La fotografía corresponde a los ataques contra un campo gitano en Turín en diciembre de 2011. Es de Tonino de Marco para la Agencia EFE |
Notas para Cecilia Monza, entonces doctoranda, enviadas en abril de 2012
CONSIDERACIONES SOBRE EL PREJUICIO
Manuel Delgado
Antes de que se me olvide. En todo lo que te he dado para leer, te he incluido a Ubaldo Martínez Veiga. Es que sería imperdonable, porque lo que ha aportado en el ámbito de la segregación espacial y la conceptualización de la exclusión social, expresada además en términos territoriales, debería serte fundamental. Si no te he dado estas referencias, lo hago ahora. Apunta: El Ejido: Discriminación, exclusión social y racismo (Catarata), y Pobreza, segregación y exclusión espacial (ICA/Icaria). Habla de inmigración pero hay un montón de cosas que te van a valer. Y un artículo que está muy bien para las cuestiones conceptuales que te preocupan: “Geneología del concepto de exclusión”, en la revista Trabajo social hoy, un monográfico sobre inclusión social que se publicó en 2008.
Y otra cosa. Es sobre eso que me dices que te sorprende que
te encuentres con una visión altamente negativa de los gitanos entre personas
que nunca han tenido el menor contacto con ellos. Eso no debería sorprenderte y
debería ponerte sobre la pista de la importancia clave que tiene el prejuicio
en la génesis de las actitudes y discursos racistas.
En efecto, no siempre la exclusión reclama factores
objetivables para ejercerse, como podrían ser los puestos ocupados reales en la
estructura económica general u otras expresiones de la interrelación entre
grupos que cohabitan en un mismo espacio físico. La exclusión se justifica
muchas veces en un sistema de representación que asigna a cada comunidad una
serie de rasgos diferenciales negativos, dejando de lado la experiencia real
que se haya podido hacer el contacto con ellos. Es entonces cuando resulta
pertinente hablar del prejuicio como el grado cero, la forma más elemental y
primera, de la lógica de la exclusión.
En esta dirección de clarificar la génesis de las prácticas
sociales de exclusión, lo primero que hay que descartar es el supuesto, según
el cual es el grupo humano marginado o agredido el causante del trato que
merece. Cuando se esgrimen razones económicas, demográficas, ecológicas, de
orden público o incluso higiénicas para indicar al otro como motivo de alarma,
se está estableciendo que, de alguna forma y aunque sea de forma injusta, es
este otro la fuente de los problemas que suscita, incluyendo aquellos de los
que es él mismo el principal perjudicado expulsiones, agresiones, etc. Es como
si, por decirlo así, "él se lo hubiera buscado". En ninguno de estos
casos quiere reconocerse que no es el grupo culpabilizado quien genera la
situación de la que es víctima, a partir del contraste del que es objeto, sino
que muy a menudo esta diferenciación que ostenta es la consecuencia de la
propia marginación que le afecta, por lo que es el grupo excluidor lo que hace
del grupo excluido el objeto de prejuicios que no están fundamentados en la
realidad objetiva ni en la experiencia vivida del contacto con él.
En efecto, el prejuicio no tiene por qué alimentarse de
conflicto económico, político o social alguno. Trabaja, de hecho, materiales
puramente imaginarios: reputaciones nunca verificadas, amenazas con las que se
asusta a los niños, canciones, leyendas o mitos. Su naturaleza a menudo sólo
fantasmática, hace que el enjuiciamiento a priori pueda prescindir no sólo de
un enfrentamiento real sino que también puede serle del todo indiferente la
ausencia física del prejuzgado. Los prejuicios contra los gitanos, por ejemplo,
pueden darse sin que ninguno de él haya hecho acto de presencia, de igual forma
que en España, durante el franquismo, la prevención contra los protestantes,
los masones o los comunistas no exigía de ellos más que una presencia puramente
virtual. Otro ejemplo de este tipo lo constituye el antisemitismo sin judíos
que se ha desarrollado en diferentes oportunidades, en España mismo.
Es más. No es únicamente que no sea preciso entrar en
contacto con el grupo prejuzgado por mantener de él una opinión negativa, sino
que ni siquiera es menester que el grupo desairado exista. A mediados de los
años 40, en un experimento ya clásico, Eugene Hartley hizo circular un
cuestionario sobre relaciones raciales con 35 grupos étnicos. Entre los grupos
hacia los cuales muchos encuestados demostraban una especial aversión
figuraban, además de los negros y los judíos, los danireos, los parineos y los
wallorianos, etnias puramente ficticias que el investigador había incluido para
demostrar la arbitrariedad de los sentimientos racistas y , sobre todo, el
indiferente que puede ser a la realidad objetiva.
Como consecuencia del prejuicio la relación no se establece
tanto con un grupo determinado, sino con las ideas y actitudes a las que éste aparece
asociado por la labor previa que sobre el individuo que prejuzga han hecho el
aparato educativo, la familia, el ambiente social, el folklore de los cuentos
infantiles en las películas o los medios de comunicación. No es, por ejemplo,
con los judíos, con los negros o con las mujeres con los que se establece la
interrelación, sino con las representaciones de que son objeto en el seno de un
imaginario social hegemónico, que les destina a cada uno de ellos un lugar y un
perfil predeterminados e inmóviles. De acuerdo con un cliché que ninguna
evidencia en sentido contrario alcanzaría desmentir, los homosexuales son
individuos en un permanente e insaciable estado de excitación sexual, los
musulmanes son fanáticos que se pasan el día rezando convulsivamente, de igual
forma que es propio de los heavies entregarse a toda clase de ritos satánicos y
los skins conducirse de una forma patológicamente violenta. Las mujeres, los
homosexuales, las personas de piel oscura o pertenecientes a la clase
trabajadora tienen que soportar en su vida diaria todo tipo de presunciones
injustificadas. De esta manera, nada de lo que hagan en realidad estos sujetos
conseguirá desmentir los atributos estandarizados que les han sido previamente
asignados. Por el contrario, no se desaprovechará la mínima oportunidad que los
hechos otorguen para confirmar las suposiciones sobre las cualidades negativas
con los que cada colectivo es prejuzgado. Esta pejorativització de un colectivo
humano puede recibir el refuerzo de una teoría ideológica o incluso
"científica".
