Del libro Disoluciones urbanas (Universidad Nacional de Colombia, Medellín 2001)
LA IZQUIERDA
AL SERVICIO DE LA ERA DE ACUARIO
Manuel Delgado
Cuando se
analizan los argumentos de la izquierda radical en los últimos treinta o
cuarenta años puede tenerse la impresión, ciertamente, de que el comunismo
científico de Marx y Engels ha perdido de manera definitiva su batalla contra
Weitling, contra Proudhon y contra los saint-simonianos, es decir contra el
comunismo primitivo, artesano, tosco, elemental, moralizante, mesiánico..., que
en el fondo, y a pesar de su apariencia vehemente, no era sino simple
reformismo social.
Lo mismo
valdría para el no menos influyente mesianismo de la teoría crítica alemana,
derivado de fuentes judaícas –Benjamin, Adorno, Horkheimer, Marcuse...– o
cristianas –Bloch–. Es a los teóricos de la Escuela de Frankurt a quines cabe
la responsabilidad de haber desarrollado un marxismo anticientífico,
esotérico, antimaterialista, ignorante
de Engels y reductor del pensamiento de Marx a una mera crítica de la
alienación. A partir de esas fuentes –revelacionismo protestante,
anarcoiluminismo, marxismo irracionalizado–. el izquierdismo contracultural de
los 60 renunciará a la crítica científica en favor de una denuncia moralista
del capitalismo, cuyo derrocamiento debía pasar por una revolución que era más
cultural que social y que debía priorizar una transformación interior de los individuos:
lo que Wright Mills, en su «Carta a la Nueva Izquierda» de 1963, no dudaba en
denominar «una especie de insurrección moral».
Su enemigo a
batir era el Todo, incluyendo la ciencia, la tecnología, la vida urbana y el
proletariado, los aspectos del capitalismo en que Marx y Engels había cifrado
sus mejores esperanzas. Se trataba de lo que Marcuse, en las últimas palabras
de su Hombre unidimensional, había
llamado «el Gran Rechazo». De ese precipitado llamado Nueva Izquierda –en
que se mezclaban líneas teóricas y proyectos dispares, cuya vaguedad mística
hacia comptatibles– son herederos los nuevos ascetismos actuales, propios de
corrientes «alternativas» que han continuado cultivando ese mismo rechazo
bíblico hacia la ciudad, en la que creen reconocer lo que Jesús Ibáñez –uno de
los más conspicuos representantes de la sociología crítica española– llamaría
una «fábrica de mierda». Se cumple de este modo ese trayecto que Daniel Bell
había apreciado yendo de la ética protestante al bazar psicodélico y, más
tarde, a la ascética revolucionaria de izquierdas en los años 60, más deudor
este último de la piedad y la angustia puritanas, con su obsesión por la
depravación humana y su nostalgia de la inocencia perdida, que de Marx o
Lenin.
Lo cierto es
que, a partir de mediados de los 60, el izquierdismo contracultural abandonó
casi por completo el pensamiento dialéctico y el materialismo para abandonarse
a un lenguaje en que era fácil reconocer preocupaciones típicas del mesianismo
protestante. Una izquierda juvenil que consideraba a la clase obrera y a sus
partidos tradicionales como traidores, empezó a hablar entonces de «coherencia»
e «integridad personales», de «compromiso personal», de «construcción de un
mundo nuevo» y de una «nueva sociedad», de «toma de conciencia» entendida como
una revelación psicológica del yo inmanente –lo que la que la contracultura
llamaba awareness, «despertar»,
«lucidez»–, de «autorrealización», etc. El resultado: un
marxismo-leninismo paródico al servicio del advenimiento de la Era de Acuario.