La foto es de Raúl Díaz |
Comentario para Paolo Tarsi, doctorando.
TODAS LAS SOCIEDADES SON SECRETAS
Manuel Delgado
Esta noche es un ejemplo perfecto
de ello. Date cuenta. Cuál es el momento en que los niños son arrancados de lo
que hasta entonces había sido su reino -el de la infancia- y son incorporados
al «uso de razón» - primera fase de su incorporación al mundo los mayores- es
aquel en que les es confiado un secreto: que los Reyes Magos -o la Befana, o
Papá Noel- son los padres. Una vez se produce ese instante iniciático y el niño
o la niña «ya saben», nada será igual. Han dejado atrás una fase de la vida a
la que no podrán volver.
Tenemos, de esta manera, que el
secreto actúa organizando la sociedad en dos grandes bandos: el de aquellos que
lo comparten y el de todos los demás, que lo ignoran, aunque nunca dejan de
tener presente que se les esconde siempre algo. En la comunidad de aquellos que
comparten se generan determinadas formas de cooperación que ponen de manifiesto
hasta qué punto el secreto funciona como un mecanismo que garantiza la eficacia
de cierto tipo de iniciativas. La vida cotidiana de cada uno de
nosotros está llena de pruebas que evidenciarían el papel fundamental que hace
el secreto como eje alrededor del cual gira buena parte de nuestra relación con
los demás.
Es por eso que hablar de "sociedades
secretas" no deja de ser un pleonasmo, pues toda sociedad es de alguna
manera secreta. Cualquier asociación humana- sean cuales sean sus dimensiones,
es decir, empezando por una simple pareja -establece una diferencia clara entre
los que lo saben y los que no lo saben, entre los que conocen determinadas razones,
orígenes e intenciones y los que no.
Todo vínculo asociativo universal exige estar
al tanto de lo que pasa, lo que una expresión castellana diría "estar en
el ajo". Los miembros de un determinado equipo, que están al corriente de
una determinada información reservada, deben comprometerse a hacer una serie de
puestas en escena y de juegos de lenguaje que les permiten intentar definir
cada situación en función de sus intereses. El hecho remarcable es que ,
considerando que todos debemos pertenecer siempre a más de un equipo, tenemos
que pasar buena parte de nuestra vida cotidiana intentando mantener inútilmente
un equilibrio entre diversas lealtades, no siempre compatibles, a veces
antagónicas, cada una de las que nos reclama actuaciones a menudo
irreconciliables. Esto es lo que nos obliga a ser agentes dobles
constantemente, forzados a elegir, es decir, a traicionar.