diumenge, 26 d’agost del 2012

Salutació a la memòria d’en Paco Fernández Buey, mort ahir, i un article seu i d'en Jordi Mir: "¿Es tan malo ser antisistema?", publicat a Público, el 12/4/2009


Sols unes ratlles per compartir el pesar que em provoca la notícia de la desaparició d’en Paco Fernández Buey. Com sigui que aquests dies es repetiran els merescuts elogis de la seva obra i la seva persona, remarcar els seus treballs sobre bioètica, menys coneguts que les seves aportacions a la teoria marxista. Recordo una conversa en la que vàrem poder compartir la nostra admiració per un mateix autor, en Hans Jonas, per les seves contribucions a dos camps completament distints, en Paco pel que fa a l’ètica de la ciència, i jo, pel que fa als estudis de Jonas sobre religions gnòstiques.

Crec que vaig conèixer en Paco a una taula rodona que van organitzar un grup d'estudiants de la Universitat Pompeu Fabra sobre la violència, que anava precedida d'una projecció de "Before the Rain". La va organitzar Jordi Garcia Mir i vàrem seure Francesc Veiga, Antonio Monegal, ell i jo. Era en algun moment de 1998. L'any següent, al maig, va trobar-nos altre cop a la presentació d’El crepúsculo del comunismo, de Lilly Marcou, publicat per l’Editorial Bellaterra. Va ser al FNAC. Cal recordar que va ser un dels elements fonamentals en la constitucio d'Esquerra Unida i Alternativa. Els anys 2000 i 2001, vaig convidar en Fernández Buey a formar part de la comissió que Josep Ramoneda i Josep Badia em van encarregar constituir al CCCB per treballar temes d’immigració. Erem ell, en Horacio Capel, en Jesús Contreras, en Manuel Cruz, el demògraf Tomàs Vidal i jo. Ens reuníem regularment i va ser una magnífica oportunitat de conèixer d’a prop les seves idees. D’aquelles trobades va sortir un llibre que vàrem titular Cultura e inmigracion (CCCB, 2003), on hi havia un article: “Qué se puede hacer para evitar el racismo y la xenofobia”.

Després vam anar coincidint en diverses coses, en una darrera etapa associades a la situació de les universtitats, primer en la denúncia del Pla Bolonya i després en la de la repressió desencadenada contra la dissidència política, en concret aquella que encara gosa expressar-se en les aules universitàries.

És en relació a aquest darrer assumpte, que trobo que és pertinent, com homenatge i record, reproduir aquí un article que va publicar a Público el 12 d’abril de 2009 i que signava amb en Jordi Mir, com a membres del Centre d’Estudis sobre Moviments Socials (CEMS) de la Universitat Pompeu Fabra. No cal dir que en coincideixo plenament amb el seu contingut.



¿ES TAN MALO SER ANTISISTEMA?
Francisco Fernández Buey
Jordi Mir

Venimos observando que, en los últimos tiempos, los medios de comunicación de todo tipo han puesto de moda el término antisistema. Lo usan por lo general en una acepción negativa, peyorativa, y casi siempre con intención despectiva o insultante. Y aplican o endosan el término, también por lo general, para calificar a personas, preferentemente jóvenes, que critican de forma radical el modo de producir, consumir y vivir que impera en nuestras sociedades, sean estos okupas, altermundialistas, independentistas, desobedientes, objetores al Proceso de Bolonia o gentes que alzan su voz y se manifiestan contra las reuniones de los que mandan en el mundo.

Aunque no lo parezca, porque enseguida nos acostumbramos a las palabrejas que se ponen de moda, la cosa es nueva o relativamente nueva. Así que habrá que decir algo para refrescar la memoria del personal. Hasta comienzos de la década de los ochenta la palabra antisistema sólo se empleaba en los medios de comunicación para calificar a grupos o personas de extrema derecha. Vino a sustituir, por así decirlo, a otra palabra muy socorrida en el lenguaje periodístico: ultra. Pero ya en esa década la noción se empleaba principalmente para hacer referencia a las posiciones del mundo de Herri Batasuna en el País Vasco. En la década siguiente, algunos periódicos a los que no les gustaba la orientación que estaba tomando Izquierda Unida ampliaron el uso de la palabra antisistema para calificar a los partidarios de Julio Anguita y la mantuvieron para referirse a la extrema derecha, a los partidarios de Le Pen, principalmente, y a la llamada izquierda abertzale. Así se mataba de un solo tiro no dos pájaros (de muy diferente plumaje, por cierto) sino tres.

