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Comentario para José Mansilla, colega del OACU, enviado el 14/3/2016.
¿A QUÉ LLAMAMOS "BARRIO"?
Manuel Delgado
En primer lugar, yo entiendo que Henri Lefebvre no hace
tanto una crítica a la noción de barrio como una crítica a lo que él, en el
capítulo XIV de De lo rural a lo urbano (Alianza),
llama "ideología de barrio", que es el resultado de una mistificación
del barrio como porción de la ciudad que puede ser contemplada al margen de las
dinámicas socio-espaciales de las que forma parte y que lo determinan. De ese
tipo de lecturas tenemos tendencias diferentes, de las que lo idealizan como
rescoldo sobreviviente de la añorada gemeinschaft
romántica a los que lo convierten en razón natural para el marcaje de
ciertos seres humanos, como vemos en lo que Bourdieu y Wacquant llaman
"efecto barrio", es decir de la concreción del efecto espacial o de
la estigmatización territorial. Pero creo que ni tú ni ninguno de los
compañeros/as del grupo ha incurrido en esa visión que sustrae los barrios
investigados de los procesos sociourbanos que los enmarcan o de las emanaciones
ideales que lo producen como objeto de pensamiento. Todo lo contrario.
La prueba de lo que te digo es que a lo largo de ese mismo
libro —por si no lo tienes a mano, te lo adjunto— usa decenas de veces el
término barrio. De sus capítulos, te
pido que te detengas en el dedicado a las tabernas, el VIII. Es cierto que el
barrio "ya no es lo que era", es decir que, como sostiene Lefebvre,
es una suerte de anacronismo que tuvo sentido cuando, de manera objetivable, se
correspondía con esa unidad religioso-administrativa que fue la parroquia.
Pero, a pesar de ello, es inevitable reconocer que el término nos permite
remitirnos a una unidad a la que, al margen de perimetraciones oficiales e incluso de su homogeneidad morfológica o social, damos
el valor de fuente de identidad compartida —"nuestro barrio"— a
partir ya sea de una experiencia biográfica personal y al tiempo colectiva, ya
sea para aludir a un tipo específico de sociabilidad "de proximidad".
¿Lo ves? "Tu" barrio es el barrio donde hiciste un
aprendizaje de vida fundamental con quienes eran tus vecinos o tu pandilla,
puesto que ahí aprendiste el paso del hogar a la vida pública. Y luego
"tu" barrio es el espacio de tus movimientos cotidianos, que podrías
incluso objetivar si te dedicaras a mapear tus desplazamientos a pie del día a día en torno tu domicilio: la panadería o el paki donde te avituallas, el bar al que bajas a
comprar tabaco o hacer el aperitivo, la biblioteca o el centro social "del
barrio", la plaza o la calle principales donde paseas al perro, la parada
de metro o de autobús desde la que vas a otros sitios, la gente con la que te
cruzas por la calle y la reconoces "porque es del barrio". Etc.
De hecho, es eso que te acabo de decir lo que da sentido al
valor "barrio" y lo que lo hace indispensable, incluso para Lefebvre,
en su caso porque permite actuar como lo que en el mensaje a Miquel Fernández
llamaba, siguiendo siempre a Lefebvre, mediaciones. En efecto el barrio, como noción, es fundamental como
operador de mediación dialéctica, como tú mismo dices, entre espacio físico y
espacio social, entre espacio social y espacio común, entre espacio
cuantificado y espacio cualificado. O, como acabo de señalarte, entre la esfera
doméstica y la experiencia de la vida pública total, es decir entre lo
totalmente privado y lo totalmente público, de igual manera que el
"vecino" es una figura mediadora entre la propia familia y los desconocidos
totales que conforman la experiencia radical de lo urbano.
En relación a eso, la noción de "área" en la
Escuela de Chicago es del todo incompatible, básicamente por los chicaguianos,
en este caso Robert E. Park y como tú bien recuerdas, entendía el
"área" como área natural, en la línea de la adhesión de toda la
escuela al darwinismo social y la invención que conviene atribuirles de la ecología
urbana. Difícil asimilar esa concepción de la ciudad como hecho natural a una
perspectiva como la de Lefebvre, empeñada no solo en politizar el espacio, sino
sobre todo en subrayar su condición dialéctica, que es justamente lo que le
lleva a criticar la noción de barrio como no dialéctica, al tiempo que la
emplea precisamente por sus virtudes como concepto mediador.
Por supuesto que lo que acabo de decir no le resta nada a la extraordinaria potencia metodológica de la Escuela de Chicago, ni a sus tantísima lucideces. Siento por ella una fascinación total, a pesar de su funcionalismo, de su moralismo, de su culturalismo. De hecho, una de las cualidades que cabe reconocerle a Manuel Castells es la de haber hecho un relectura en clave marxista de lo mejor de la escuela, sobre todo de sus exponentes más materialistas, como Amos Haxley Si te interesa esa vindicación crítica y politizadora que hace Castells de los chicaguianos, mirate la primera parte de La cuestión urbana (Siglo XXI). Y si quieres saber más sobre esa conexión, mírate lo que dice Castells sobre la Escuela de Chicago en La Ville aux résseaux, que es una larga entrevista que le hace Géraldine Pflieger (Presses Polytechniques et Universitaires de Laussanne).