dijous, 22 de gener del 2015

El transeúnte como transexual

La foto es de Yanidel
He estado pensando sobre lo que hablamos ayer. Y permíteme que continúe animándote a trabajar en esa línea de ir más allá de la discusión sobre la obvia incidencia de las perspectivas de dominación masculinas sobre los diseños urbanos. Mucho menos sobre si existe o no una manera específicamente «femenina» de construir o planear cuando los encargos los asumen arquitectas. Alúdelo, pero no lo coloques en el centro de tu trabajo. Ese tipo de discusiones acaban en reducciones paródicas, como la que supone que las mujeres proyectan preferentemente edificios con formas curvas y los hombres con estructuras verticales. Se puede acabar hablando en estos casos, por ejemplo y como he leído, de la posibilidad de una arquitectura «vaginal», como han propuesto algunos teóricos, en la que lo circular y lo cavernoso dominaran sobre lo sólido. A mí ese tipo de perspectivas se me antojan una caricatura.

Otra cosa es a donde tú apuntas, es decir en reconocer que los códigos culturales implícitos dominantes que distribuyen por género las cualidades y los valores, contemplarían el aspecto ordinario de los lugares públicos, de la calle, la manera como son usados por sus practicantes, en términos más bien femeninos, precisamente por la preponderancia allí de lo concreto, lo heterogéneo, lo cotidiano, lo sensitivo, el cuerpo. Como dijimos, la trama urbana es percibida y vivida en tanto que universo de intersticios, grietas, ranuras, agujeros, intervalos... Tienes razón: eso es precisamente lo que, en un sentido literal, el urbanismo viola. Esa ciudad múltiple sería ajena u hostil a la ciudad falocrática de los monumentos y las grandilocuencias constructivas, puntos fuertes que, como te remarqué, no son tanto erecciones en el territorio como erecciones del territorio mismo, expresiones rotundas de una metrópolis concebida a imagen y semejanza del cuerpo masculino.

Pero es la urbs: la actividad misma en que consiste lo urbano, la tarea misma de lo social haciéndose y deshaciéndose, una sociedad en cierto modo inorgánica en la que lo informal predomina y priman las situaciones sobre las estructuras. Una sociedad que no es otra cosa que ese trabajo que la forma y la disuelve antes de haber concluido su labor. A esa urbs se le opondría la polis, la administración y el proyectamiento centralizado de y sobre la ciudad, concebida como prolongación del modelo de Estado patriarcal y cuyos rasgos se asociarían semánticamente con lo masculino. En la calle, en cambio, la urbs acaba realizando su condición indeterminada, que se nutre de transformismos y ambivalencias.

En ese escenario reina una constante confusión entre las distintas rúbricas de lo real: lo individual y lo colectivo, lo abstracto y lo concreto, lo material y lo ideal, lo que oficialmente se asigna a la masculino –lo racional, lo organizado– y lo que lo masculino atribuye a lo femenino –lo afectual, lo sensitivo, lo intuitivo, lo emocional... Lee esto: «Ningún orden soporta la reversión». Esto lo dice Jesús Ibáñez. en su contribución a El uso del espacio en la vida cotidiana (Universidad Autónoma de Madrid), y lo hace reflexionado precisamente acerca de la relación entre espacio público y mujer. Búscalo. Lo que dice es que el Uno, lo único, la polis, el Estado, son masculinos. Pero la división masculino-femenino también lo es. Lo sólo masculino es masculino, por supuesto; pero lo sólo femenino también lo es. La dicotomía, por lo que tiene de organizadora, racionalizadora, estabilizadora –en cierto modo estatalizadora– se corresponde con una lógica en última instancia falogocéntrica. Ibáñez añadia: «Masculino no es sólo uno de los sexos, es masculina la unidad –o contrariedad– de los sexos [...] Femenina es la indeterminación sexual, la reversibilidad de los sexos, el travestismo (el juego libre de las apariencias sin referencia a una esencia)». 

El travesti es, en efecto, el hombre que no quiere parecer hombre y se reviste de la apariencia de mujer. Para Severo Sarduy, en el travestido “la dicotomía y oposición queda abolida o reducida a criterios inoportunos”. El travesti remite al mito del andrógino, que se sitúa en “un tiempo adámico, en un tiempo antes del tiempo y de la separación física de los sexos [...], al final de la parábola de los sexos: en su oscilación, en ese punto en que su contradicción es a la vez mantenida, acentuada y borrada”. Eso lo tienes en La simulación (Monte Ávila). Yo creo que el transeúnte amplía al mundo entero el estado de vaivén que el transexual opera entre los géneros, puesto que su existencia es la de un entre dos generalizado y constante. 


Pensaba después de hablar contigo en una cosa, si el flänneur masculino de alguna manera se feminiza, a la inversa, los personajes femeninos que en la literatura o en el cine desarrollan el grueso de su actividad en lugares públicos –prostitutas, agentes de policía, escritoras, marginadas sociales, bohemias, trabajadoras, etc.–, suelen ser mostrados como dominantes, seguros de sí, cínicos, con iniciativa, inconformistas, moralmente críticos, inclinados a la insumisión..., como si su contacto con la calle les imprimiera rasgos de conducta o caracteres asociados a los estereotipos de la virilidad. La calle, en resumen, propicia todo tipo de contrabandismos entre las esferas presuntamente estancas de lo masculino y lo femenino, vuelve andróginos a quienes lo frecuentan demasiado, los coloca en un territorio ambivalente en que todo puede devenir en cualquier momento reversible. El transeúnte siempre es un poco transexual. Eso es lo que te quería decir.



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