Te copio una cosa que escribe Maxime Rodinson en su libro Le racisme dans le monde (Gallimard): “Desde
que una sociedad contiene más de dos grupos étnicos que pueden diferenciarse
por un carácter cualquiera, desde que una barrera social cualquier establece
entre estos dos grupos (sin la cual ya no serían grupos étnicos), desde que se
establecen también relaciones externas de vecindad entre diversos grupos
étnicos, se forman una opinión recíproca a base de juicios sumarios, incontrastados,
como es normal, y con muchas oportunidades que sean peyorativos. Únicamente se
alcanza la señal de alarma cuando hay lucha, conflicto, competición (interna o
externa) entre estos grupos étnicos, pues en tales casos los juicios rencorosos
envenenan, agravan y eternizan el conflicto, haciendo más crueles sus
manifestaciones. Más aún, cuando hay teorización religiosa, filosófica, sabia,
e ideológica de estos odios.” La lectura básica aquí sería –no sé si está
traducido– un libro que para mí resulto revelador en su momento: La force du préjugé. Le
racisme et ses metamorphoses, de Pierre-André Taguieff. A ver si das con él.
En fin, y por lo que hace a tu comentario: el prejuicio
implica la ignorancia deliberada respecto de aquel que ha sido considerado como
el otro despreciable, pues ni el conocimiento ni la experiencia que se pueda
hacer de él en el plano objetivo pueden desactivar la fuerza de la aprensión
que suscita su simple presencia. Estas visiones del otro, desde las que es
juzgado al margen o antes de sus acciones, no constituye de hecho o no tiene
por qué constituir una doctrina elaborada, ni una ideología más o menos
formalizada. Funciona más bien como una especie de medio ambiente moral.
Los prejuicios tienen un peso extraordinario la hora de definir
las relaciones que mantienen grupos copresentes entre sí en el transcurso de la
vida cotidiana, justo en lo que estás trabajando. Hasta cierto punto podría
pensarse que es inevitable que los colectivos autoidentificados en contacto se
formen opiniones unos de otros, opiniones que no tienen por fuerza que ser
positivas, pero limitarse a un actitud de indiferencia mutua. Pero también es
cierto, y lo estás viendo, las visiones peyorativas latentes pueden pasar a
explicitarse trágicamente en cuando aparecen oportunidades para que así sea.
Todas las explosiones de violencia racista, xenófoba o
antisemita cuentan con un sustrato importante de prejuicios. Por ejemplo, los
disturbios de Los Angeles en 1992 desencadenaron cuando un jurado que absolvió
a los policías blancos que apalearon el ciudadano afronord de EEUU Rodney King
considerarlos de acuerdo con sus estereotipos, según los cuales los agentes
cumplieron con su deber golpeando un negro que tenía todas las posibilidades de
ser un peligroso delincuente. La víctima se había hecho, de alguna forma,
acreedora de su castigo. Situaciones similares, derivadas de sentencias
consideradas fruto de prejuicios, habían provocado graves disturbios en Miami,
en el barrio negro de Liberty City, en 1980, y en el distrito hispano de
Wynwood, en diciembre de 1990, así como en el barrio hispano de Mount Pleasant,
a Washington, en mayo de 1991. Estos casos te los menciono porque con
frecuencia se piensa que los disturbios recientes en Londres o en las
periferias francesas son cosa de ahora mismo, cuando tienen una larga
tradición, y siempre a partir de prejuicios policiales y sus consecuencias
trágicas.
En 1985 se llevó a cabo un experimento escolar donde se
demostraba la condición aprendida del prejuicio. No sé si lo conoces. El
escenario fue el colegio de una pequeña comunidad de blancos cristianos de
nordeste de Iowa. Los niños de 9 años de una de las clases fueron aleccionados
por su profesora en el sentido de que las personas tenían que valorarse a
partir del color de sus ojos. La clase fue segmentada en dos, de manera que los
niños de ojos marrones eran sistemáticamente objeto de comentarios peyorativos
y de todo tipo de discriminaciones. Al poco tiempo, los niños de ojos azules
estaban convencidos de su superioridad natural y tendían a tratar
humillantemente a sus compañeros "inferiores", mientras que estos
acabábamos veían en todo lo que les convertía en pruebas de su inferioridad .
La experiencia de la que salió una interesante película, “Una clase dividida”,
puso de manifiesto cómo los estereotipos que superiorizan a un grupo en
detrimento de otro son la consecuencia en buena medida de los mensajes
recibidos a lo largo del proceso de socialización.
Lo último. Es que
me vienen a la cabeza casos interesantes ocurridos en España, parecidos a los
que has visto en Turín, y también con gitanos. Ahora no tengo las fechas, pero
se puede buscar rápido. Sería a mediados de los 90 y fue una auténtica oleada
de gitanofobia. Se tradujo –te hablo de memoria– en forma de boicots escolares
en Aitona y Andujar), en expulsiones –Noia, l'Aldea, Castellar del Vallès–, en
incluso en incendios de casas. Busca en internet. Fue, me acuerdo bien, en
varios sitios: Martos, barrio de Villaverde, en Madrid, Mancha Real...
Seguramente en algún sitio más.
Bueno, nada más. Besos y a trabajar.