dissabte, 13 d’agost del 2016

La izquierda al servicio de la Era de Acuario


Del libro Disoluciones urbanas (Universidad Nacional de Colombia, Medellín 2001)

LA IZQUIERDA AL SERVICIO DE LA ERA DE ACUARIO
Manuel Delgado

Cuando se analizan los argumentos de la izquierda radical en los últimos treinta o cuarenta años puede tenerse la impresión, ciertamente, de que el comunismo científico de Marx y Engels ha perdido de manera definitiva su batalla contra Weitling, contra Proudhon y contra los saint-simonianos, es decir contra el comunismo primitivo, artesano, tosco, elemental, moralizante, mesiánico..., que en el fondo, y a pesar de su apariencia vehemente, no era sino simple reformismo social.

Lo mismo valdría para el no menos influyente mesianismo de la teoría crítica alemana, derivado de fuentes judaícas –Benjamin, Adorno, Horkheimer, Marcuse...– o cristianas –Bloch–. Es a los teóricos de la Escuela de Frankurt a quines cabe la responsabilidad de haber desarrollado un marxismo anticientífico, esotérico,  antimaterialista, ignorante de Engels y reductor del pensamiento de Marx a una mera crítica de la alienación. A partir de esas fuentes –revelacionismo protestante, anarcoiluminismo, marxismo irracionalizado–. el izquierdismo contracultural de los 60 renunciará a la crítica científica en favor de una denuncia moralista del capitalismo, cuyo derrocamiento debía pasar por una revolución que era más cultural que social y que debía priorizar una transformación interior de los individuos: lo que Wright Mills, en su «Carta a la Nueva Izquierda» de 1963, no dudaba en denominar «una especie de insurrección moral».

Su enemigo a batir era el Todo, incluyendo la ciencia, la tecnología, la vida urbana y el proletariado, los aspectos del capitalismo en que Marx y Engels había cifrado sus mejores esperanzas. Se trataba de lo que Marcuse, en las últimas palabras de su Hombre unidimensional, había llamado «el Gran Rechazo». De ese precipitado llamado Nueva Izquierda –en que se mezclaban líneas teóricas y proyectos dispares, cuya vaguedad mística hacia comptatibles– son herederos los nuevos ascetismos actuales, propios de corrientes «alternativas» que han continuado cultivando ese mismo rechazo bíblico hacia la ciudad, en la que creen reconocer lo que Jesús Ibáñez –uno de los más conspicuos representantes de la sociología crítica española– llamaría una «fábrica de mierda». Se cumple de este modo ese trayecto que Daniel Bell había apreciado yendo de la ética protestante al bazar psicodélico y, más tarde, a la ascética revolucionaria de izquierdas en los años 60, más deudor este último de la piedad y la angustia puritanas, con su obsesión por la depravación humana y su nostalgia de la inocencia perdida, que de Marx o Lenin. 

Lo cierto es que, a partir de mediados de los 60, el izquierdismo contracultural abandonó casi por completo el pensamiento dialéctico y el materialismo para abandonarse a un lenguaje en que era fácil reconocer preocupaciones típicas del mesianismo protestante. Una izquierda juvenil que consideraba a la clase obrera y a sus partidos tradicionales como traidores, empezó a hablar entonces de «coherencia» e «integridad personales», de «compromiso personal», de «construcción de un mundo nuevo» y de una «nueva sociedad», de «toma de conciencia» entendida como una revelación psicológica del yo inmanente –lo que la que la contracultura llamaba awareness, «despertar», «lucidez»–, de «autorrealización», etc. El resultado: un marxismo-leninismo paródico al servicio del advenimiento de la Era de Acuario.



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