De la conferencia pronunciada en las Jornadas sobre la vida
y la muerte. Identidad, creencias y ritual, celebradas en el Museo de América
de Madrid, en noviembre de 2010
DECONSTRUYENDO LOST. IX. EL ORFISMO CALIFORNIANO Y LA NEW
AGE
Manuel Delgado
Las referencias en la serie a visiones
del Cielo y del Infierno y de sus mundos intermedios –Dante, Milton,
Swedenborg, Blake– están absolutamente vinculadas entre sí. Pertenecen a una
línea ininterrumpida de desplazamientos místicos a dominios invisibles pero
determinantes de la vida humana postmortem, que se asocian a lo Bajo y a lo Alto,
a varias formas de Infierno y de Cielo y a diferentes concepciones del Bien y
del Mal. Seguramente la raíz común sería una lógica de ascenso y descenso del
ser tras deshacerse o apartarse del cuerpo –de manera definitiva o
transitoriamente— que encontramos en todas las técnicas de éxtasis que la
antropología suele tipificar como chamánicas, sobre todo para distinguirlas de
otras basadas en la posesión, es decir no en el desplazamiento del alma a un
transmundo, sino en el vaciado del cuerpo para que este sea ocupado por un
espíritu extraño . De la matriz compartida de una geometría mística basada en
el ascenso o descenso del alma encontraríamos multitud de variedades, algunas perfectamente
activas y vigentes en el presente de las sociedades urbano-industriales. Todos
los cultos y creencias que, entre nosotros, sostienen ideas relativas a la
existencia de esferas superiores o inferiores a algunos elegidos en vida y a todos
después de muertos subiremos o descenderemos participarían de esa misma tipología.
Entre estas convicciones en las que ocupa un lugar central
el tema del desplazamiento a mundos situados arriba o debajo del nuestro, una
de ellas sería ese precipitado que constituiría un tipo de espiritualidad específicamente
estadounidense, aunque hoy alcance un ascendente planetario. Su base histórica
la encontraríamos en la ruptura con el determinismo calvinista que representa
la mística de Jonathan Edwards en la primera mitad del XVIII, con su
vindicación de la responsabilidad moral y de la libertad humana, en la línea de
esa soteriología ilustrada que tan bien encarnan el pietismo kantiano, la
francmasonería y, por supuesto, lo que acabó siendo la iglesia swedenborgiana.
Luego, en el XIX, vendrá la fuerte personalidad de Ralph Waldo Emerson, que
elabora su filosofía trascendentalista bajo la influencia de las tendencias más
liberales del misticismo romántico y dejándola determinar por la lectura
kantiana de Swedenborg, sólo que aprendiendo de Swedenborg muchas de las cosas
que Kant no se habría atrevido a confesar.
A ello se le añadirá a finales de aquel siglo la influencia
teosófica y, en especial, el reconocimiento –ya activo en Emerson- de las
verdades atribuidas a las filosofías orientales, un tipo de atención que alcanzara
el rango de moda con la fundación por Madame Blavatsky y el coronel Olcott de
la Sociedad Teosófica en 1875, el Congreso Mundial de la Religiones de Chicago
en 1893 y la difusión de la personalidad y la obra de personajes como
Krishnamurti y Ramakrishna. La evolución posterior de ese macrosincretismo, a
lo largo del siglo XX, no hizo sino engrosar su composición con nuevos
ingredientes, tomados a partir de cierto momento de la interpretación de cosmologías
y técnicas extáticas amerindias.
Es esa emulsión se populariza todavía más de la mano de la contracultura
de los años 60, la estética psicodélica, la vindicación de las diferentes
"puertas de la percepción", concluyendo en el momento actual en la
“conspiración de Acuario” y su mística pret-à-porter. Acaso su formalización
doctrinal haya que buscarla en la supuesta la unidad secreta de todos los saberes
arcánicos universales que Aldous Huxley teorizó –o incluso poetizó– en su La filosofía perenne, libro aparecido en
1947. Nos encontramos aquí con teorías más bien difusas, todas insistiendo en
deshumanizar a Dios, disuelto ya en flujos, concentraciones y vibraciones energéticas,
en una búsqueda de niveles superiores de conciencia y de percepción, así como
de una luz interior idéntica al conocimiento al que todas las corrientes
gnósticas habían aspirado a acceder y que encontraría en el célebre “temblor
del velo de la diosa Isis” de Novalis su alegoría favorita en el romanticismo
visionario europeo. Una película como “The men who stare a goats” (“Los hombres
que miran fijamente a las cabras”, 2009) ha acertado a la hora de ridiculizar
la forma como ese tipo de tendencias “espirituales” ha acabado por convertirse
en su propia caricatura.
“Lost” pertenecería de pleno en esa divulgación de las
ciencias ocultas en que consiste lo que Harold Bloon llamaba “el orfismo de
California”, para la que no es casual que los estados cercanos a la muerte
asuman un protagonismo central. De hecho en el libro nodal para la New Age, La conspiración de Acuario, de Marilyn
Ferguson, ya se incide en esa centralidad de lo que en la práctica constituye
una vindicación del derecho y la necesidad de morir real y definitivamente, de
una vez y para siempre, como prueba, paradójica si se quiere, de la
supervivencia de la consciencia a la corrupción de la carne. Ténganse en cuenta
que las experiencias cercanas a la muerte se han conformado, a partir de
finales de los 80, en toda una industria, al menos en Estados Unidos, con
concreciones como las ECM, las near-death
experiences. El éxito de la IANDS, la Asociación Internacional de
Experiencias Cercanas a la Muerte, es la prueba más palpable del interés de la
espiritualidad acuariana por la vivencia del final físico, con productos de
marchandansing tan exitosos como unas camisetas de color marrón en la que se
combinan las imágenes de un túnel y los signos del ying y el yang taoístas.