Comentarios para Josefina Muslera, pintora, a propósito de uno de sus proyectos
ENTRE CUERPOS
Manuel Delgado
Me habla usted de las maneras culturales de comprender y usar un cuerpo. Hay una buena bibliografía al respecto y no sé por dónde empezar. Hay un montón de referencias que me gustaría compartir con usted a raíz de ese “entre cuerpos” al que me remite. Por ejemplo, y para empezar, André Leroi-Gourhan escribía en El gesto y la palabra (Universidad Central de Venezuela): “Si la percepción del carácter fugitivo del tiempo y del movimiento ha invadido en pensamiento del hombre, es porque la vida en la tierra se encuentra en la intersección del tiempo y del espacio... Sin embargo, la imagen del tiempo y del espacio se renueva cuando hace en la humanidad la posibilidad de volver a vivir uno y otro diciendo: ‘estaba a orillas de un río’, ‘está donde nosotros’, ‘mañana estará en el bosque’”. Ahí tiene inmejorablemente expresado la importancia de ese cuerpo que proclama un sitio, un punto geográfico, un lugar en que está y del que se apropia aunque no lo posea ni lo domine. Pero también cuerpo que actúa a través del espacio, que lo atraviesa, lo organiza a través de sus sentidos, que lo somete a planes y a estrategias, un cuerpo que se deja atrapar y transportar por fuerzas que proceden de su entorno histórico, social, emotivo, sensitivo, que nota todas las presencias y las ausencias, susceptible a los flujos que lo influyen.
Eso es el cuerpo. Y por eso me alegra que perciba la importancia del modelo que implica el cuerpo, un cuerpo en movimiento, ese valor tan presente en su trabajo, complicado en una suite de situaciones, de emparejamientos efímeros, de figuras de ballet. Cuerpo que se pasa el tiempo mirándose en los espejos que le prestan los otros cuerpos, al mismo tiempo su reflejo y su sombra. Cuerpo provocador y provocado, cuerpo que desencadena reacciones en otros cuerpos, que van del vértigo a la indiferencia. Cuerpo espacial, puesto que es producto del espacio y productor de espacio, determinado por él y determinante de él. Ese cuerpo genera oposiciones y paralelos, simetrías y rupturas, está hecho de reciprocidades con las cosas y con los otros cuerpos, que se refleja en los cambios que suscita y resulta de ellos. Usted sabe lo que me interesa el interaccionismo simbólico –me encanta que hable usted de interacción–, que se funda en ese principio de la corporeidad como el elemento central de y para la comunicación. En efecto, el cuerpo interviene como la fuente y el destino de toda iniciativa, como el marco en que se registran y se emiten las impresiones y como la superficie bajo la que se insinúan los proyectos y las intenciones.
Y algo importante, algo que, por ejemplo, los urbanistas y los arquitectos suelen ignorar: la ocupación del espacio no implica que el espacio sea un contenedor vacío que espere la irrupción en él de un cuerpo. Es el cuerpo el que hace el espacio que ocupa. La ocupación del espacio es entonces despliegue del cuerpo en movimiento. Cada cuerpo es un espacio y tiene un espacio, espacio para la relación y para el movimiento. Henri Lefebvre entendio bien cómo el cuerpo genera simetrías, se impone como un eje que establece a partir suyo una izquierda y una derecha, un arriba y una abajo, un aquí y un allí, lo que está y lo que no está, un ahora, un antes y un después. El cuerpo deviene entonces sus propiedades más matemáticas: aplicaciones, funciones, operaciones, transformaciones... sobre o con relación a algo o alguien que está delante o detrás, lejos o cerca, antes o después de mi cuerpo. En La producción del espacio (Capitán Swing) escribe: “El ‘otro’ está ahí, delante de Ego (cuerpo ante otro cuerpo). Impenetrable, salvo para la violencia - o para el amor. Objeto de dispensa de energía, de agresión o de deseo. Pero lo externo es también interno, en tanto que ‘el otro’ es también cuerpo, carne vulnerable, simetría accesible”.
Estar ahora cerca, pero más tarde lejos; presentarme en este momento, aquí, donde hace un momento no estaba y no había nadie o había otro u otra; estar, luego no estar. El cuerpo viviente no cristaliza jamás, no puede detenerse, no descansa, ni duerme cuando duerme, puesto que uno nunca está quieto en su sueño ni el sueño de otro.