Comentario para Alesya Sidorenko, doctoranda de antropologia social en la UB.
DOS EJEMPLOS DE CACOFONIA URBANA EN BARCELONA
Manuel Delgado
La sugerencia que te hacía ayer era relativa,
recuerda, al barrio de Fort Pienc. Las paradas de metro de referencia son Arc
de Triomf y Marina de la Línea 1 y Monumental de la Línea 2. Si clicas en
google tendrás toda la información introductoria precisa, incluyendo el
correspondiente mapa. Te adjunto una introducción al trabajo de Nilde Muraro y
Bernat Fábregas "Volem un barri digne", sobre los usos del espacio
público en el barrio, centrado sobre todo en el conflicto surgido por la venta
informal en el entorno de los Encants. Está muy bien y te servirá de
introducción a la problemática de la zona.
De todos modos, y en la línea que a ti te interesa,
te pedía que fijaras tu atención en las dos grandes intervenciones
arquitectónicas que ocupan lo que fueron terrenos de la antigua empresa estatal
española de transporte ferroviario, la RENFE. Son dos colosales instalaciones
culturales: el Teatre Nacional, encargado a Ricard Bofill, y el Auditori de
Barcelona, obra de Rafael Moneo. El destino de ambos volúmenes fue conformar
lo que iba a denominarse Plaça de les Arts, que transformaría lo que había sido
una extensa zona suburbial a diez minutos del centro y que, como te expliqué,
vendría a acompañar la zona comercial y de negocios que conforman Glòries y el
distrito del 22@.
El teatro está en el espacio entre Ribes, Padilla,
Castillejos y Meridiana. Si recuerdas, el teatro es un impresionante templo
clásico de vidrio y acero, con un gran vestíbulo flanqueado por gigantescas
columnas toscanas y que tiene como muros
mamparas de cristal de 12 metros de altura. La entrada está de cara a Poble Nou
y de espaldas al barrio. Lo que te pedía es que re fijaras en lo que dijo en la
presentación del edificio Bofill: "El
TNC está en un barrio degradado. Teniendo en cuenta ese paisaje, consideramos
que no podíamos hacer una arquitectura respetuosa con el entorno, un edificio
más, sino una arquitectura emblemática, con un peso importante. Por otro lado,
el TNC es un edificio público y debe mandar sobre el entorno". Eso lo
tienes en El País del 3 de marzo de 1995.
Cruzando la calle Padilla lo que tienes es el
Auditori Nacional, estrenado en 1999, ocupa la superficie de dos manzanas entre
Padilla, Lepant, Ribes y Ali Bei. Su
exterior, hermético y oscuro, evoca un enorme sarcófago, lo que contrasta con
un interior forrado en madera, luminoso y cálido, como representando el brutal
divorcio entre la delicadeza de la música que se escucha dentro y el
mundanal ruido que acecha fuera. Su descomunal fachada la componen paneles
de acero oscuro de los que Moneo, según declaró presentando el proyecto,
esperaba que se fuera desprendiendo la pintura, de manera "que conforme
vaya pasando el tiempo y envejezcan parecerán irónicamente más nuevos" y
"el edificio alcance su máximo esplendor no el día de su inauguración,
sino varios años después, cuando su entorno sea digno de merecerlo". Eso
lo tienes en El País del 6 de julio de 1988.
El contraste entre el Teatre Nacional y el Auditori
y el ambiente en que se incluyen subraya la desmesura de dos propuestas
arquitectónicas que se definen —y así lo remarcaban sus creadores al presentarlas—
por su desprecio hacia lo que les rodea, un barrio de baja clase media, Fort
Pienc. Los dos formidables volúmenes que se implantan en él —un altisonante
templo clásico y un descomunal cofre blindado— no es solo que resultan ajenos a
su entorno, sino que se pretenden su antítesis por lo que aspiran a contener, en
el doble sentido de albergar en su interior y sujetar para que no se expanda y
diluya: la grandeza de la creación artística. Como te dije, tanto el teatro
como la sala de conciertos expresan una altiva indiferencia hacia la vida real
que los envuelve en el día a día, un efecto que explicitan los paradójicos
espacios públicos circundantes, concebidos como zonas de aislamiento respecto
de la calle y las viviendas próximas. Ante el Teatre Nacional una espléndida
extensión de césped, cerrada por una verja que lo hace inaccesible, y, en torno
al Auditori, un desierto de cemento, sin árboles ni papeleras, que parece
dispuesto para ahuyentar más que atraer a eventuales usuarios.
Te sugería
también que contemplases el contraste entre esos dos grandes mamotretos ajenos,
cuando no hostiles al barrio, puras cacofonías, y la plaza de Fort Pienc, una
delicia diseñadas por otro arquitectos, Josep Llinàs, que registra una presencia
constante de diferentes tipos de público –jubilados, adultos, niños,
adolescentes... Hay lo que te encuentras es una apuesta formal interesante,
pero sobre todo una buena distribución de bancos y pequeñas zonas ajardinadas. Una
pequeña maravilla urbanística que en cierto modo ha dotado al barrio de un
punto de centralidad urbana del que ha dependido precisamente una creciente
conciencia de eso, de barrio.