APUNTES PERSONALES SOBRE LA TORTURA EN LA ESPAÑA FRANQUISTA
Manuel Delgado
No sé si te servirá, pero yo tengo un cierto conocimiento relativamente indirecto de lo que implicaba la tortura bajo la dictadura franquista. Igual te puede ser útil que te comparta alguna batallita.
La verdad es que yo no puedo “presumir” de haber sido torturado. Ninguna de las tres veces que me detuvo la Brigada Político Social tuve que padecer interrogatorios que implicaran técnicas de tormento para obtener información. Lo que si que me hicieron cuando me detuvieron la última vez fue pasarse horas pegándome. Me llamaban “cabrón catalán” mientras me llovían hostias y patadas a mansalva. En un momento dado entró de pronto un comisario y ni corto ni perezoso me dio un golpe secó con el cuello de una botella de cerveza y me partió el labio. Luego me tiraron escaleras abajo hasta el calabozo. Sabían que no pasaba nada porque me dejaran señalado y empapado en sangre porque me iban a poner a disposición militar y, por tanto, no me tenían que llevar ante el juez, sino directamente a la Modelo. Cuando, luego de dos semanas, vino a verme un juez militar, un coronel, a la cárcel todavía tenía la cara como un mapa. Cuando le dije al juez cómo me lo habían hecho, no me aceptó la declaración. Me dijo: “¿Y cómo se yo que eso no se lo ha hecho en el tumulto?”.
Pero esas palizas no eran tortura. Yo tuve suerte relativa en eso porque me acusaban de haber agredido a un policía y no de pertenecer a alguna organización clandestina. Me pegaban pero no me preguntaban por nadie ni por nada. Digo suerte relativa porque sabía que las penas en los consejos de guerra siempre eran superiores a las que dictaba el Tribunal de Orden Público en aquella época, en el año 1975. Si hubieran sabido que tenía una responsabilidad en la Joventut Comunista sí que me hubieran destrozado. A quien sí que machacaron vivo fue a un chaval que estaba conmigo en los calabozos de Jefatura. Creo que era de la Joven Guardía Roja. Sabían que sabía algo y querían saber qué. No lo pudo soportar y una de las veces que le bajaron pudo pillar una botella de coca-cola, romperla y cortarse las venas. Fue terrible.
Si en lugar de en un enfrentamiento, como a mí, te detenían porque han descubierto tu célula y te han ido a buscar a casa de madrugada entonces sí que sabías que te esperaban interrogatorios terribles en los que la policía aplicaría sus técnicas de tortura habituales: la cigüeña, la bañera, descargas eléctricas, palizas con toallas mojadas. Tienes que leer el artículo de Manel Risques (2004). «La tortura y la Brigada Político-Social», Historia Social, núm. 59, pàgs. 87-104. Allí explica cómo la tortura no era sólo, bajo el régimen franquista, una mera técnica para la obtención de información, sino una auténtica institución, un elemento inherente y natural al mismo sistema policial de la dictadura. Caer en manos de la Brigada Político-Social implicaba tener que verse las caras con individuos como Eduardo Quintela, encargado de organizar la policía política en Barcelona, o sus sucesores en el cargo, los no menos temidos Pedro Polo y los hermanos Antonio y Vicente de Juan Creix. Has de leer dos libros de Albert Batista: La Brigada Social (Empúries) y La carta (Debate), este último sobre Juan Creix, el rey de la tortura en Barcelona. Este fue el responsable de las torturas a Joan Boix en el 66, que fue lo que motivó la famosa manifestación de curas de mayo de aquel año.
Si te detenían por tú ya sabías que debías aplicar el “manual de instrucciones” que te sabías de memoria y era el que te decía lo que había que hacer para superar lo que te esperaba sin delatar a tus camaradas. Estos auténticos protocolos de actuación respondían a todo lo que los militantes habíamos aprendido sobre el comportamiento en comisaría, un aprendizaje que en un primer momento no iba más allá de algunos consejos de otros militantes. Con el paso de los años, este conocimiento se fue ampliando en base a las experiencias de los detenidos, que se recopilaron en folletos y otras publicaciones de las mismas organizaciones secretas y que se convirtieron en un valioso instrumento en la lucha contra la represión y que circulaba entre nosotros. En ese sentido creo que deberías conocer el testimonio de gente detenida por su militancia en el PSUC, que está publicada y es accesible.
Eran como libros de instrucciones para soportar las torturas, que preparaban ante el dolor de los primeros golpes y aclaraban que, si no se hablaba, los siguientes golpes serían menos dolorosos. Todo el mensaje procuraba hacer entender que la clave era callar y negarlo todo si la coartada no era eficaz. En estos documentos queda reflejado el conocimiento de las tácticas policíacas para hacer hablar, incluso más allá de las palizas: la presión psicológica, el enfrentamiento con las personas que realmente o supuestamente habían confesado, la promesa de dejar de torturar si se admitía parte de la acusación, la amenaza de hacer correr el rumor de que el detenido era un colaboracionista. En estos manuales siempre terminaba recordando que toda información que los policías pudieran obtener suponía un paso atrás en los avances del movimiento revolucionario. Los manuales de seguridad lo planteaban con claridad: «Piensa que tu debilidad puerta prisión para ti y para otros. Si hablas obras ante ti un largo periodo de vergüenza y prisión. Si hablas hundes tu vida. Si no hay estado de excepción sólo tienen setenta y dos horas para hacerte hablar. Gana una a una».
