Claude Lévi-Strauss en el Mato Grosso, en la segunda mitad de los años 1930 |
Artículo aparecido en El País el 5 de abril de 2005, con motivo de la concesión a Claude Lévi-Strauss del Premi Catalunya
ELOGIO DE LA ANTROPOLOGÍA
Manuel Delgado
Intentar glosar de manera resumida la trayectoria humana e
intelectual de quien acaba de recibir el XVII Premio Internacional Catalunya,
el etnólogo francés nacidos en Bruselas Claude Lévi-Strauss, constituye un esfuerzo
al que, por inútil, es mejor renunciar desde el principio. Setenta años de
publicaciones, entre ellas algunos libros fundamentales a la hora de hacer
balance del pensamiento contemporáneo, son demasiados como para confeccionar
corriendo y deprisa una selección de virtudes y méritos. Puestos a escoger, y
teniendo en cuenta la denominación de origen del galardón que se la concede,
cabría acaso mencionar las traducciones de Miquel Martí i Pol de dos de sus
obras más importantes: Tristos tròpics (Anagrama) y El pensament
salvatge (Edicions 62), así como la versión catalana de la larga entrevista
que mantuviera Didier Eribon con el sabio: De prop i de lluny (Orion
93). Tampoco sería fácil resumir un itinerario vital que recorre ese mismo
siglo XX que le recorre a él y que le convierte en testigo y víctima de alguno
de sus episodios más terribles. Detenernos en sus ascendentes teóricos o
formales –Montaigne, Rousseau, Baudelaire, McOrlan, Propp, Markov, Durkheim,
Mauss, Boas, Jakobson, la cibernética, el psicoanálisis, el marxismo, el
budismo...– sería agotador y lo mismo pasaría con las consecuencias de su
aporte intelectual, que abarcarían sin excepción todas las formas de
conocimiento actuales.
Puesto que sería vano cualquier intento de brindar una biografía
suficiente del premiado, es cosa de retener y llamar la atención sobre lo más
importante: Claude Lévi-Strauss, uno de los pensadores más influyentes de
Occidente, no es propiamente un intelectual, sino un investigador y un profesor
que ha dedicado toda su vida a explicar el mundo desde la antropología. El
Premio Catalunya se le concede, así pues, a un proveedor inagotable de pruebas
de hasta qué punto la antropología puede rebosar los bordes estrictos de su
jurisdicción académica y ser adoptada como fuente de referencias para
interpretar el presente y sus complejidades.
Y es ahí donde más útil debería ser, para quienes defendemos
el derecho y el deber de pensar en serio, el acontecimiento mediático que
inevitablemente suscita la concesión de un premio de prestigio como éste que
recibe ahora el fundador de la antropología estructural. El reconocimiento no
lo recibe sólo un sabio, lo recibe también su sabiduría, y ésta –es ahí donde
conviene poner el acento– procede de una determinada manera de dar con las
cosas –la antropológica– basada a partes iguales en la proximidad con su objeto
de estudio –seres humanos concretos, en espacios y tiempos concretos– y en la
aplicación del método comparativo. Es complicado explicar en qué consiste ese
oficio que tiene en Lévi-Strauss tan sobresaliente expresión, pero, sea cual
sea la definición por la que optemos, por fuerza tendrá que reconocer en el
trabajo del etnógrafo sobre el terreno y al contraste entre formas de hacer y
de pensar la clave de su singularidad.
La propia obra de Lévi-Strauss es un muestrario de la
versatilidad explicativa de la antropología. Sus trabajos sobre las estructuras
del parentesco han ahondado en el papel de la familia como uno de los elementos
que hace del ser humano un animal cultural; los estudios sobre mitología o
religión han insistido en la recurrencia de determinadas maneras que tienen las
sociedades de establecer vínculos con lo invisible; la afinidad de Lévi-Strauss
con la lingüística ha sido la consecuencia de la convicción que los
antropólogos comparten de que decir sociedad es decir comunicación; el interés
por las configuraciones culturales y sus ensamblajes –a veces conflictivos–
convierte algunos de los trabajos de Lévi-Strauss en textos básicos para
entender las formas pasadas, presentes y probables de interculturalidad. Y así
en otros muchos campos.
Ahora bien, ¿cuál es el lugar que esa disciplina que ahora
se viene indirectamente a elogiar ocupa en el panorama académico catalán y
español? La respuesta es desoladora: escaso y decreciendo. Constituida hoy como
licenciatura de segundo ciclo –lo que hace imposible un entrenamiento adecuado
de sus futuros profesionales–, todos los indicios advierten que su porvenir en
el marco del nuevo paisaje universitario que se prepara es todavía más negro.
En efecto, cobra fuerza la posibilidad de que la antropología sea condenada a
quedar todavía más al margen en nuestro espacio universitario, descartada de
las nuevas ofertas de grado que se preparan y ubicada en un apéndice
complementario de otras disciplinas, en forma de postgrado o máster.
Lo que son las cosas. De un lado, las instituciones halagan
a la antropología encarnada en uno de sus más célebres cultivadores. Del otro,
un orden académico que tiende a despreciar las opciones menos rendibles como
parte de la universidad-negocio o menos aprovechables para las exigencias de un
mercado laboral que se alimenta de astucia, eficacia y obediencia, pero no
reflexión ni profundidad. Total, ¿qué puede aportar la antropología? ¿Qué ha
aportado Lévi-Strauss en sus libros y en sus clases? Sólo rigor y seriedad en
el análisis del contacto entre culturas o religiones, voluntad de restituir la
complejidad de los fenómenos sociales, virtudes tan necesarias hoy en día,
cuando los problemas que llevan décadas preocupando a Lévi-Strauss y a los
antropólogos cobran más intensidad y se nos muestran más cercanos.
No se puede decir que ese tipo de habilidades tenga
demasiada salida en los tiempos que corren. ¿Qué puede esperarse de ese empleo
que requiere tenacidad y paciencia en el trabajo de campo, artesanía en las
descripciones, escrúpulo en los análisis y prudencia en las conclusiones? ¿Cómo
puede competir en un terreno copado por la trivialidad, por los juicios
precipitados, el vértigo de la última noticia, el espectáculo fácil, las
sentencias de intelectuales serviles? ¿Qué puede aportar esa extraña disciplina
que escribe a mano sobre la vida que transcurre ante sus ojos? ¿Qué lugar le
espera luego del triunfo final del pensamiento todo-a-cien?.
Acaso los antropólogos somos tan viejos o más que
Lévi-Strauss y recibimos ahora ese tipo de regalo que se da a los jubilados el
último día de su estancia en la empresa. No somos ágiles; nos cuesta
contorsionarnos como el mundo actual requiere. Nos piden que corramos, a
nosotros que, como a Lévi-Strauss, tanto nos gusta la lentitud y hasta, de
tanto en tanto, pararnos a pensar. Lévi-Strauss recibe un premio espléndido,
pero no el mejor. El mejor, aquel que él hizo por merecer, siempre será, como
escribía en los últimos renglones de su Tristes trópicos, “la
contemplación de un mineral más bello que todas nuestras obras, en el perfume,
más sabio que nuestros libros, respirado en el hueco de un lirio, o en el guiño
cargado de paciencia, de serenidad y de perdón recíproco que un acuerdo
involuntario permite a veces intercambiar con un gato.” ¿Qué futuro le espera a
una disciplina capaz de pensar y sentir así?