Artículo publicado en El País, el 23/7/1998
ALERTA 2004
Manuel Delgado
A
medida de que el proyecto del Fórum Universal de las Culturas va venciendo
obstáculos y ganando adhesiones se antoja más preocupante un detalle al que no
parece dársele demasiada importancia: a estas alturas, nadie parece estar en
condiciones de explicar con claridad qué es de lo que se va a hablar en esa
magna cita internacional de tampoco se sabe exactamente de qué ni de quién. Es
decir: tenemos el diseño, los criterios de financiación, los planes
urbanísticos, los escenarios... Sólo falta que alguien dé cuenta de qué es lo
que se pretende contarle al mundo desde Barcelona el próximo 2004. Se dispone
de todo lo que requiere una gran superproducción: un escenario espectacular,
actores y técnicos de primera, un extraordinario presupuesto... En cambio,
nadie parece saber lo más importante: de qué va ir la película.
Esa
absoluta falta de definición relativa a los contenidos del Fórum 2004 es del todo desasosegante, por cuanto el
material que se pretende manipular es altamente sensible y las concomitancias
de la noción de cultura están cada
vez más asociadas a las nuevas estrategias del racismo. No se olvide que cultura se emplea hoy como sucedáneo de
la caduca idea de raza y para cumplir
idénticas funciones: mostrar las diferencias humanas como irrevocables,
cárceles de la que no es posible ni en el fondo legítimo escapar. Dicho de otro
modo: la idea de que la humanidad está dividida en culturas claramente delimitables, cada una con su cosmovisión
singular y con rasgos de identidad diferencial que deben ser protegidos y
promocionados es la base de todas las ideologías de exclusión actualmente en vigor.
Tan
peligrosa deriva conceptual acaso se explique por el hecho de que los
responsables de Barcelona 2004 han abordado un asunto sin contar con quiénes
más podrían ayudarles. A pesar de que la idea inicial se parecía
sorprendentemente al proyecto «El tesoro de la diversidad», que el Institut
Català d'Antropologia presentaba dentro de la malograda candidatura barcelonesa
a la capitalidad cultural del 2001, ni el ICA, ni ninguno de los departamentos
de antropología de las universidades catalanas han sido consultados en relación
a un asunto de su competencia profesional. Algo así como si un supuesto Fórum
Mundial de los Mercados, pongamos por caso, llegara a la conclusión de que los
economistas no tienen nada útil que aportar al respecto.
Y
lo peor es que el despiste absoluto de los organizadores de Barcelona 2004
puede conllevar resultados catastróficos. Es más, al paso que vamos es muy
probable que Barcelona acabe brindándole al mundo un mensaje exactamente a las
antípodas del que pretendía escenificar. Los prospectos y el vídeo que se
presentan en el marco de la exposición Ara
és demà, en el Moll de la Fusta de Barcelona, confirman las peores
sospechas, en el sentido de que se está concibiendo un fórum universal de las razas, como lo demuestra el énfasis en una
diversidad humana puramente fenotípica. Por lo demás, si se insiste en que las
unidades básicas de que estará compuesta la exposición serán las «diferentes
culturas del mundo» el desastre será ya absoluto, puesto que convertirá
Barcelona en escaparate de una exaltación de ese racismo diferencialista que
hoy causa estragos en medio mundo.
Planteándolo
con claridad. Barcelona tenía motivos para presentarse precisamente como una
negación de esa posibilidad –imaginada desde todo tipo de fundamentalismos– de
que las culturas, las lenguas y las religiones puedan vivir alguna vez aisladas
las unas de las otras. La idea de una humanidad en mosaico, conformada por compartimentos estancos que se tocan sin
sobreponerse y dentro de los cuáles cada cual viviría encerrado en su
«diferencia», demuestra su ficción en las calles de una ciudad que existe en calidoscopio, es decir en que las
configuraciones culturales son masas móviles, nebulosas que se pasan el tiempo
convulsionándose y mutando, interseccionándose sin reposo y sin lugar, una
sociedad en que cualquier reducción a la unidad –cultura, etnia, lengua,
religión...– sólo puede ser experimentada en tanto que una ilusión momentánea
que la realidad vivida jamás confirmará.
Expresión viva de una pluralidad en movimiento,
que no es la negación sino el requisito
mismo de toda idea de ciudadanía y civilidad.
Esa
base doctrinal hubiera podido conocer una espléndida concreción en el proyecto
2004. El resultado hubiera sido no un fórum, sino un ágora, un espacio todo él
hecho –en los argumentos y en las formas– de conexiones y desconexiones, acta
de todos los bastardeos habidos y por haber, de todas las hibridaciones
culturales de que podemos ser testigos a nuestro alrededor, de las polinizaciones
civilizatorias más increíbles, de heterogeneidades humanas microscópicas o
masivas... Una apoteosis de la interculturalidad como complejidad generalizada.
Una colosal feria de los monstruos culturales, aquellos de los que a buen
seguro habrá de depender la prosperidad de las sociedades.
A
años luz de un propósito así lo que se insinúa es una especie de Expo en que
los Estados serán suplantados por algo todavía peor, puesto que es un efluvio
místico e inefable lo que le sirve de sentido y alimento: las «culturas». Si
estas son las moléculas del Fórum, si son éstas las presuntas realidades que se
convocan, ¿quién y con qué derecho se arrogara su representación? En cuanto a
su puesta en escena, ¿se podrá evitar que, una vez por fin halladas, se vean
reducidas a su caricatura, a la manera de las parodias folclóricas que se
despliegan en las «fiestas de la diversidad»? Gravísimo es que en toda la
documentación producida acerca de un llamado fórum de las culturas nadie se haya tomado la molestia de explicar
qué es lo que está entendiéndose por cultura.
Está
bien. Vale que el consenso necesario fuerce a obtener el soporte de instancias
políticas, mediáticas, religiosas o económicas que hay que hacer un esfuerzo
para imaginarlas comprometiéndose en la causa de la paz y la libertad humana.
Pase que entre las instituciones que ven con simpatía el proyecto estén la OTAN
y el Vaticano. De acuerdo en que se quiera hacer creer que el apoyo de Norman
Foster o Steven Spielberg es garantía de algo. Aceptemos incluso que el
asesoramiento de Barcelona 2004 se confíe no a especialistas en el objeto que
se le presume al acontecimiento, sino a urbanistas, publicitarios y banqueros.
Pero lo que no puede ser es que ese absoluto desprecio por los contenidos, esa
desdén apenas disimulado por lo que se le quiere decir al mundo –como si en el
fondo tanto diera, como si todo fuera una insincera excusa para montar un gran
circo–, acabe desembocando en la defensa involuntaria de ideas en nombre de las
cuales millones de seres humanos son hoy agredidos, deportados, discriminados y
privados de sus derechos en el planeta.