Recuerdo que el que más circulaba entre nosotros era un librito que se titulaba No quiero hablar. El deber de los comunistas frente a la policía y los tribunales franquistas (1963), que escribió Gregorio López Raimundo, el que fuera secretario general del PSUC. Lo publicaba el Comité del PSUC de Barcelona. No está en las bibliotecas consorciades, pero seguro que se puede encontrar. El argumento esencial que se expone en el libro de López Raimundo es que no es la tortura lo que hace hablar a los detenidos, sino la pérdida de moral y el olvido que la lucha debe continuar en la comisaría. En este documento se aborda la cuestión de los militantes que, como no fueron capaces de soportar las presiones y las torturas policiales, terminaron delatando sus compañeros. La contundencia y la claridad de la condena no permitía ningún tipo de comprensión hacia el delator, que debía ser tratado como un cobarde y un traidor. Te podría contar todos los casos de camarades que habían cantado y que habían propiciado más detenciones. Cuando salían de la comisaría y de la cárcel la consigna era hacerles el vacío, darles la espalda, despreciarles. Delatar, irse de la lengua bajo tortura, en efecto, era considerado un hecho ignominioso para el que caía y una traición para el resto. No resistir las torturas -reflejadas en las diligencias policiales con el eufemismo "hábil interrogatorio".-, confesar ante la policía, suponía una grave decepción respecto de quien se había derrumbado ante la policía. Muchas veces, la misma persona consciente de que "había fallado" se automarginaba para no enfrentarse a sus compañeros. Conozco más de un caso así. Era muy triste, porque quien había confesado se convertía en una especie de sombra. A veces literalmente desaparecía, no volvías a saber nada de él.
Ahora bien, recuerdo que esa era una discusión que teníamos. No todo el mundo compartía este criterio tan rígido. Sin ir más lejos, los mismos camaradas comunistas de la prisión de Burgos que recogieron la documentación para que López Raimundo escribiera su opúsculo, no dejaron de sostener que cuando alguien desfallece en la comisaría el único culpable es el torturador; aun así, la dirección no reprodujo ninguna comprensión hacia el delator en esta publicación.
Entre las publicaciones de instrucciones sobre el comportamiento a seguir en la comisaría, también cabe destacar la edición de breves biografías de dirigentes comunistas que se habían destacado para salir airosos de los interrogatorios policiales, como Simón Sánchez Montero, Miguel Núñez u Horacio Fernández Inguanzo. El objetivo del partido era socializar entre la militancia las actitudes consideradas ejemplares en los interrogatorios. Te recomiendo que leas la biografía de Miguel Núñez, La revolución y el deseo. Memorias (Península). Luego tienes el texto de José María Rúa Fernández, «Ens vigilen! Normes de seguretat al PSUC clandestí (1956-1976)», en Actes de les III Jornades de Joves Historiadors i Historiadores de la Universitat de Barcelona. (Afers). Busca también el número 9 de la revista Sapiens.
La mecánica la conocíamos bien todos. Una vez el detenido había sido conducido y fichado en la comisaría, la violencia se convertía en el eje principal de los interrogatorios policiales. Con la tortura se trataba de obtener la confesión de culpabilidad y sobre todo información sobre otros activistas y actividades antifranquistas. Pero los propósitos de los torturadores aún iban más allá de la obtención de confesiones y delaciones; también había un interés complementario para derrotar políticamente y moralmente al detenido. Michel Foucault apuntó la síntesis entre la obtención de pruebas y el enfrentamiento entre víctima y torturador cuando observó que la tortura no sólo busca obtener una determinada información hasta entonces secreta, sino una victoria sobre el adversario el resultado es una especie de "producción ritual de la verdad" (Vigilar y castigar, 1999: 47).
Ante esto, el torturado debía tener presente lo que tantas veces habían escuchado de otros compañeros que habían pasado por situaciones similares: "aguantar"; con el consuelo de que "los primeros golpes duelen. Después ya no". Ganar tiempo se convertía en el objetivo que había que alcanzar, dentro de un combate político que había cambiado de escenario –de la calle a la sala de interrogatorios- pero en el que nada debe darse por perdido.
Dentro de las estratagemas empleados por los torturadores lo que sabíamos es que se empleaban mucho prácticas como las preguntas "a quemarropa", sin dejar apenas responder al interrogado y buscando desconcertarle. Otras tácticas policiales trataban de ganarse la confianza del detenido, con el clásico recurso al "policía malo" y el "policía bueno". El policía que hacía de bueno era aquel que se presentaba como un mal menor o incluso como un protector del prisionero ante la crueldad de su compañero "malo", y usaba frases del tipo "estos tíos son muy brutos", o se refería a un hijo de la misma edad que el del detenido o cualquier cosa que pudiera hacer pasar como más "humano" que su oponente en la comedia. A mí me hablaban de mi padre, que lo conocían como conserje del edificio de Estadística de Portal de l’Àngel. En los documentos del PSUC se advierte de este tipo de técnica para enredarte: "Si eres católico, también ellos; si luchas por la libertad, dicen que les parece justo; si se trata de una acción obrera, ellos son hijos de obreros ".
Otra de las prácticas habituales para doblar la fuerza de voluntad de los detenidos consistía en poner el detenido cara a cara con un compañero que ya había hablado y que le había delatado. Ante las acusaciones de un camarada se instaba a mantener la firmeza de convicciones y a no modificar la declaración.