dimarts, 6 de desembre del 2022

¿Un proceso soberanista barcelonés?


Consideraciones para los/as colegas del Observatori d'Antropologia del Conflicta Urbà, OACU, enviado el 8 de junio de 2015

¿UN PROCESO SOBERANISTA BARCELONÉS?
Un nuevo posible episodio de la restauración maragalliana en Barcelona

Perdonadme pero yo no hago más que reconocer evidencias de que estamos ante lo que podría ser, aunque fuera en parte, un ensayo de restauración maragallista en Barcelona en lo que pronto será el nuevo consistorio barcelonés: la vindicación de Maragall como el mejor alcalde de la historia de la ciudad, el papel estratégico de Jordi Borja en el proyecto, la reclamación de que los arquitectos recuperen el control sobre el urbanismo barcelonés, el apoyo de personajes clave en el maragallismo -Beth Gali, Gemma Sendra. Jordi Angusto, Cristina Maragall-, el afán del PSC por entrar en el gobierno municipal, el reciente fichaje de Jordi Martí como gestor... Otro de esos elemenos sería la apuesta por una respuesta singular al emplazamiento que se le está formulando a Ada Colau para que tome una posición clara frente al proceso soberanista catalán. Se trataría de la vindicación de un proyecto específico para y desde Barcelona, que le permitiera a la capital catalana escapar del campo gravitatorio del contencioso España-Catalunya o, al menos, ubicarse en él en términos propios. 

La manera de vencer la ambigüedad y encontrar una salida al atolladero de tener que elegir entre España y Catalunya podría estar siendo la vuelta a aquel nacionalismo barcelonés que le permitió a Maragall y al PSC en los años 80 trascender las limitaciones del nacionalismo tanto catalán como español, considerados caducos precisamente por su adscripción a los viejos modelos de identificación de base lingüística, territorial o histórico‑tradicional. Esa fue la divisa política de la socialdemocracia en el poder en Barcelona -incluyendo a ICV- a lo largo de décadas: su intento de singularizarse cobijándose bajo la autodefinición de “catalanista y de progreso”.  

Maragall fundó su proyecto político a partir de una visión, cuyas líneas fundamentales aparecen en un libro titulado Refent Barcelona, publicado por Planeta en 1986. Ahí veréis que hay un capítulo no en vano titulado "Más allá del nacionalismo". En él se expone el objetivo de superar lo que llamaba el "nacionalismo clásico", generado por "el sentimiento de pertenencia y adscripción propios de colectivos más reducidos e históricamente previos, como la familia y la tribu" y que acababa transformándose en un código político (p. 119). Ese tipo de enfoque era explicitado por quien fuera otro de sus ideólogos en aquel momento, al que se encargó producir y controlar la producción de efectos especiales culturales: Ferran Mascarell. Decía: "Yo defiendo por encima de todo una cultura entendida esencialmente como intercambio y no como identidad histórico-antropológica". Esto lo tenéis en la mesa redonda "Ciudad taller - Ciudad escaparate", publicada en la revista Ajoblanco en su número de abril 1991, pp. 65-73.

Ese invento es lo que ahora es posible que se quiera volver a poner en funcionamiento en orden a permitir esa tan necesaria para algunos “tercera vía”, que abriria un terreno alternativo e incluso moralmente superior tanto al españolismo saturado de concomitancias reaccionarias, asociado al franquismo, incapaz de merecer confianza y prestigio ni siquiera en su versión jacobina, y el catalanismo ruralizante, conservador, heredero del carlismo, a veces excluyente y racista. Esa opción intermedia se pretendería progresista, capaz de cabalgar entre el cosmopolitismo y la vindicación de una catalanidad modernizada y no anclada en el pasado. 

Os recomiendo otra lectura. La de un artículo de Pep Subirós, “Notas para una teoría de Barcelona”, publicado en la Revista de Occidente, núm. 97 (julio 1989). Para Subirós —otro teórico del maragallismo­— la capital catalana debía autoexhibirse como la reificicación final de una simbiosis perfectas: tradicional y moderna, nacional e internacional, local y global, barrial y metropolitana, histórica y vanguardista, obrera y aristocrática, popular y cultivada... “Barcelona constituye uno de los ensayos más coherentes y prometedores llevados a cabo hasta ahora de lo que puede ser una moderna ciudad democrática, es decir, un proyecto en el que tiene tanta importancia la forma como la función, la belleza como la utilidad, la ciudad como los ciudadanos”. Eso está en la página 106 de la revista. Por cierto, para entender mejor lo que fue aquel proyecto de nacionalismo postmoderno os recomiendo el libro de Pep Subirós, El vol de la fletxa. Barcelona'92. Crònica de la reinvenció d'una ciutat, que publicó el CCCB en 1993. 

Todo ello es lo que hace interesante y reciclable ese aspecto del model Barcelona que inventó Maragall y que  es posible que haga tentador su rescate. Se trataría de dar a luz una instancia singular, el verdadero nacimiento de una nación, es decir de una entidad colectiva específicamente moderna, con un repertorio simbólico compartido y eficaz en orden a desencadenar sensaciones de pertenencia y que, además, implicara un propósito específico de realidad política, ni plenamente catalana, ni plenamente española, cómoda en los dos marcos, puesto que en el fondo ambos le serian ajenos, cobijando en secreto el anhelo de otro proceso soberanista: el de Barcelona.