dimecres, 18 de gener del 2012

Falange Española y los contactos con CNT y PSOE para la conformación de un Partido Social Español

En los comentarios que se han incrustado en este bloc relativos a mi identificación de Foro Babel y Ciutadans per Catalunya con una opción nacionalista española –que nunca se han formulado en clave de insulto, sino de mera tipificación política– hay una insistencia particular: la de plantearme críticamente cómo puedo afirmar que este tipo de movimientos sociales, culturales o políticos son nacionalistas, si su orientación u origen está mayoritariamente en la izquierda moderada y su programa social es de vocación socialdemócrata.

La raíz de este reproche está no sólo en esa extraña manía de no reconocer hasta qué punto la izquierda –incluso la más radical, incluso la más internacionalista– ha sido siempre y en todos sitios nacionalista, sino dar por buena una asociación, que en España parecería tanto más obvia, entre derecha y nacionalismo.

Eso tiene que ver con lo chocante que tiene, en apariencia al menos, que el nacionalismo español, que en la entrada anterior vimos que nace y se desarrolla en el siglo XIX bajo un signo inequívocamente liberal y modernizador, acabe en manos de la derecha franquista y sus herederos, entre ellos por supuesto el Partid,o Popular. Está claro que, por ejemplo, el carlismo no fue en el siglo XIX nada "nacional", puesto que ese calificativo era patrimonio exclusivo del liberalismo, más todavía en sus expresiones más progresistas. Es más, recuérdese que, ya bien entrado el siglo XX, si una parte del catalanismo conservador se alinea con el franquismo lo hace más bien encuadrándose militarmente en el Tercio Nuestra Señora de Montserrat, es decir en el marco de un tradicionalismo que había sido de siempre, y por definicion, foralista y, por tanto, anticentralista, como consecuencia de su resistencia a la constitución de un Estado moderno en España el siglo anterior.

Las claves de ese desplazamiento son complejas, pero a mi entender tienen que ver con un cierto malentendido que resulta de una inapropiada identificación entre movimientos totalitarios de los años 30, los “fascismos”, y derecha política y social, es decir opciones políticas de signo conservador, clerical y reaccionario. De hecho, desde el punto de vista tanto ideológico como de proyecto, los autoritarismos europeos serían más bien opciones que se presentaban como terceras vías –lo que se llamaba “tercerismo”, ni de izquierdas, ni de derechas, como proclaman algunos desorientados del 15M y la clave de la adhesión entusiasta a este movimiento de Falange Española–, populismos demagógicos que agitaban una retórica anticapitalista e incluso revolucionaria, pero que eran en realidad más bien, en su concreción en temas sociales, lo que hoy definiríamos como socialdemócrata. Su punto enfático era, en cualquier caso, el nacionalismo, en particular una especie de identitarismo de base étnica o histórico-cultural, asociado con un cierto proyecto social que aspiraba a imponer una reconciliación entre las clases y una superación o renuncia a sus antagonismos no muy diferente de la que propugna hoy el socialismo reformista, con su pretensión de atemperar el capitalismo y hacerlo “sensible” al bienestar de las mayorías.

Por supuesto que todo esto es mucho más complicado, pero lo que quiero expresar es que ese nacionalismo español que pretende neutralizar como sea las tendencias disgregadoras de los nacionalismos llamados "periféricos" y asumir una misión restauradora de la sagrada unidad de la patria que hizo suya Falange Española y de la Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista no se encuentra hoy en el neofranquismo del PP. Lo prueban los reproches que siempre han recibido el recién desaparecido Manuel Fraga o los PPs balear, catalán e incluso valenciano de no ser lo suficientemente beligerantes ante los separatismos e incluso de haber asumido como propias ciertas vindicaciones nacionalistas en ámbitos como el lingüístico. Quien creo que representa una parte importante de la herencia del fascismo español de los años 30 no es el PP, sino determinadas corrientes en el seno del PSOE y partidos desgajados de esos segmentos como UPyD, no a pesar de no ser programáticamente de derechas, sino precisamente porque no lo son.

Dicho de otra manera, lo que más se parece a la mezcla entre demagogia social y nacionalismo español exacerbado que conformó la Falange es en el populismo casi peronista de Alfonso Guerra o Rodríguez Ibarra -recuérdese como la prensa americana presentó a los triunfadores en el congreso de Suresnes, Felipe González y Guerra, como "jóvenes nacionalistas españoles"-, o el nacional-catolicismo suavemente de izquierdas de José Bono o de Francisco Vázquez, y, por descontado, en el tono airado y redentorista de Rosa Díaz. Conste que no estoy asociando a estos políticos con el fascismo histórico español a la manera de insulto u ofensa. No estoy diciendo que son “fachas”, ni “franquistas”; estoy defendiendo que son quienes mejor representan la pervivencia de aquella bisagra que comunicara e intentara articular en España populismo obrerista anticomunista y nacionalismo, es decir el fascismo, entendido este último en un sentido estricto, como movimiento sociopolítico históricamente ubicado en el periodo de entreguerras y que combina en ciertos países europeos reformismo social y patriotismo extremo.

El asunto está muy estudiado y cuenta con fuentes y desarrollos abundantes. La voluntad de José Antonio de apartarte del derechismo conservador español es programática y de raíz y, en el plano simbólico, se plasmó en la adopción del azul mahón de los monos obreros para las camisas y del rojo y el negro anarcosindicalista para la bandera. Este ingrediente obrerista y social es sabido que se tradujo en ininterrumpidos intentos por atraer a la izquierda no marxista, sobre todo en orden a conseguir algo que no llegó a existir nunca en España –a diferencia de Italia o Alemania–, que fue un auténtico partido de masas fascista, partido que, siguiendo aquellos modelos, debía nutrirse en buena medida de un contingente importante de militantes y activistas procedentes de los sectores populares.

