dimarts, 17 de maig del 2022

Deconstruyendo "Lost". El orfismo californiano y la New Age


De la conferencia pronunciada en las Jornadas sobre la vida y la muerte. Identidad, creencias y ritual, celebradas en el Museo de América de Madrid, en noviembre de 2010

DECONSTRUYENDO LOST. IX. EL ORFISMO CALIFORNIANO Y LA NEW AGE
Manuel Delgado

Las referencias en la serie a visiones del Cielo y del Infierno y de sus mundos intermedios –Dante, Milton, Swedenborg, Blake– están absolutamente vinculadas entre sí. Pertenecen a una línea ininterrumpida de desplazamientos místicos a dominios invisibles pero determinantes de la vida humana postmortem, que se asocian a lo Bajo y a lo Alto, a varias formas de Infierno y de Cielo y a diferentes concepciones del Bien y del Mal. Seguramente la raíz común sería una lógica de ascenso y descenso del ser tras deshacerse o apartarse del cuerpo –de manera definitiva o transitoriamente— que encontramos en todas las técnicas de éxtasis que la antropología suele tipificar como chamánicas, sobre todo para distinguirlas de otras basadas en la posesión, es decir no en el desplazamiento del alma a un transmundo, sino en el vaciado del cuerpo para que este sea ocupado por un espíritu extraño . De la matriz compartida de una geometría mística basada en el ascenso o descenso del alma encontraríamos multitud de variedades, algunas perfectamente activas y vigentes en el presente de las sociedades urbano-industriales. Todos los cultos y creencias que, entre nosotros, sostienen ideas relativas a la existencia de esferas superiores o inferiores a algunos elegidos en vida y a todos después de muertos subiremos o descenderemos participarían de esa misma tipología.

Entre estas convicciones en las que ocupa un lugar central el tema del desplazamiento a mundos situados arriba o debajo del nuestro, una de ellas sería ese precipitado que constituiría un tipo de espiritualidad específicamente estadounidense, aunque hoy alcance un ascendente planetario. Su base histórica la encontraríamos en la ruptura con el determinismo calvinista que representa la mística de Jonathan Edwards en la primera mitad del XVIII, con su vindicación de la responsabilidad moral y de la libertad humana, en la línea de esa soteriología ilustrada que tan bien encarnan el pietismo kantiano, la francmasonería y, por supuesto, lo que acabó siendo la iglesia swedenborgiana. Luego, en el XIX, vendrá la fuerte personalidad de Ralph Waldo Emerson, que elabora su filosofía trascendentalista bajo la influencia de las tendencias más liberales del misticismo romántico y dejándola determinar por la lectura kantiana de Swedenborg, sólo que aprendiendo de Swedenborg muchas de las cosas que Kant no se habría atrevido a confesar.

A ello se le añadirá a finales de aquel siglo la influencia teosófica y, en especial, el reconocimiento –ya activo en Emerson- de las verdades atribuidas a las filosofías  orientales, un tipo de atención que alcanzara el rango de moda con la fundación por Madame Blavatsky y el coronel Olcott de la Sociedad Teosófica en 1875, el Congreso Mundial de la Religiones de Chicago en 1893 y la difusión de la personalidad y la obra de personajes como Krishnamurti y Ramakrishna. La evolución posterior de ese macrosincretismo, a lo largo del siglo XX, no hizo sino engrosar su composición con nuevos ingredientes, tomados a partir de cierto momento de la interpretación de cosmologías y técnicas extáticas amerindias.

Es esa emulsión se populariza todavía más de la mano de la contracultura de los años 60, la estética psicodélica, la vindicación de las diferentes "puertas de la percepción", concluyendo en el momento actual en la “conspiración de Acuario” y su mística pret-à-porter. Acaso su formalización doctrinal haya que buscarla en la supuesta la unidad secreta de todos los saberes arcánicos universales que Aldous Huxley teorizó –o incluso poetizó– en su La filosofía perenne, libro aparecido en 1947. Nos encontramos aquí con teorías más bien difusas, todas insistiendo en deshumanizar a Dios, disuelto ya en flujos, concentraciones y vibraciones energéticas, en una búsqueda de niveles superiores de conciencia y de percepción, así como de una luz interior idéntica al conocimiento al que todas las corrientes gnósticas habían aspirado a acceder y que encontraría en el célebre “temblor del velo de la diosa Isis” de Novalis su alegoría favorita en el romanticismo visionario europeo. Una película como “The men who stare a goats” (“Los hombres que miran fijamente a las cabras”, 2009) ha acertado a la hora de ridiculizar la forma como ese tipo de tendencias “espirituales” ha acabado por convertirse en su propia caricatura.

“Lost” pertenecería de pleno en esa divulgación de las ciencias ocultas en que consiste lo que Harold Bloon llamaba “el orfismo de California”, para la que no es casual que los estados cercanos a la muerte asuman un protagonismo central. De hecho en el libro nodal para la New Age, La conspiración de Acuario, de Marilyn Ferguson, ya se incide en esa centralidad de lo que en la práctica constituye una vindicación del derecho y la necesidad de morir real y definitivamente, de una vez y para siempre, como prueba, paradójica si se quiere, de la supervivencia de la consciencia a la corrupción de la carne. Ténganse en cuenta que las experiencias cercanas a la muerte se han conformado, a partir de finales de los 80, en toda una industria, al menos en Estados Unidos, con concreciones como las ECM, las near-death experiences. El éxito de la IANDS, la Asociación Internacional de Experiencias Cercanas a la Muerte, es la prueba más palpable del interés de la espiritualidad acuariana por la vivencia del final físico, con productos de marchandansing tan exitosos como unas camisetas de color marrón en la que se combinan las imágenes de un túnel y los signos del ying y el yang taoístas.





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