Conocí a Vladimir Montoya a finales de los años 90, cuando era todavía
estudiante de grado en la Universidad de Antioquía. Me lo presentó su hermana,
la arquitecta Nathali Montoya, profesora en la Universidad Nacional en
Medellín. Luego nos vino a Barcelona para incorporarse a nuestro Máster en
Antropología y Etnografía. Compartimos buenos momentos aquí, en Barcelona, y
allí, en Medellín y ahora nos ha venido a defender su tesis doctoral, que ha
titulado “Memorias en fuga. Violencia y desarraigo en Colombia”.
Como su introducción establece, su asunto versa sobre cómo el
conflicto armado en Colombia ha tenido profundas implicaciones para la
conformación de la sociedad, atravesada por las consecuencias de los
traumáticos eventos propios de una guerra irregular que ha enfrentado al estado
colombiano con guerrillas, paramilitares y bandas delincuenciales y en la que
se han vivido cruentos enfrentamientos, masacres, asesinatos, destrucción de
pueblos y villas, secuestros y muchas más incontables vejaciones que han
quedado irremediablemente inscritas en la memoria colectiva, convirtiendo la
guerra y sus acciones en un marcador indeleble de la construcción subjetiva del
ser colombiano.
Una de las más terribles consecuencias de este conflicto se
ha intensificado radicalmente en los últimos quince años: la expulsión de
cientos, miles de personas de sus lugares de origen, de sus territorios
ancestrales o de sus sitios de habitación, convirtiendo el desplazamiento
forzado en la más cruenta estrategia de guerra que ha obligado a las víctimas a
ligar en sus memorias la huida con la tristeza, el desarraigo y la pérdida. Es
por ello que este trabajo explora esta macabra relación entre desarraigo y
memoria en el caso del conflicto armado en Colombia a partir de tres casos
etnográficos que incitan a comprender las implicaciones de la fuga y la
deslocalización de las memorias en el ámbito de una pequeña comunidad veredal,
de un gran barrio citadino y en los relatos diseminados en la geografía del
extrañamiento migratorio. Esta trilogía pretende provocar en el lector la
deducción de las analogías que derivan de las agudas marcas que produce el
desarraigo en quienes sufren o sufrieron la exposición a la presión de los
actores armados y son compelidos al abandono de los lugares que con esfuerzo
habían logrado conquistar para sus familias. Pero esta trilogía etnográfica
tiene también una potencia denotada para mostrar como frente a los
desgarramientos y las pérdidas emergen la voluntad y el tesón para luchar
creativamente por mantener la esperanza en futuros posibles, avivar el espíritu
y soportar con valor los duelos.
Con ello se reivindica no sólo el papel reparador de la
memoria en el caso de las sociedades en conflicto, sino su validez como
argumento político por medio del cual pueden diversos grupos sociales y pueblos
étnicamente diferenciados reclamar la validez de sus propias interpretaciones,
de sus saberes y de sus prácticas culturales, económicas y ecológicas.
El aporte esencial de esta tesis está ligado al
reconocimiento de la memoria en su condición política en el contexto de tan
trágica guerra como es la vivida por Colombia en los últimos sesenta años. El haber
recurrido a las memorias de violencias en la narrativa de sus protagonistas y
en la inspección de los lugares que han servido de escenario para los eventos
traumáticos, reivindica el papel esencial que tiene la reconstrucción y
expresión de la memoria para la apertura de vías para el entendimiento y la
reconciliación. La proximidad de los testimonios, el carácter dialógico de los
recorridos y la pluralidad narrativa que emerge de las cartografías sociales o
las fotografías, muestran que la etnografía de la memoria permite trascender
del ánimo amarillista con que se registran los hechos de violencia en los
periódicos o del carácter reduccionista con que se integran en las estadísticas
oficiales. Tanto este tratamiento propagandístico como el silencio impuesto y
la impunidad de los perpetradores, son responsables de que muchas víctimas aún
no puedan siquiera nombrar la violencia vivida y permanezcan aisladas y
desconectadas de cualquier posibilidad de reencuentro social.
El tribunal de la tesis doctoral estuvo compuesto por mis
colegas Francisco Ferrándiz, del CSIC de Madrid y Silvia Álvarez, de la
Universitat Autònoma de Barcelona, y por el catedrático de filosofía, mi buen
amigo Manuel Cruz, a todos los cuales agradezco sus críticas y consideraciones,
de igual modo que agradezco a Vladimir que me haya concedido el privilegio de
dirigir su investigación y gozar de su amistad.
[La imagen corresponde a uno de los resultados del trabajo
en cartografía social en que está comprometido Vladimir Montoya en la actualidad.
Está tomado de la entrevista que le hizo la publicación La Ciudad Viva en
febrero de 2009, laciudadviva.org]