Comentario para una discusión en el seno del OACU.
FREUD Y EL DESCRÉDITO DE LAS MASAS
Manuel Delgado
En efecto, Freud lo que hace en
su Psicologia de las masas, de 1921, es recoger las teorias de Le Bon, sobre
todo, más que de Tarde, y enfatizar la naturaleza en última instancia
libidinosa de esa energía masiva en que se recoge "el germen de todo lo
malo existente en el alma humana" (p. 14 de la edición de Alianza).
Pero eso no es lo interesante y
lo tremendo. Lo grave es que el auge de los autoritarismos en la década de los
años 30 del siglo XX va a suponer un punto de inflexión en la consideración
teórica de las masas desde la izquierda, en buena medida gracias al contacto
entre psicoanálisis y marxismo, es decir entre dos perspectivas antepuestas e
irreconciliables acerca de las muchedumbres activas en las ciudades del mundo
industrializado, de un lado la de Freud, deudora, en efecto, de Le Bon y los
teóricos reaccionarios en su línea; del otro, la confianza de Marx, Engels y
Lenin en la genialidad natural de las masas. De corresponder a quienes desde
una posición u otra recelan y temen su potencial revolucionario, pasa a
convertirse, frente al terrible espectáculo del apoyo popular a los grandes
movimientos totalitarios, en denuncia de la facilidad con que caen en manos de
demagogos enloquecidos. La izquierda freudiana que encarnan Paul Federn, Erich Fromm
o Wilhem Reich señala que la regresión afectiva, intelectual y moral que
experimentan los individuos subsumidos en una masa conduce no a la revolución,
sino al fanatismo, como si los acontecimientos que preparan la segunda guerra
mundial fueran la confirmación del símil que los teóricos de la psicología de
masas habían tantas veces propuesto entre los estados de fervor colectivo y la
hipnosis.
Porque en eso consistió el auge
del estalinismo, del fascismo o del nazismo según su interpretación en clave psicoanalítica:
en un colosal mecanismo de sugestión a través del cual líderes carismáticos
perversos habían conseguido secuestrar la conciencia y la voluntad de la gente
hasta convertirla en una horda de títeres sanguinarios, capitalizando en su
favor la ansiedad provocada por una economía sexual restrictiva. A partir de
ese momento, no sólo todos los ensayos de confluencia entre psicoanálisis y
marxismo asumirán postulados en relación con el asunto de las multitudes que
hasta bien entrado el siglo XX habían sido exclusivos del pensamiento
burgués-reformista o conservador, sino que tal asunción acabará impregnado el
grueso de la Escuela de Frankfort, que incorporará a la crítica a las masas
elementos de la teoría de la alienación de Marx y Engels, relativa a los
factores que, propiciados por la explotación capitalista, obstaculizan la
realización de las mejores cualidades humanas.
Es ese el marco en que empiezan a
circular producciones teóricas que alcanzarán una notable popularidad e
influencia en los Estados Unidos en la década de los 50, en plena histeria
anticomunista, como el estudio dirigido por Theodor Adorno y publicado con el
título de La personalidad autoritaria,
un concepto deudor del "carácter autoritario" al que antes se habían
referido Reich y Fromm. Tal sensibilidad hacia los condicionantes psicológicos
del cambio de bando de las masas, propia del psicoanálisis suavemente marxista
y de los autores frankfurterianos fue asumida por la intelectualidad liberal
estadounidense, en un clima al que no es ajena la aportación de Hannah Arend
sobre la distinción pueblo-populacho a propósito del Estado totalitario y la
complicidad que en su constitución y mantenimiento encuentra este en las masas,
concebidas de manera paradójica como la consecuencia de una sociedad sin
clases. En Los origenes del totalitarismo,
del 1958, en la mejor línea reaccionaria de Gustave Le Bon –a quien dedica un
encendido elogio–, Arendt ve la masas como una entidad amorfa, ajena o
contraria a toda estructuración o jerarquía organizativa, impulsada por
instintos "más allá del control del individuo y, por ello, más allá de la
razón", sin ideales, sin intereses, estúpida, y por tanto maleable desde
la demagogia, en todo momento predispuesta para que en su seno se generen
bandas violentas e irracionales, que Arendt llama mob, del latin mobile vulgus,
es decir vulgo caprichoso y sin criterio.
Es decir, que Freud no es ajeno
al descrédito de las masas y al consecuente nuevo subjetivismo que caracterizó
primero la nueva izquierda contracultural y en la actualidad a los movimientos
sociales postpolíticos.