divendres, 28 de juliol del 2023

Contra la ansiedad religiosa

La foto es de Matt Weber

Reseña de Marc Augé, El genio del paganismo. Barcelona, Muchnik, 1993, publicada en Ajoblanco, 60 (febrero 1994)

CONTRA LA ANSIEDAD RELIGIOSA
Manuel Delgado

La mayor parte de “cultivados” que conozco están disuadidos de que los sistemas de creencias nacieron para aliviar la muerte. Pero, ¿y si hubiera sido al revés? ¿Y si hubieran sido las religiones –o, mejor, ciertas religiones- no la consecuencia, sino la causa de un vértigo, ante la eternidad inédito antes? Podría ser que, como quiere el tópico, en lo intrínseco de la condición humana nidara una crónica desazón ante lo invisible. Pero también cabría sospechar que tal sentimiento hubiera sido el exudado de una forma de fe basada en la coacción ejercida por un dios despótico y único a través de sus funcionarios terrestres, y cuyo éxito habría resultado más de la eficacia de las armas invasoras que de la fascinación emanada de sus doctrinas.

Para desautorizar la naturaleza esencial del miedo del hombre ante lo desconocido, para no ir por ahí repitiendo tonterías sobre la ansiedad natural del hombre ante potencias trascendentes, nada mejor que recurrir a la comparación entre culturas que el antropólogo propicia. De su mano, veríamos hasta qué punto la noción de “sobrenatural” es extraña a las culturas a las que no les ha sido impuesto, por la vía imperial, el monoteísmo cristiano o musulmán.

Porque compendia a la perfección esa óptica que descarta la universalidad de nuestras ideas sobre lo sagrado. El genio del paganismo, la obra de Marc Augé que Muchnik acaba de versionarnos, puede funcionar como un buen útil para autodesintoxicarnos de las cuatro o cinco vulgaridades que se suelen repetir en cuanto se aborda el llamado “tema religioso”. Además, Augé es la persona ideal para conducirnos por ese itinerario comparatista del que hablábamos, justo por su condición de etnólogo repatriado que nos ha brindado piezas maestras del africanismo (Pouvoirs de vie, pouvoirs de mort, Flammarion), al tiempo que hondas reflexiones de antropólogo en el metro acerca de nuestra propia suciedad urbana (El viajero subterráneo, Travesía por los jardines de Luxemburgo, Los no-lugares, todo en Gedisa).

De Genio del paganismo debe decirse que es un homenaje a Chauteaubriand y su Genio del cristianismo, en el que, a la manera como el romántico francés hacía con repecto de un modo de piedad agraviada y de la que se adivinaba el renacer, Augé nos advierte, en primer lugar, de cómo los ritos y mitos de las religiosidades calificadas con desdén como “paganas”, “idolátricas”, “politeístas”, etc., por las que se han inclinado la inmensa mayoría de culturas conocidas, desplegaban una lógica del individuo y de la sociedad capaz de dotar de un sentido desangustiado a la experiencia humana y construían un cosmos vacío de Dios pero, saturado de signos con los que dialogar, en el que no estaba prevista la esperanza pero sí la felicidad y en el que el Mal en modo alguno era encontrable en el interior de los seres humanos.

El paso siguiente de Augé es el de hacernos notar cómo todos esos sitemas de mundo que el cristianismo y el Islam quisieron desactivar reaparecen por doquier, en los héroes del cine o los cómics, en las nuevas liturgias de la moda, o del deporte, en los rituales en que se constela lo cotidiano, en la festivalización creciente de la vida en las ciudades. Genio del paganismo, sin proponérselo, se erige frente La revancha de Dios, el exitoso libro de Gilles Kepel sobre el resurgir de la intolerancia monoteísta, y nos avisa de otro desquite: el que, conspirando en silencio,preparan entre nosotros los viejos dioses de la tierra y de la carne.