Fragmento
de La toma de conciencia como proceso de conversión
Sobre
los relatos de incorporación a la militancia comunista bajo el franquismo (1965-1977",
en Pels camins de l'etnografia: Un
homenatge a Joan Prat. Universitat Rovira i Virgili, Tarragona, 2012, pp.
99-110
El proletariado como teofanía
Manuel Delgado
El concepto de toma de
conciencia tiene un determinado sentido en ciencias cognitivas y de la
conducta. Por ejemplo, la psicología genética identifica la toma de conciencia con
la mera conceptualización, es decir la operación que reconstruye y sobrepasa
una determinada experiencia y su correspondiente esquema de acción convirtiéndolos
en categoría. En cambio, la toma de conciencia a la que se refieren los
militantes clandestinos antifranquistas para nombrar la transformación de su
mentalidad y su adhesión a una causa vivida como urgente y superior es de otra
especie y es la misma a la que el marxismo clásico asigna un papel fundamental
en su aparato conceptual. Para Marx y
Engels la toma de conciencia es liberación de la alienación y es, ante todo, toma
de conciencia de clase, es decir la captación clara de las relaciones de
antagonismo que el proletariado y sus intereses mantienen con la burguesía y
sus intereses.
La toma de conciencia
marxista, por tanto, no es psicológica, sino que consiste en la percepción que
el sujeto alcanza de su condición última de objeto de una totalidad que le
supera y le determina. La verdad a la que esa toma de conciencia permite acceder
es, como apuntaba Lukács, la de la totalidad de un sistema social, político y
sobre todo económico, una totalidad que, una vez descubierta, permite al
miembro de la clase obrera descubrir cuáles son sus auténticos objetivos y
cuáles las estrategias que convienen en orden a obtenerlos. Esa conciencia de
clase se vive subjetivamente, pero no es subjetiva. Es una conciencia, dirá
Lukács, pero no un “estado de conciencia”, ni tampoco una suma o una media de
lo que los miembros de una determinada colectividad piensan y sienten, sino otra cosa, que consiste en la
comprensión de que se piensa y se siente en calidad y como consecuencia de la
pertenencia a una clase social, en este caso al proletariado.
A Marx y Engels le cupo el
mérito de haber continuado la tarea demoledora que Feuerbach, Bauer y los
neohegelianos habían emprendido contra la singularidad de lo Pierre Bourdieu
llamaría el “campo religioso” –espacio social de acción y de influencia ocupado
por “esta forma primordial de consenso que es el acuerdo sobre el sentido de
los signos y sobre el sentido del mundo que permiten construir”, disolviéndolo en su base profana y reconociéndolo como una
expresión más de lo ideológico, al tiempo que se señalaba cómo era en ese
ámbito aparentemente críptico de lo místico en el que cabía clasificar no pocos
aspectos de la vida social, entre ellos el económico, como nos mostraba Marx al
dilucidar el “misterio” del valor de cambio y la
transformación de un producto en mercadería.
Lo
que pasa es que bien podría decirse que tampoco la doctrina marxista del
proletariado y de su toma de conciencia se escapa de ese mismo halo que denota
una connotación filoreligiosa. En efecto, como algunos críticos de la nueva
izquierda de la década de 1964 hicieron notar, el proletariado del que Marx y
Engels hablaban no remitía a la existencia de un dato empírico cuya objetividad
podía ser contrastada, y que es idéntica a esa verdad que hasta entonces le
había sido velada al nuevo militante. Efectivamente, tanto la propia noción de
proletariado en tanto que Ser trascendente, como la misión histórica redentora que
Marx y Engels le atribuían, no dejaban de ser concesiones a un hegelianismo que
nunca abandonaron del todo, a pesar de su aparente impugnación.
Esa
desmitificación de la clase obrera fue cosa, como se sabe, de autores como
André Gorz, sobre todo en el primer capítulo de su Adiós al proletariado,
donde se señala la deuda de Marx con las tres fuentes del heroísmo burgués del
XIX: el cientifismo, el cristianismo, pero sobre todo Hegel y su mixtificación
del Espíritu como entidad inmanente que desplegaba su acción teleológica en la
Historia, a la manera de un auténtica teofanía, cuyo instrumento sería el
proletariado, pero un proletariado que no sería tanto un dato objetivo presente
en la realidad, sino como una emanación puramente conceptual del propio
programa filosófico marxista.