Gouache de Tom Gravelijn para |
De la conferencia pronunciada en las Jornadas sobre la vida
y la muerte. Identidad, creencias y ritual, celebradas en el Museo de América
de Madrid, en noviembre de 2010.
Deconstruyendo "Lost". VII
EL MUNDO DE LOS ESPÍRITUS Y LAS PUERTAS DEL CIELO Y DEL
INFIERNO
Manuel Delgado
Si realmente, como sostengo, la serie adopta como escenario
esa especie de territorio bisagra entre los universos antagónicos del Infierno
y del Cielo, el drama que representarían allí los accidentados del Oceanic 815
sería el de cómo se dirime su destino hacia uno o hacia otro a partir no de una
sentencia divina, sino de su propia libertad de elección. He ahí entonces uno
de los asuntos centrales del esoterismo ilustrado y de la interpretación que
éste hizo de textos visionarios anteriores, como los mencionados de Dante y de
Milton. La fuente de la que la serie bebe sería la mística de Emanuel
Swedenborg (1688-1772) y de una lectura de su Del cielo y del infierno (Siruela), de 1758, acaso su obra principal. De ella se
extraería el elemento teórico principal, por decirlo así, de la serie.
A saber: el cielo y el infierno no están separados, sino
siempre en contacto, en comunicación permanente en cada uno de nosotros. Dios
no nos envía a nadie al Cielo o a el Infierno, sino que vamos nosotros solos, y
lo hacemos a partir del ejercicio de nuestro propio arbitrio, como corresponde
al librepensamiento, recibe la fuerte influencia del erasmismo radical de
socinianos y arminianos –uno de los cuales fue Thomas Milton, no se olvide–,
las principales herejías racionalistas de principios del XVI, estarán entre las
fuentes doctrinales de todo el pensamiento de las Luces. La filosofía de “Lost”
se corresponde plenamente con la de Swedenborg a la hora de establecer el libre
arbitrio como el factor decisivo del que depende la salvación o la condenación del
alma: "Para que podamos ser libres para ser reformados estamos unidos al
cielo y a el infierno. En cada uno de nosotros hay ángeles del cielo y
espíritus del infierno. Por la vía de los espíritus del infierno nos
encontramos nuestro mal; por la vía de los espíritus del cielo nos encontramos
el bien, que es aquello que debemos al Señor. Por esta causa nos encontramos en
un equilibrio espiritual, es decir en libertad" (§ 591).
Es decir, en la imaginación swedenborgiana no hay lugar para
la figura del Diablo. No existe un ser abyecto que gobierne el Infierno y las
visiones del místico están claramente asociada a lo que a ese proceso de
“purgatorización” del Infierno a que se refiere Philippe Ariès al referirse a
las concepciones sobre la muerte y el más allá que comparten las escuelas
místicas ilustradas, coincidentes en su antideterminismo y en la competencia
del individuo a la hora de no delegar en instancia alguna –ni siquiera de orden
sobrenatural– la valoración ética de lo hecho y lo omitido. Repitámoslo: nadie
nos condena o nos salva; somos nosotros mismos quienes decidimos qué camino
tomar, en función del amor que hemos cultivado, sea el de a uno mismo o el de a
los otros. Este tema del equilibrio es fundamental en “Lost”, como lo es en
toda la obra de Swedenborg. "El equilibrio espiritual es esencialmente una
forma de libertad, porque es entre el bien y el mal y entre la verdad y la
falsedad. Así pues, la capacidad de proponernos el bien o el mal y de pensar lo
verdadero y lo falso, la capacidad de escoger uno en vez del otro, esa es la
libertad de la que hablo aquí" (§ 597).
Nos encontramos aquí con una idea central en la construcción
del sujeto moderno, cual es la de responsabilidad entendida como la virtud que
permite a los seres humanos, libre y conscientemente, reflexionar, administrar,
orientar y valorar moralmente las consecuencias de sus actos. Ese principio de responsabilidad, tan nuclear en el pensamiento de Kant,
sería una más de las evidencias que lo que este y Swedenborg tendrían en común
más allá de sus desavenencias y que sería la asunción de ese principio que compromete a los individuos
en aplicar criterios autónomos en la determinación de su destino, también en el
Más Allá.
