La foto es de Yanidel |
EL NIÑO Y LA BATUTA
Manuel Delgado
Una vez al año, las grandes orquestas
organizan un concierto extraordinario dedicado a los niños. Como colofón, uno
de los pequeños es invitado a subir al escenario, donde el director le entrega
la batuta y le invita a dirigir la orquestra. El pequeño agita sus manitas
dictando un compás imposible de obedecer, lo que no impide que los músicos
interpreten a la perfección la partitura que tienen delante y que ya se saben
de memoria. Por su parte, el público infantil participa, sin creérsela, de la
ilusión óptica de uno de los suyos dirigiendo un conjunto sinfónico.
El gran espectáculo
democrático de las elecciones viene a ser lo mismo. Cada tanto tiempo podemos
excitarnos ante la visión de unos ciudadanos que, durante unas cuantas
semanas, se entregan a todo tipo de contorsiones y piruetas con tal de motivar
la atención y la simpatía del público. Éste tiene en el circo que se despliega
ante sus ojos –mítines, debates, declaraciones, encuestas- una fuente de
emoción y de incertidumbre, no muy distinta de la que suele respirarse antes de
las grandes citas futbolísticas.
Al final, luego del
clímax de la noche electoral, el melodrama se resolverá cuando la gran magia
democrática repita su portento y unos papelitos introducidos en una especie de
pecera se transformen milagrosamente en la voluntad popular hecha carne ente
nosotros.
Entonces, una criatura
será llamada a escena y, ante la mirada cómplice de un público infantil,
dirigirá imaginariamente una orquesta sinfónica a la que, en realidad, le tiene
del todo sin cuidado quén tenga en sus manos la batuta. Y así siempre, hasta
ese día en que por error suba a la tarima un niño malo y le dé por cambiar la
partitura.