diumenge, 24 de desembre del 2023

La polis es fálica; la urbs, uterina

La foto es de Mahdi Aridj, http://tinyurl.com/2dcbxphv

Final de Memoria y lugar. El espacio público como crisis de significado, Ediciones General de la Construcción, Valencia, 2001. Es la publicación de la conferencia impartida en el curso Arquitectura pensamiento, en la Universitat Politècnica de València, el 14 de marzo de 2000.

La polis es fálica; la urbs, uterina
Manuel Delgado

Es cierto que, como ha puesto de manifiesto Richard Sennett en Carne y piedra, la ciudad ha tendido a ser pensada por sus relatores en relación analógica con el cuerpo humano. Pero ese cuerpo humano que los arquitectos y diseñadores urbanos han tomado como referente ha sido invariablemente el cuerpo de hombre. No se trata ya de que la ciudad se pliegue a las proyecciones del poder y el prestigio masculinos y de que, por ejemplo, la organización oficial de la memoria urbana a través de los nombres del callejero, por ejemplo, como pone de relieve Teresa del Valle prime con descaro figuras de varones, sino de que, como lo humano genérico, lo urbano, y sobre todo lo urbanizado, se identifica sistemáticamente con lo viril.

Es ahí que deviene revelador que, en las raíces, coincidiendo con la invención del urbanismo moderno como forma de control y sometimiento de lo urbano, en la segunda mitad del siglo XVIII, compitan dos visiones sobre la invención de la arquitectura. Una, la vitrubiana, postula un origen mimético-naturalista de toda construcción, que toma como modelo el cuerpo masculino bien constituido. La otra es de orden simbólico, y atribuye la inspiración inicial de la arquitectura a un original culto al poder generativo del macho, concretado en su miembro viril. Tanto en un caso como en otro, es el cuerpo del hombre al que todas las teorías sobre la ciudad acaban remitiendo por una vía o por otra.

Y es que no hace falta ser un freudiano, ni participar de las tesis «feministas» de Lacan sobre el falocentrismo, para percibir los intentos de sometimiento de ese espacio público por parte de las instituciones políticas como masculinizantes, sobre todo, cuando emplean técnicas retóricas basadas en la monumentalización. Todo monumento implica el último esfuerzo de la polis por vencer a la urbs. El monumento quiere imponer lo lógico frente a lo heterológico, lo normalizado sobre lo heteronómico y lo anómico. Todo monumento expresa la voluntad de hacer de cada espacio un territorio acabado, definido, irrevocable, puesto que es una expresión vicaria, levantada en el centro justo de las actividades microbianas de los transeúntes, del Palacio, en tanto que lugar cimero de la representación arquitectural del poder político.

Porque todo monumento es ante todo eso, una erección, y una erección no sólo en el territorio, sino del territorio mismo. Su función es la de proclamar la centralización intercambiablemente política y sexual: la monarquía absoluta y viril de lo Único. Esos monumentos que se yerguen sobre los paisajes de lo hiperconcreto, en los que el poder político contempla impotente las estratagemas de los desconocidos que allí se agitan, son el desesperado intento por hacerse ver y recordar. Es el Poder. La ciudad fálica. La polis. En torno suyo, no obstante, se multiplican inquietantes, se extienden infinitamente, todas las expresiones de la Potencia. A ras de suelo todo son intersticios, grietas, ranuras, agujeros, intervalos... La ciudad profunda y oculta, la república de lo Múltiple. La urbs. Lo uterino de la ciudad.