Hace poco el colega del GRECS Miquel Fernández presentaba su tesis doctoral Matar al “Chino”. Entre la Revolución urbanística y el asedio urbano en el Barrio del Raval de Barcelona. En el tribunal tuvo a Gary McDonogh, del Bryn Mwar College; Monica Degen, de la Brunel University, i Nilton Santos, de la Universidade Federal Fluminense. Le agradezco sinceramente que me haya permitido dirigir su trabajo.
Ese trabajo es, en
primer término, el resultado de una investigación sobre la violencia. Más concretamente,
sobre la llamada violencia del orden, violencia estructural, estructurante
o en palabras de Slavoj Žižek, objetiva.
Las preguntas que guiaron la indagación fueron, por un lado, hasta qué punto se
podía contrastar empíricamente este tipo de violencias, y si así era, cómo
operaban en un caso concreto, el de la últimas reformas urbanísticas en el
barrio del Raval de Barcelona. Lo estudiado han sido en esencia las
alteraciones de la vida urbana en la calle d'en Robador del barrio del Raval de
Barcelona como consecuencia de estas incisiones sobre el entramado morfológico
del barrio. Las reformas comportaron destrucción de patrimonio arquitectónico,
habitacional y cultural de gran valor. Asimismo, generaron expulsiones directas
o indirectas, de población y en cierta medida y en ciertas zonas, su
substitución por otra de mayor capacidad de dispendio.
Adoptar una
perspectiva centrada en las violencias, requirió un ejercicio previo
para descubrir qué se ocultaba tras las bondadosas retóricas que se asociaban a
la llamada “rehabilitación del Raval”. Para ello se llevó a cabo un rastreo
historiográfico del lugar. Se cruzaron dos ejes interpretativos que iban resultar
aplicables desde la fundación del barrio hasta nuestros días: por un lado, la
persistente literatura demonizante que daba cuenta de un lugar extraterritorial
y por el otro, las instituciones y prácticas de control social que han producido
el Raval como lugar de excepción.
El trabajo
historiográfico entonces permitió establecer una continuidad en las diversas
prácticas de control aplicadas sobre el Raval por los consecutivos gobiernos de
la ciudad. Se identificaron sucesivamente, la misericordia el higienismo, el
urbanismo, o el más reciente civismo como instituciones, prácticas y culturas
de control sobre el lugar y su población trabajadora y descapitalizada.
Una vez establecidas
estas convergencias y continuidades en el trato que las instituciones
gobernativas habían dispensado a grandes capas de la población del Raval, se
propuso una etnografía crítica de una de los últimos recovecos donde persistía
el mito del “Barrio Chino”, la calle d'en Robador. El objetivo no era
otro que el de escudriñar qué había cambiado y qué persistía en relación a lo
descubierto mediante el análisis historiográfico.
Dicha etnografía se
llevó a cabo entre la primavera de 2010 y el verano de 2012. Desde el punto de
vista expuesto, se elaboró una taxonomía de la enorme variedad de grupos
humanos allí presentes, así como de los encuentros y desencuentros particulares
que allí eclosionaban. Destacaban cuatro grandes grupos categorizados con los
nombres de antiguos / nuevos vecinos, trabajadoras/es del mercado
laboral informal, policías, modernillos o turistas. El siguiente paso
fue una descripción del entorno físico que servía de escenario a las
interacciones de los grupos humanos identificados. Se trata de un lugar crónicamente
abandonado a la suerte de sus inquilinos desde su urbanización en el siglo XVI hasta
nuestros días. Un espacio en el que ni propietarios -mayoritariamente de fincas
enteras- ni las sucesivas administraciones, han intervenido. Siendo la primera
vez, una de las más condundentes ya que se llevó a cabo “el primer saneamiento
del barrio” mediante los bombardeos de la aviación fascista italiana de 1937-
38 (tal y como recoge hoy día la web del Ajuntament de Barcelona en su
apartado histórico sobre el Raval). Intervenciones éstas que se han
caracterizados por un enorme componente de violencia objetiva y subjetiva
que van desde no reparar las fincas ni su estructura desde hace decenios, o
indemnizar ridículamente a los afectados, pasando por prácticas de mobbing institucional,
amenazas y palizas a vecinas o usuarios renuentes, hasta la corrupción política
y policial.
Para entender cómo
este tipo de prácticas eran poco más que consentidas -cuando no, propulsadas-
por parte de algunas de las autoridades competentes, llevé a cabo una especie
de exégesis del mito del “Barrio Chino”.
