dijous, 27 de febrer del 2020

Peligros culturales

(STR/AFP/Getty Images)
Reseña de La aceptabilidad del riesgo según las ciencias sociales, de Mary Douglas (Paidós, 1996), aparecida en el suplemento de libros Babelia, El País, el 7 de diciembre de 1996.

PELIGROS CULTURALES
Manuel delgado

La publicación en la excelente línea antropológica de Paidós de La aceptabilidad del riesgo según las ciencias sociales, de Mary Douglas, merece destacarse por dos buenas razones, además, claro está, de la de su calidad. En primer lugar, porque nos permite ponernos algo al día de la evolución de la autora de dos clásicos de la disciplina: Símbolos naturales (Alianza) y Pureza y peligro (Siglo XXI). En segundo, porque la novedad se produce al mismo tiempo que Ariel nos brinda, en su recién estrenada colección de antropología, el inexcusable Clasificaciones primitivas, donde Émile Durkheim y Marcel Mauss fundaban su teoría sobre los determinantes culturales que organizan la experiencia humana del mundo de la que la que, en buena medida, la obra de Mary Douglas ha sido un enriquecedor desarrollo.

La aceptabilidad... viene a ser una continuación de Pureza y peligro y del aquí todavía inédito Risk and Culture, obras en las que Douglas emprendía un análisis de cómo la puesta en código del universo por la cultura establecía las fuentes y los principios de distribución de la culpa. Su trabajo demostraba cómo los criterios que le habían servido a la antropología para trabajar el concepto de tabú en las sociedades llamadas "primitivas", eran perfectamente aplicables a los ámbitos urbano-industrializados actuales.

En efecto, un concepto tan recurrente entre nosotros como el de "riesgo", que sirve para aludir tanto a las catástrofes naturales como a la polución atmosférica, a ciertos deportes o a las actividades empresariales, aparece al servicio de las mismas tareas que los peligros rituales desempeñaban en las sociedades tradicionalmente estudiadas por los antropólogos: establecer los límites interiores y exteriores de la comunidad, garantizar la conformidad social, controlar las incertidumbres, coaccionar todo intento de desacato o desviación, mostrar todo daño como consecuencia de una vulneración en el sistema de prohibiciones vigente, asignar responsabilidades.

Es esa eficacia que las nociones sobre la puesta en peligro ejercen, y que resultan de la moralización de la estructura social, lo que le permite a Mary Douglas esclarecer el enigma con el que inicia su obra. ¿Por qué la percepción subjetiva que muchos ciudadanos tienen de ciertos riesgos derivados de la ciencia y de la técnica los asociados a la energía nuclear o a la toxicidad de ciertos productos, por ejemplo , se corresponde tan poco con la probabilidad real de que suceda algo? La respuesta, según Douglas, se obtendría estableciendo una correspondencia entre la aceptabididad del riesgo y el grado de tolerancia social ante las transgresiones, en este caso las atribuidas por el público a científicos, empresarios o políticos perversos.

No es ni en el cálculo matemático ni en la psicología cognitiva donde se pueden encontrar las claves que explican porqué huimos de unos riesgos y vamos en pos de otros. Es en su puesta en sistema cultural de donde el peligro extrae su sentido y suscita alarmas desmedidas, pero también temeridades. Lo que la percepción y la aceptación del riesgo dramatizan no son apreciaciones objetivas, como las que los especialistas certifican, sino consideraciones que los sujetos hacen acerca del medio ambiente social en que viven, así como interpretaciones morales sobre los accidentes que tienen o pueden tener lugar en su seno, y que son asumidos también hoy como el precio de una desobediencia o de un pecado.




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