dissabte, 1 d’agost del 2015

Lo urbano como fogón de brujas

La foto es de Tom Waterhouse
Fragmento del prólogo a Giuseppe Aricó, José Mansilla y Marco Luca Stanghieri, eds., Mierda de ciudad. Una rearticulación crítica del urbanismo neoliberal desde las ciencias sociales, Pol·len, Barcelona, 2015.

LO URBANO COMO FOGÓN DE BRUJAS
Manuel Delgado

"¿Qué saldrá de ese hogar, de este fogón de brujas, de esta intensificación dramática de las potencias creadoras, de las violencias, de ese cambio generalizado en el que no se ve qué es lo que cambia, excepto cuando se ve excesivamente bien: dinero, pasiones enormes y vulgares, sutilidad desesperada? La ciudad se afirma, después estalla". Para Lefebvre, tanto el urbanismo como la arquitectura de ciudades se han constituido en ciencia, técnica e ideología de la desactivación del espacio urbano, entendido como espacio de y para lo urbano. Recuérdese la distinción que Lefebvre plantea entre la ciudad y lo urbano. La ciudad es una base práctico-sensible, una morfología, un dato presente e inmediato, algo que está ahí: una entidad espacial inicialmente discreta —es decir un punto o mancha en el mapa—, a la que corresponde una infraestructura de mantenimiento, unas instituciones formales, una gestión funcionarial y técnica, unos datos demográficos, una sociedad definible... Lo urbano, en cambio, es otra cosa: no requiere por fuerza constituirse como elemento tangible, puesto que podría existir y existe como mera potencialidad, como conjunto de posibilidades.

La ciudad es palabra, habla, sistema denotativo. Lo urbano más va más allá: no es un tema, sino una sucesión infinita de actos y encuentros realizados o virtuales, una sensibilidad hacia las metamorfosis de lo cotidiano que le debe no poco a la sensibilidad de Charles Baudelaire a la hora de descubrir lo abstracto y lo eterno en los elementos más en apariencia banales de la vida ordinaria, la proliferación en ella de todo tipo de proyecciones e imágenes flotantes. La vida urbana —lo urbano como forma de vida— “intenta volver los mensajes, órdenes, presiones venidas de lo alto contra sí mismas. Intenta apropiarse el tiempo y el espacio imponiendo su juego a las dominaciones de éstos, apartándoles de su meta, trampeando… Lo urbano es así obra de ciudadanos, en vez de imposición como sistema a este ciudadano”.

Lo urbano es esencia de ciudad, pero puede darse fuera de ella, porque cualquier lugar es bueno para que en él se desarrolle una sustancia social que acaso nació en las ciudades, pero que ahora expande por doquier su “fermento, cargado de actividades sospechosas, de delincuencias; es hogar de agitación. El poder estatal y los grandes intereses económicos difícilmente pueden concebir estrategia mejor que la de desvalorizar, degradar, destruir la sociedad urbana…”. Lo urbano es lo que se escapa a la fiscalización de poderes, saberes y tecnologías que no entienden ni saben qué es lo urbano, puesto que "constituye un campo de visión ciego para aquellos que se limitan a una racionalidad ya trasnochada, y así es como corren el riesgo de consolidar lo que se opone a la sociedad urbana, lo que la niega y la destruye en el transcurso del proceso mismo que la crea, a saber, la segregación generalizada, la separación sobre el terreno de todos los elementos y aspectos de la práctica social, disociados los unos de los otros y reagrupados por decisión política en el seno de un espacio homogéneo".

No obstante los ataques que constantemente recibe lo urbano y que procuran desmoronarlo o al menos neutralizarlo, sostiene Lefebvre, este persiste e incluso se intensifica. "Las relaciones sociales continúan ganando en complejidad, multiplicándose, intensificándose, a través de las contradicciones más dolorosas. La forma de lo urbano, su razón suprema, a saber, la simultaneidad y la confluencia no pueden desaparecer. La realidad urbana, en el seno mismo de su dislocación, persiste". Es más, se antoja que la racionalización paradójicamente absurda que pretende destruir la ciudad ha traído consigo una intensificación de lo urbano y sus problemáticas. De ello el mérito le corresponde a habitantes y usuarios que, a pesar de los envites que padece un estilo de vida que no deja nunca de enredarse sobre sí mismo, o quizás como reacción ante ellos, “reconstituyen centros, utilizan lugares para restituir los encuentros, aun irrisorios”.

Para Lefebvre, lo urbano no es substancia ni ideal: es más bien un espacio-tiempo diferencial. Lo urbano es el lugar "en que las diferencias se conocer y al reconocerse se aprueban; por lo tanto se confirman o se invalidan. Los ataques contra la urbano prevén fría o alegremente la desaparición de las diferencias" (Lefebvre, 1976a: 100). Lo urbano no es ya sino la radicalidad misma de lo social, su exacerbación y, a veces, su exasperación. “Lo urbano, al mismo tiempo que lugar de encuentro, convergencia de comunicaciones e informaciones, se convierte en lo que siempre fue: lugar de deseo, desequilibrio permanente, sede de la disolución de normalidades y presiones, momento de lo lúdico y lo imprevisible” es lo que aporta “movimiento, improvisación, posibilidad y encuentros. Es un “teatro espontáneo” o no es nada.

Los tecnócratas urbanos creen que su sabiduría es filosófica y su competencia técnica, pero saben o no quieren dar la impresión de saber de dónde proceden las representaciones a las que sirven, a qué lógicas y a qué estrategias obedecen desde su aparentemente inocente y aséptica caja de herramientas. Están disuadidos de que el espacio sobre el que reciben instrucciones para actuar técnicamente está vacío y se equivocan porque el espacio urbano la nulidad de la acción solo puede ser aparente: en él siempre ocurre algo. De manera al tiempo ingenua y arrogante, piensan que el espacio urbano es algo que está ahí, esperándoles, disponible por completo para sus hazañas creativas. No reconocen o hacen como si no reconociesen que ellos mismos forman parte de las relaciones de producción, que acatan órdenes.

Frente a un control sobre la ciudad por parte de sus poseedores políticos y económicos, que quisieran convertirla en valor de cambio y que no dudan en emplear todo tipo de violencias para ello, lo urbano escapa de tales exigencias, puesto que se conforma en apoteosis viviente del valor de uso. Lo urbano es el reino del uso, es decir del cambio y el encuentro liberados del valor de cambio. Es posible que la ciudad esté o llegue a estar muerta, pero lo urbano persistirá, aunque sea en “estado de actualidad dispersa y alienada, de germen, de virtualidad.  Lo que la vista y el análisis perciben sobre el terreno puede pasar, en el mejor de los casos, por la sombra de un objeto futuro en la claridad de un sol de levante…”. Un porvenir que el ser humano no “descubre ni en el cosmos, ni en el pueblo, ni en la producción, sino en la sociedad urbana”. De hecho, “la vida urbana todavía no ha comenzado”.

[Las citas son de Henri Lefebvre. De las ediciones españolas de La revolución urbana, Espacio y política y  El derecho a la ciudad.


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