Amigo José Luis:
No te creas que te
haces mayor. Es sólo una apariencia a la que el cuerpo tiende a darle
confirmación. Pero, dejando de lado esa complicidad de los organismos, la parte
invisible de cada cual –en la que residen las convicciones y las intensidades–
puede conocer dinámicas extrañas, como aquellas que de pronto te hacen
descubrir lo que de indignante y vergonzoso hay en lo que te rodea. Es entonces
cuando el tiempo –tu tiempo- puede darse la vuelta como un guante y
convertirte, poco a poco o de golpe, en joven, vigoroso e impaciente.
Ese seguro que es
tu caso, como lo es el mío y el de otros y otras, que se escandalizan ante lo
que pasa y entienden que no nos es dado envejecer, porque sólo envejecemos
cuando nos cansamos de gritar y agitarnos, cuando nos descubrimos cobardes
–aunque digamos “cansados”–, cuando callamos, cuando dejamos de ser coherentes
no con nosotros mismos –¿a quién se le habrá ocurrido una expresión tan
estúpida?–, sino con los demás.
O sea que, José
Luis, adelante, continúa haciéndote joven. ¡Pronto habrás rejuvenecido lo
suficiente para que te dejemos ser uno de los nuestros, para que te dejemos ser
un iaioflauta!
Un abrazo de quien
un día fue tu profesor de antropologia religiosa y ahora sólo puede ser tu
camarada y amigo.
[La fotografía corresponde a la “visita
turística” que José Luis y yo guiamos por los aspectos más ingratos del "modelo Barcelona" para los partipantes en el IX Congreso de
Antropología, celebrado en Barcelona en septiembre de 2002]