Y es ahora donde procede introducir a cuál de los escenarios
de la obra de Swedenborg corresponde la Isla. En Del cielo y de el infierno la comunicación y el tránsito entre
universos antagónicos existe un territorio intermedio al que van a parar los
muertos y donde esperan el momento de subir al Cielo o bajar al Infierno. Se
trata del Mundo de los Espíritus, al que Swedenborg dedica la Parte II de su
libro, titulada "El mundo de los espíritus y el estado del hombre tras la
muerte". Según la visión que Swedenborg, "el mundo de los espíritus
no es ni el cielo ni el infierno, sino un lugar o estado entre los dos. Es el
lugar al que vamos inicialmente tras la muerte, siendo a su debido tiempo
elevados al cielo o lanzados al infierno en función de nuestra vida en este
mundo.
El mundo de los espíritus es un lugar a medio camino entre
el cielo y el infierno y es también nuestro estado intermedio tras la muerte.
Me ha sido mostrado que es un lugar a mitad de camino, al ver que los infiernos
estaban debajo de él y los cielos encima, y es un estado intermedio porque
mientras estamos en él no estamos todavía ni al cielo ni al infierno" (§
421-422). Para Swedenborg, la preparación de un alma para el cielo requiere
someterse a un auténtico renacimiento espiritual o nueva creación bajo un nuevo
entendimiento que aleje definitivamente al muerto de cualquier voluntad mundana,
en la que es constante la mezcolanza no siempre discernible entre bien y de
mal, verdad y falsedad. Desenredar esa confusión y segregar lo bueno de lo malo
es aquello a lo que el transeúnte por ese estado anterior al Cielo o al Infierno
deberá entregarse.
Tenemos entonces que el Mundo de los Espíritus es una
especie de gran sala de espera en el que los espíritus –que no son las almas,
puesto que mantienen aún allá su forma corpórea– esperan el momento de su
traspaso al cielo o al infierno, pero no como consecuencia de ningún juicio
divino, ni de la actividad perversa de ningún demonio, sino de sus propios
actos y decisiones, "de nuestro entendimiento y nuestra voluntad",
coherentes con los que asumimos en nuestra existencia terrenal. Allá, además,
les es dado encontrarse con los amigos y familiares, hijos, esposa o esposo,
parientes..., tanto vivos como muertos, pues "aunque separados, estamos
juntos a todos ellos y podemos hablar con cualquiera" (§ 427).
La descripción de esta comarca intermedia es del todo
compatible con la Isla. Los accesos al Infierno son una multitud de agujeros,
cuevas, rendijas, grietas, pozos..., todos ellos disimulados, pero visibles
sólo para aquellos que entrarán o caerán en ellos, "puesto que es sólo
para ellos que se abren”. El Cielo, en cambio, está completamente cercado y a
él sólo se puede acceder por una pequeña entrada y un pasillo estrecho que después
se va bifurcando. Cada uno de nosotros, en nuestra mente racional, es una
correspondencia de este Mundo de los Espíritus, puesto que cada quien tiene
también en sí mismo estas dos puertas y estos dos caminos que conducen uno a la
salvación, el otro a la condena, siendo cada uno de nosotros que escogemos
entre una vía u otra. El tiempo de permanencia en este espacio intersticial
varía. "En el mundo de los espíritus hay un enorme número, puesto que allá
tiene lugar la primera reunión de todos, y allá son preparados y explorados
todos. No hay término fijo para su estancia allí; algunos no hacen más que
entrar en él, y enseguida son traídos al cielo o bien lanzados al infierno;
otros permanecen allá tan sólo algunas semanas, otro varios años..." (§
426).
Completando esa intuición del ascendente visionario de
Swedenborg sobre la serie, se podría especular con la afinidad entre el
personaje de Ricardus y uno de los más recurrentes en la obra del místico
escandinavo: el Hombre Eterno, la síntesis de la condición humana y la
naturaleza divina de su espíritu y que luego reencontraremos en los la obra del
primero admirador y luego crítico de Swedenborg que fuera William Blake, bajo
el nombre de Albión.
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