Y es que, el lugar escogido exigía que se tuviera muy presente la
importancia determinante de su dimensión retórica. Es bien sabido que el lugar
fue rebautizado con el nombre “Barrio Chino” al compararlo con un escenario
producto de la ficción cinematográfica: los Chinatown's de San Fransico
o Nueva York. Al cronista responsable del infame bautismo, le pareció que los Chinatowns
que él conoció a través del cine, eran lugares iguales al antiguo
barrio de Drassanes por el hecho que ambos competían en vicio, degeneración
y lobreguez espiritual. Así fue como una ficción (las películas hollywoodienses
sobre los Chinatown's) sirvió para (mal) interpretar la realidad de un
barrio progresivamente más estigmatizado en tanto servía de “baluarte seguro de
cualquier motín” y donde se prestaba “secreto a los garitos y al crimen”.
En este sentido,
analizando el mito del “Barrio Chino”, destaqué la confusión más o menos
interesada entre un barrio sempiternamente miserabilizado y el áurea gloriosa,
bohemia y casi beatífica -desde el punto de vista de uno de los autores que
mejor habían literaturizado los bajos fondos de Barcelona, Jean Genet. En este
apartado se pone en evidencia que el lugar sólo podía existir -y reproducirse-
en base a un juego de espejos con su contrario natural, las y los
aguerridos excursionistas (J.M. de Sagarra) de las buenas familias de
Barcelona (Gary Mc Donogh). El “Barrio Chino” no era más que el reflejo
invertido de lo que la incipiente burguesía barcelonesa industrial y
especuladora quería encarnar y que tan bien retrato Santiago Rusiñol en su
“Gente bien”: orden, modernidad y civilización. La pervivencia del mito es aún
hoy presente en la encarnación que protagonizan los actuales vecinos o usuarias
de la calle etnografiada. Hasta tal punto esto es así, que el mito se ha
convertido en un nuevo elemento para aumentar el valor simbólico de la zona y
atraer así a nuevos grupos de foráneos seducidos aún por la reputación canalla
del barrio.
El apartado
etnográfico finaliza con un análisis del que es quizás la confrontación más manifiesta
a pie de calle en Robador. Se trata de la disputa por el espacio protagonizada
por usuarios de la zona, nuevos y viejos vecinos, usuarios, trabajadoras o
policías. Por un lado, aquellos y aquellas que allí se procuran la subsistencia
en el mercado de trabajo informal -me refiero al mercadeo sexual, el tráfico a
pequeña escala de narcóticos, o la venda ambulante de artículos de procedencia
desconocida. Por el otro, los nuevos vecinos con mayor capacidad de consumo pecuniario,
más o menos apoyados tanto por grandes medios de comunicación, como por los
cuerpos policiales. Estos últimos con una intensísima presencia en la calle, en
sintonía con lo que se conoce como urbanismo preventivo, así como por
más de una decena de cámaras de videovigilancia.
Lo que la observación
y el análisis permitían concluir es que el gobierno de la ciudad ha coadyuvado
ha aniquilar una forma de vivir en la ciudad que estorbaba a la instauración de
un orden proclive a los intereses políticos y económicos de las élites locales
y globales. Un marco de intervención urbanística más inteligible desde una
perspectiva colonial que comporta un abandono continuo del lugar por parte de
las autoridades, el descubrimiento de los usos de la representación hiperbólica
al servicio, tanto de la destrucción del lugar y expulsión de sus gentes y
prácticas como de la conversión de lo que se llegó a conocer como islote de libertad
en un peñón para la excepción al servició de la conversión de la zona es
un espacio de elevada producción de plusvalías acaparadas por importantes
oligopolios especulativos, inmobiliarios y de servicios. De hecho, ahora nos
encontramos en un momento muy importante en relación a la disputa entre élites
por saber quién controla los réditos que allí se producen: se trata de una batalla
entre élites locales -formales o corruptas-, y a su vez entre
éstas y otras globales.
Finalmente, la
investigación permitió suponer que, precisamente es en la calle d'en Robador,
donde se pueden encontrar las salidas a esta endiablada conjunción de búsqueda
salvaje de beneficios y asedio contra lo urbano. El vigor con la que esta calle
se organiza -de manera ciertamente peculiar-, resiste, sobrevive y disfruta,
debería ser un ejemplo para cualquier la lucha por el derecho a la ciudad.
[La fotografia está tomada de http://illarobador.wordpress.com/]