Fue en pos de ese objetivo que se coqueteó con sectores moderados de la CNT, un asunto también muy bien documentado. Estos intentos de aproximación se tradujeron en Barcelona en encuentros con militantes anarconsindicalistas, algunos bien públicos y casi masivos –como la cena con el mismo José Antonio en la plaça Reial–, casi siempre preparados por el poeta falangista Luys de Santamaría, uno de los personajes –si se me permite anotar de paso– más apasionante y enigmático de la cultura catalana de los años 30. Considerando que el control de la FAI hacía imposible sacarle provecho a esos intentos de acercamiento a los núcleos menos radicales de la CNT, es que se produjeron los  los intentos de conexión con los trentistas de Ángel Pestaña y luego con el Partido Sindicalista, que aparecía guiado por el referente que le prestaba el Labour Party británico.

De todos modos, la convicción de los falangistas de que era posible atraer a sus filas a ciertos elementos anarcosindicalistas –de los que sólo les separaría presuntamente lo que llamaríamos el “factor nacional”– continuó incluso durante la guerra. Hace tiempo me compré en una librería de segunda mano las memorias de Manuel Hedilla –acaso el elemento más representativo de la tendencia social de Falange y el referente del falangismo antifranquista posterior–, dictadas poco antes de su muerte a Maximiano Guerrero y publicadas con el título de Testimonio de Manuel Hedilla (Acervo, 1972), en las que relata su labor como quintacolumnista en Barcelona. En la página 83 puede leerse: “Yo estaba encargado, entre otras tareas, de ir creando células de oposición nacional-sindicalista dentro de la CNT –las cuales proliferaron durante la guerra– y de incorporar a la Falange a los anarcosindicalistas encolerizados contra la Republica y dispuestos a nacionalizarse”. Las referencias a los contactos entre CNT y Falange son numerosos y accesibles, incluso en la red. Un libro esclarecedor al respecto es el Joan M. Thomas, Falange, guerra civil, franquisme, FET y de las JONS de Barcelona en el primers anys del règim franquista (Publicacions de l'Abadia de Montserrat).

Pero la tentación más grande de Falange –especialmente por parte del propio José Antonio y los sectores más obreristas del partido– a lo hora de conformar un partido de masas fascista fue la de contar con el PSOE o al menos de una parte importante de su militancia, la más lejana del radicalismo de un Largo Caballero y más sensible a la hora de colocar el lugar central la vindicación de la españolidad, es decir esa afirmación y defensa vehemente de lo nacional que, junto con el reformismo socialista, conformaba la esencia misma del fascismo y el nazismo. En efecto, parece indudable que el referente ideológico de Falange no fue nunca la CEDA –esa derecha a la que despreciaba–, sino el PSOE, al que unía una afinidad en el ideario social, pero del que se esperaba un mayor compromiso nacional y patriótico. Si el PSOE hubiera sido más “nacional” –tal y como ahora se le exige desde UPyD– hubiera podido asumir su papel como partido de masas fascista, o al menos contribuir a su constitución, a la manera del modelo italiano o incluso del alemán, siguiendo el modelo de los  nacionalbolcheviques, del que se derivó la adopción del rojo para el fondo de la bandera nazi.
Y dentro del PSOE está claro que la mayor afinidad era la que procuraba una figura de Indalecio Prieto, la “gran esperanza blanca” del fascismo español, puesto que en él concurrían esos dos ingredientes que conformaban la modalidad del proyecto de redención de España en que la Falange estaba comprometida.

Las pruebas de la cercanía ideológica y la mutua simpatía entre José Antonio Primo de Rivera y Prieto son abundantes y están muy bien documentadas. Llegan hasta los intentos de Prieto por salvar la vida del líder falangista –devolución del favor que le hicieron los falangistas de salvarle la vida ante un inminente atentado por parte de sus correligionarios radicales– hasta el papel que se atribuye al dirigente socialista en la aparición a principios de los 40 de una Falange Auténtica que acusaba a Franco de traidor a la naturaleza revolucionaria del nacionalsindicalismo español.

La afinidad entre Prieto y José Antonio y el proyecto de este último de contar con el sector antimarxista del PSOE para su proyecto de Partido Social Español están, como digo, bien trabajadas por los contemporaneistas. De todos modos, puestos a escoger, propondría
Y sobre todo Indalecio Prieto, socialista y español, de Octavio Cabezas (Algaba) y el capítulo VII de Falange. Historia del fascismo español, de Stanley G. Payne, un libro que publicó inicialmente Ruedo Ibérico y del que tengo una edición de kiosko de Sarpe. No sé si se habrá reeditado.

Prieto había dicho en un encendido discurso en Cuenca, el 1 de mayo de 1936: “A medida que la vida pasa por mí…me siento cada vez más profundamente español… No somos la antipatria; somos la Patria, con devoción enorme para las esencias de la Patria misma”. Recordando estas palabras –que tanto conmovieron a José Antonio en su celda de Alicante– uno entiende en qué consistió ese nacionalismo español que, a mi entender, representó en su día Prieto y representan hoy el guerrismo de Rodríguez Ibarra, el socialnacionalcatolicismo de Bono o Vázquez o la socialdemocracia constitucionalista de Albert Rivera y Rosa Díaz: la expectativa de una opción radicalmente española en lo patriótico, ajena al franquismo y moderadamente de izquierdas en las cuestiones sociales, es decir el Partido Social Español en que soñó el fascismo español, entendiendo “fascismo” no en un sentido insultante, sino en su misma literalidad histórica.

[Cartel del PSOE madrileño representando a Indalecio Prieto rodeado de los ejércitos de Tierra, Mar y Aire de los que era ministro en 1937]


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