Esa práctica se ha seguido manteniendo en la prensa aproximadamente hasta principios del nuevo siglo, cuando surgió el movimiento antiglobalización o altermundialista. A partir de entonces se empieza a calificar a los críticos que se manifiestan de grupos antisistema y de jóvenes antisistema. Pero la calificación no era todavía demasiado habitual en la prensa, pues el periodista de guardia de la época, Eduardo Haro Teglen, en un artículo que publicaba en El País, en 2001, aún podía escribir: “Las doctrinas policiales que engendra esta globalización que se hace interna hablan de los grupos antisistema. No parece que el intento de utilizar ese nombre haya cundido: se utilizan los de anarquismo, desarraigo, extremismo, agitadores profesionales. Pero el propio sistema tendría que segregar sus modificaciones para salvarse él si fuera realmente un sistema y no sólo una jungla, una explosión de cúmulos”.

En cualquier caso, ya ahí se estaba indicando el origen de la generalización del término: las doctrinas policiales que engendra la globalización. Desde entonces ya no ha habido manifestación en la que, después de sacudir convenientemente a una parte de los manifestantes, la policía no haya denunciado la participación en ellas de grupos antisistema para justificar su acción. Pasó en Génova y pasó en Barcelona. Y también desde entonces los medios de comunicación vienen haciéndose habitualmente eco de este vocabulario.

El reiterado uso del término antisistema empieza a ser ahora paradójico. Pues son muchas las personas, economistas, sociólogos, ecólogos y ecologistas, defensores de los derechos humanos y humanistas en general que, viendo los efectos devastadores de la crisis actual, están declarando, uno tras otro, que este sistema es malo, e incluso rematadamente malo. Académicos de prestigio, premios Nobel, algunos presidentes en sus países y no pocos altos cargos de instituciones económicas internacionales hasta hace poco tiempo han declarado recientemente que el sistema está en crisis, que no sirve, que está provocando un desastre ético o que se ha hecho insoportable. Evidentemente, también estas personas son antisistema, si por sistema se entiende, como digo, el modo actualmente predominante de producir, consumir y vivir. Algunas de estas personas han evitado mentar la bicha, incluso al hablar de sistema, pero otras lo han dicho muy claro y con todas las letras para que nadie se equivoque: se están refiriendo a que el sistema capitalista que conocemos y en el que vivimos unos y otros, los más moran o sobreviven, es malo, muy malo.

Resulta por tanto difícil de entender que, en estas condiciones y en la situación en que estamos, antisistema siga empleándose como término peyorativo. Si analizando la crisis se llega a la conclusión de que el sistema es malo y hay que cambiarlo, no se ve el motivo por el cual ser antisistema tenga que ser malo. El primer principio de la lógica elemental dice que ahí hay una incoherencia, una contradicción. Si el sistema es malo, y hasta rematadamente malo, lo lógico sería concluir que hay que ser antisistema o estar contra el sistema. Tanto desde el punto de vista de la lógica elemental como desde el punto de vista de la práctica, es indiferente que el antisistema sea premio Nobel, economista de prestigio, okupa, altermundista o estudiante crítico del Proceso de Bolonia.

Si lo que se quiere decir cuando se emplea la palabreja es que en tal acción o manifestación ha habido o hay personas que se comportan violentamente, no respetan el derecho a opinar de sus conciudadanos, impiden la libertad de expresión de los demás o atentan contra cosas que todos o casi todos consideramos valiosas, entonces hay en el diccionario otras palabras adecuadas para definir o calificar tales desmanes, sean éstos colectivos o individuales. La variedad de las palabras al respecto es grande. Y eligiendo entre ellas no sólo se haría un favor a la lengua y a la lógica sino que ganaríamos todos en precisión. Y se evitaría, de paso, tomar la parte por el todo, que es lo peor que se puede hacer cuando analizamos movimientos de protesta.


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