dimecres, 26 de juliol del 2023

El no-lugar según Michel de Certeau

La foto es de Jason Parnell-Brookes


Del artículo El no-lugar más allá del lugar común, Anthropos, 252 (2019).

El no-lugar según Michel de Certeau
Manuel Delgado

El único autor que Marc Augé reconoce como precursor suyo en el concepto de no-lugar es de Certeau. El referente que emplea Augé de Michel de Certeau ya es el de La invención de lo cotidiano, que es de 1980. El no-lugar d'Augé es del 92. Ahí Certeau usa el concepto de no-lugar de manera diversa, pero siempre asociado a la ausencia de lugar propio, a la movilidad y a las virtudes estructurantes del intersticio y la inestabilidad.

Por un lado, el lugar de las tácticas es un no-lugar, puesto que las artimañas y las astucias –a veces bien sutiles– de los débiles frente a los fuertes no tienen lugar propio y el lugar donde llevan a cabo sus contraataques furtivos es siempre el del otro. La fuerte inspiración teológica de su obra -Certeau es un jesuita; no se olvide– asoma cuando propone el ejemplo de los relatos de milagros, que brindan a los dominados, la posibilidad de lugar inexpugnable desde el que desbaratar la supuesta fatalidad del orden social, un lugar que en tanto que utópico constituye un no-lugar. 

En otro momento, se refiere a los sabios que también emplean tácticas, maneras de hacer basadas en el ardid y, entre ellos, coloca a Michel Foucault en un no-lugar desde el que ejecutar su propio arte de aprovechamiento de las coyunturas y las ocasiones, en su caso jugando con algo parecido a una erudición retórica y con pretensión analítica. Esa lógica de las oportunidades en que se fundamenta la vigencia entre nosotros de la metis griega requiere una memoria que acumule experiencias potencialmente útiles. Puesto que esa memoria es pragmática y está al servicio de la búsqueda y aprovechamiento de las ocasiones, ha de ser móvil. 

La otra acepción del no-lugar de Certeau en La invención está en deuda con la de el Pas à pas, de Augoyard -fundamental- sobre todo por lo que hace al valor de las prácticas caminatorias cotidianas y la manera como los viandantes trazan trayectorias que funcionan a la manera de figuras de la retórica. 

Lugar y no-lugar no constituyen para él los términos de una dicotomía. Ambos coexisten, se enfrentan y se complementan, puesto que concretan nuestra relación con un universo hecho de discontinuidades y fragmentaciones. Ese no-lugar es una comarca diseminada y sin centro, que nos recuerda hasta qué punto somos tributarios de nuestros ires y venires. El lugar es sincrónico o acrónico; el no-lugar es, nos enseña Certeau, diacronía, puesto que convierte una articulación temporal de lugares en una secuencia espacial de puntos. El lugar es el sitio del que se parte, por el que se pasa, o al que se llega. El no-lugar es lo que ese movimiento –dicho, soñado o caminado– produce y que no es otra cosa que "una manera de pasar". 

Eso es lo que hace de las prácticas urbanas una masiva experiencia de la carencia de lugar, puesto que suponen la disolución de los sitios en trayectorias. Diríamos que el no-lugar que Augé es un paisaje, para Certeau sería más bien un pasaje. De la apoteosis del espacio sin creación y sin sociedad que sería el no-lugar augéiano, pasaríamos a la categorización del no-lugar como espacio hecho de recorridos transversales en todas direcciones y de una pluralidad fértil de intersecciones. 

El no-lugar sería lo que nihiliza o anonada el lugar como punto o área estable de una morfología urbana o cualquier otro territorio, como establecimiento de una organización social estructurada o como orden político basado en instituciones, y la ciudad, en esencia, "un universo de sitios obsesionados por un no lugar o por los lugares soñados" .
Pero hay un no-lugar de de Certeau anterior al de a invención de lo cotidiano. Es el Certeau místico, que, en su teología del lugar, encuentra en el no-lugar un concepto adecuado para indicar un lugar que no puede ser indicado, pero que está o al que se llega más allá o antes de toda geografía. Lo hace en sus comentarios sobre la espiritualidad de San Ignacio de Loyola, que surge de un no-lugar que resulta de “abrir un espacio al deseo, de dejar hablar al sujeto de deseo, en un lugar que no es un sitio y que no tiene nombre”, principio complementario y aparentemente contradictorio de toda la topología ignaciana, que es la condición de su funcionamiento, un lugar que designa como "el fundamento".

En su angeleología, Certeau se fija en cómo la representación del ángel, a partir del siglo XIV, lo concibe como "una utopía de perfección, un lugar/no-lugar de sentido y de verdad que se opone a los avatares y las contingencias", como personificación de la Idea platónica. 

En otro lugar, al reflexionar a propósito de las vidas de santos, Certeau reconoce que estas recogen dos tipos de itinerarios y dos tipos de topografías. Unos son físicos, visibles, se producen como recorridos y altos. Los otros son edificantes e implican el desplazamiento hacia un dentro que es, en efecto, un no-lugar, puesto que es "un exterior que se realiza al dar con un interior". Encontrar sentido –"producirlo", dirá Certeau– es dar con un lugar que no es tal, un lugar espiritual, que es un "más allá", ni otra parte ni el sitio en que el santo se encuentra, un punto sin dimensiones en que se produce "el desvanecimiento del individuo detrás de una combinación de virtudes destinadas a la manifestación del ser", que "proporciona aporta la ‘moraleja’ de la hagiografía: una voluntad de significar, cuyo no-lugar es un discurso de lugares". 

En un momento todavía más previo de su obra, podía ser más explícito en la intuición insinuada: está hablando del corazón, al corazón del hombre y el corazón de Dios, que es el "más allá de todo lo real, la marca indefinible de un corte, el no-lugar de todo lugar" Todo esto lo tenéis en La escritura de la historia, El lugar del otro y en Le Parler angélique.