL DE EUROPA
Manuel Delgado
No es posible construir una identidad transnacional sólida sin dotarla de
argumentos sagrados, entre los que no puede faltar la definición de un enemigo
moral claro. El proyecto de rerromanización de Europa se basa no sólo en la
bondad de la Iglesia en orden a proveer de esas razones numinosas y su
correspondiente base orgánica, sino en sus condiciones para procurar dos
modelos históricamente ensayados tanto de contrario ético –el exterior o
“infiel” y el interior o “hereje”- como de sendas fórmulas destinadas a
combatir su amenaza –modelos “cruzada” y “santa alianza”-,contra el primero y
modela “inquisición”, contra el segundo.
Los modelos de defensa agresiva contra los rivales de fuera han funcionado
a la perfección a la hora de desbaratar el peligro del ateísmo comunista, y
acaban de recuperar lo que durante más de mil años fuera su adversario natural,
el musulmán. El modelos “inquisición” ha encontrado sus nuevos herejes en las
llamadas “sectas”, cuya construcción debe contemplarse como una estrategia de
competencia desleal por parte de iglesias, partidos y colegios de psicólogos en
orden a recuperar la clientela que han ido perdiendo en el tráfico de “sentidos
de vida”.
Es cierto que la Iglesia católica puede adoptar, para reivindicar
protagonismo en la lucha contra los sectarios, el entrenamiento de siglos de
persecuciones religiosas contra todo tipo de sociedades secretas cismáticas y
heterodoxas. Pero el proceso de modernización religiosa que fue preparando el
advenimiento del culto a la Política no sólo le discutió a los católicos el
monopolio sobre el exterminio de las formas piadosas extrañas –como de la caza
de brujas en los siglos XVI y XVII-, sino que acabó convirtiéndolos en víctimas
del modelo “inquisición” del que habían sido inventores.
Lo que llama la atención es que las acusaciones que hoy se esgrimen contra
las “sectas” –fanatismo, afán de lucro, lascivia, etc.- son idénticas a las que
el catolicismo lleva recibiendo desde hace casi un milenio en nombre
precisamente, de los valores de la modernidad. Durante las guerras de religión
del siglo XVI y después, el protestantismo acusó a los romanos de pornócratas,
de haber convertido los templos en burdeles y de entregarse “a la magia negra
de la misa”. La Ilustración se cansó de culpar a las creencias de los católicos
de supersticiones y aborregantes, al igual que ocurrió con todas las
modalidades –liberal, libertaria, socialista…- del anticlericalismo de los siglos
XIX y XX.
Así pues, la única forma que la Iglesia tiene de demostrar, no ya que es capaz
de asumir la dirección del nuevo Santo Oficio Antisectario, sin que merece un
lugar entre las religiones superiores, es la de, como hubiera dicho Anna Freud,
“adoptar la personalidad del agresor” y perseguir a otros por las mismas
razones de civilización en nombre de las cuales ha sido perseguida hasta hoy
mismo.