divendres, 4 de juny del 2021

La muerte en relativo

Foto de Marcus Ampe del cementerio Farkasréti, en Budapest

Reseña de Bailando sobre la tumba, de Nigel Barley (Anagrama), publicado en Babelia, el suplemento de libros de El País, el 29-9-2000

LA MUERTE EN RELATIVO
Manuel Delgado

Hace once años que Anagrama nos presentó un curioso experimento de etnografía sarcástica titulado El antropólogo inocente, lúcida reflexión acerca de las implicaciones del trabajo de campo antropológico a cargo del etnólogo británico Nigel Barley. Algo después nos llegó Una plaga de orugas, con el mismo escenario –los dowayo de Camerún– y parecida mezcla de informe etnográfico y humor al mismo tiempo furibundo y delicioso. Pendiente todavía la versión española del libro en que Barley nos habla de sus andanzas en Indonesia –que sí que ha aparecido en catalán (Un esport no gens perillós, La Magrana)–, Herralde nos presenta ahora Bailando sobre la tumba, una obra en que el antropólogo inglés, digno descendiente del Gulliver de Swift, cambia sus notas sobre el terreno por una colección de comparaciones culturales en la línea de la antropología evolucionista del XIX.

Aquel tipo de literatura –de la que La rama dorada de James G. Frazer sería el exponente más conocido– consistía en ir dando saltos entre contextos inconexos, comparando materiales etnográficos o históricos muy heterogéneos, con el fin de probar la presunta regularidad planetaria de una institución o un simple rasgo cultural. Barley recupera esa manera de argumentar, yendo de aquí para allá en busca de ejemplos extraídos de marcos absolutamente dispares: de la Roma de Julio César a los ambientes nacionalistas irlandeses actuales; de los shona de Zimbawue a los seguidores del Manchester United; de ciertas connotaciones insólitas de los cultivos de ñame en Dobu a insospechables derivaciones de las purgas en la China de Mao. Todo a partir de informaciones provistas por las monografías etnológicas, las crónicas históricas o las noticias de actualidad.

Lo que ocurre es que el objetivo final de esos zigzagueos de sociedad en sociedad es justamente el contrario del de la antropología decimonónica. El enorme calidoscopio de datos seleccionados aquí, lejos de ser puesto al servicio de la proclamación de una teoría general sobre lo que sea, es convertido en una máquina de guerra contra quienes están convencidos de que el género humano presenta contenidos culturales uniformes, atacados en uno de sus temas predilectos: la muerte y unas costumbres asociadas al duelo y al tratamiento del cadáver supuestamente marcadas por el miedo, el respeto y el dolor.

Si el comparatismo vulgar hubiese querido demostrar cómo el ser humano hace y siente más o menos lo mismo ante su fin ineluctable, Barley consagra toda su copiosa batería transcultural de casos a desmentir la existencia de reacciones universales ante la muerte. Más en particular: a deshacer cualquier esperanza de que lo que tengan en común los mortales con respecto a la muerte tenga alguna cosa que ver con sus sentimientos, en un momento, por cierto, en que hay quienes, en nombre de una presunta «antropología de las emociones», piensan de veras que cuando una persona llora es que está triste, cuando lo más probable es que lo que quiera es que lo estemos nosotros.

Equilibrando humor y rigor Barley nos ayuda a entender qué es el relativismo: no perder nunca de vista que la gente siempre piensa y ha pensado igual, aunque raras veces lo mismo. O, en este caso, que todas las sociedades han socializado a la muerte y al muerto, pero que de la concreción de ese principio se deriva una gama poco menos que infinita de actitudes adecuadas, que van desde el patetismo a la broma, pasando por la agresión, el juego o el cinismo. Como mucho, Barley nos pone de manifiesto que es posible que sólo haya una cosa universal por lo que hace a la relación entre la sociedad humana y la muerte: nunca, en ningún sitio, parece haber habido alguien capaz de concebir o hacer algo con respecto al fin de la vida que, pensado con, no acabe resultando sencillamente ridículo.