divendres, 1 de maig del 2020

Gatos

La foto es de Michael Kowalczyk
Prólogo para educadores del cuento de Mabel Pierola, No tan diferentes (Edicions Bellaterra, Barcelona, 2005)

GATOS
Manuel Delgado

Todo relato contiene distintas posibilidades de apropiación y desarrollo. La presente fábula permite extraer de ella diversas consecuencias éticas y trabajar más de una línea didáctica en materia de convivencia entre distintos. El asunto central es la de la copresencia de dos entidades diferenciadas en un mismo tiempo y en un mismo espacio, copresencia que no se traduce en comunicación, puesto que cada una de las entidades –los dos gatos del cuento– vive ajena a la otra. El escenario es una isla de la que los dos animales comparten un elemento común, aunque diferenciado a su vez: el faro y los colores alternos con que emite su luz. Una eventualidad –una emergencia en forma de tempestad– obliga a los dos animales a superar el obstáculo que los separaba –la montaña en cuya cima se encuentra el faro– y a encontrarse por primera vez. 

Ese primer encuentro es también un encontronazo, puesto que ninguno de los dos animales consideraba ni preveía la existencia del otro. Esa toma de contacto inicialmente traumática se transforma paulatinamente en un mutuo reconocimiento, no de su singularidad, sino de la intercambiabilidad de sus singularidades, puesto que descubren que cada uno contenía potencialmente las cualidades del otro: el gato negro era un gato negro blanco; el gato blanco era un gato blanco negro. Ese descubrimiento concluye no sólo en un acto de comunicación, sino en un acto de sobreposición o confusión que lleva hasta las últimas consecuencias esa naturaleza compuesta que los propios animales ya poseían, antes incluso de que topasen el uno con el otro por primera vez.

En un nivel simple de lectura, la moraleja del cuento podría conformarse con interpretarse con un mero elogio de la comunicación entre distintas formas de ser gato... o humano. En clave de actualidad, la distinción inicial entre los gatos podría traducirse en contraste cultural, por ejemplo. Tendríamos entonces que la historia que se nos narra sería la del necesario, pero sobre todo inevitable encuentro entre culturas. Pero esa visión reduciría notablemente el potencial didáctico del cuento y no captaría lo esencial de la metáfora que sugiere. No se trata de que los diferentes se encuentren, sino que les sea revelado que su diferencia no es un hecho natural o una condena, o, mejor dicho, que sus diferencias son reversibles y reconocibles en el otro. Eso no implica tanto un elogio de la diferencia, como un elogio de la revocabilidad y la negociabilidad de toda diferencia, puesto que la diferencia no pertenece al reino de lo inevitable, sino de lo percibido y de lo pactable. Cada cual es, en la historia que se nos cuenta, el otro, pero ese otro que tampoco era exactamente sí mismo, sino aquel cuyo encuentro le permitía encontrarse.

Esa es la auténtica dimensión profunda del relato de los dos gatos que eran el otro. Lo que diferencia la luz del faro no es su luz, que es siempre la misma, sino el color del cristal que la filtra. No nos comunicamos: somos la comunicación misma. Como robinsones que esos gatos son han de descubrir tarde o temprano que nadie puede estar –aunque lo quisiera– solo, que cada cual es aquel con quien está, con quien estuvo o  –como en el cuento– aquel a quien espera, aunque sea sin saberlo. Que no se puede ser otra cosa que lo que vemos reflejarse en los ojos de los demás.


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