La traición de las masas
Manuel Delgado
Los desarrollos procurados desde las teorías democrático-liberales a propósito de la debilidad mental de las multitudes, "científicamente" confirmada por la psicología de masas y en cierto modo también por los sociólogos de la Escuela de Chicago, vieron confirmada su desconfianza cuando cupo asistir a las adhesiones populares a las doctrinas autoritarias que se extendieron por Europa en la década de los años 30 del siglo pasado. Se trataba, o al menos así se podía percibir, de una verdadera traición de las masas obreras a lo que debería haber sido el destino natural de su fuerza, que no podía ser más que el de la destrucción del orden capitalista. Wilhem Reich lo notó en su Psicología de masas del fascismo (Era), publicado en 1933. Os leí en clase varios fragmentos.
Los totalitarismos parecían asentarse, en efecto, en unas masas que al mismo tiempo conscientemente despreciaban. El propio Hitler se jactaba de haberle sacado el mejor provecho a las enseñanzas de Gustave Le Bon y haber asentado su poder político en la manipulación de unas masas que socialistas y comunistas habían creído monopolio suyo en Alemania. Frente a las pretensiones de la izquierda, pero también frente a la rudimentaria descalificación reaccionaria, Hitler estaba convencido de haber encontrado la clave para ponerlas al servicio de los objetivos del Partido Nazi. En sus confidencias a Hermann Rauschning, publicadas en 1938 (Hitler. Confesiones íntimas; hay una edición reciente en español en Círculo Latino) todo el capítulo XXXV está dedicado a su concepción de la política de masas, en la que demuestra no solo su simpatía, sino sobre todo su deuda con las teorías de Le Bon acerca de la manipulabilidad de las masas. Os leí también algunos fragmentos en clase.
No las menté en clase, pero otras lecturas abordaran la anormalidad de las masas desde otras escuelas psicológicas, como es el caso de la de Serge Tchakhotine sobre la catastrófica influencia de la propaganda sobre unas multitudes frágiles ante la demagogia política y sus ardides, a partir siempre de la manera como en el momento en que se intenta publicar por primera vez su Le viol des foules —1939; está en la biblioteca en una edición de 1952—, se está asistiendo a fenómenos históricos probatorios en ese sentido, como son el estalinismo y los fascismos. En este caso, el ascendente de la psicología procede del behaviorismo pavloviano, que le atribuiría a agitadores, periodistas, líderes y lo que hoy llamaremos profesionales del marketing comercial o político la labor de crear primer y desencadenar después, a través de la disposición de determinados simbolismos, reflejos condicionados entre los componentes de las masas, que llevaran a estas a respuestas automáticas adecuadas a los intereses de instancias manipuladoras de rango superior.
Se trata entonces de reconocer la actividad de verdaderos "opresores psíquicos", capaces de establecer además móviles moral y racionalmente negativos para excitar y enseguida encauzar en su beneficio la emotividad natural de las multitudes, tanto cuando estas se expresan en la calle como cuando lo hacen votando en elecciones o plebiscitos. La acción de los individuos en este tipo de actividades colectivas no responde a deliberaciones conscientes, sino "al efecto de procesos nerviosos psicológicos..., desencadenados científicamente por energías aplicadas desde el exterior, por medios llamados de propaganda, o demagogia, o mejor aún 'psicagogia'". A hacer notar que en la nomenclatura que propone Tchakhotine, y en la línea de esa confusión temática que acompaña la clasificación de los grandes agregados humanos modernos, la masa —masse— se corresponde con el público según Tarde o Park, como unidad social "dispersa topográficamente", reservándose la multitud o foule para nombrar las compactaciones físicas.