dijous, 24 de novembre del 2022

La leyenda de las "tribus urbanas"



Fragmento del artículo publicado en el Libro del Año 1996, Salvat Editores, Barcelona, 1997

LA LEYENDA DE LAS "TRIBUS URBANAS"
Manuel Delgado

La heterogeneidad cultural de los jóvenes, la pluralidad de formas de sociabilidad y de identificación de que se valen, recibe una lectura culpabilizadora por parte de la imaginación social mayoritaria en la actualidad. La manera hoy dominante de representar a los jóvenes suele mostrarlos como fuente de todo tipo de peligros sociales, tanto a nivel físico como moral. Al mismo tiempo que es mitificada como un estadio vital de plenitud, la juventud es, hoy, sistemática­mente asociada a los estragos de las drogas y el alcohol, al desorden sexual y sus consecuencias ‑la extensión del sida, por ejemplo‑, a la violencia delictiva o política ‑las acciones de "jóvenes radicales" en el País Vasco, pongamos por caso‑, o a la siniestralidad en las carreteras. A partir de un prejuicio que la hace portadora de tendencias naturales a la rebeldía y a la desviación, los jóvenes se ven con frecuencia sometidos a una especie de estado de excepción. Esto se explicita en las medidas como las que, desde el verano del 95, obliga a los adolescentes de más de cien grandes ciudades norteamericanas a toque de queda. En España, el mito de las "rutas del bakalao" ha contribuido a alimentar este imaginario que presenta a los jóvenes abandonándose a todo tipo de excesos.       

En esa tarea de justificar la vigilancia a que se somete a los jóvenes, los mass media alimentan la imaginación colectiva, mostrando una serie de acontecimientos violentos sin vinculación entre sí como formando parte coherente de la actividad mórbida de los jóvenes "tribales". La policía, por su parte, confirma la fantasía popular organizando reuniones "de expertos", que tienen por objeto el etiquetado y descripción de cada grupo y acaba por crear secciones especiales, como el Grume o grupo de menores de la Brigada de Información, especializada en "tribus urbanas". Esta construcción del imaginario tribal se basa en una singular forma de interpretar ciertas producciones culturales de los jóvenes urbanos, conviertiéndolas en materia prima para una especie de "tribalización", que los supone integrándose en bandas u hordas cuyo referente serían unas no menos imaginarias "tribus primitivas", y todo para subrayar una suerte de asilvestramiento o regreso a "estadios salvajes".

Dejando de lado la significati­va muestra de racismo semántico en implica la noción misma de "tribu urbana", este término ha permitido diseñar una curiosa taxonomía cuyos ingredientes son en gran parte fabulados, inspirándose el resto en una percepción folklorizante de determinadas modas culturales juveniles. Esta clasificación "tribal" compartimenta los jóvenes en subgrupos jerarquizados en función de su peligrosidad para la ciudadanía en general. Es esa pseudociencia la que permite asignar responsabilidades a todo tipo de crímenes, agresiones, peleas multitudinarias, saqueos o destrucciones. En esos "mapas étnicos" fantásticos, los jóvenes son clasificados en moteros, skinheads, siniestros, psychobillys, punkis, raperos, heavies, rockers, mods, hooligans, maquineros, hardcores, okupas, etc., con fichas que recogen rasgos distintivos, muchos de ellos puramente fantasiosos: edad de sus componentes; actividades ‑"ocio y nomadismo", "música y conciertos", "ropa", "baile", "pintadas", "marginalidad", "normales"‑; niveles de conflictivi­dad ‑"elevado", "contenido", "escaso"...‑; ideología ‑en la mayoría de casos "contradicto­ria"‑.

Habría multitud de ejemplos de la manera como la prensa ha continuado encargándose, a lo largo de 1996, de confirmar la condición crónicamente peligrosa de estos jóvenes tribalizados. En otoño fueron los violentos desalojos policiales de okupas en Madrid o Terrassa. Antes, en marzo, los mass media se habían hecho eco de la detención de más de una treintena de centuriones o moteros, acusados de traficar con drogas, robar coches y dar palizas por encargo. También hubo numerosas referencias de los violentos enfrentamien­tos entre moteros en Dinamarca, Suecia o Noruega, en los que se llegaron a emplear granadas anticarro.      En ese paisaje melodramáticamente protagonizado por las hazañas de "salvajes juveniles", continua ocupando un lugar privilegiado la figura del skinhead, sobre todo a raíz del asesinato en Madrid, en enero, de un joven a manos de supuestos skins, o, mejor dicho, de nacional-bakaladeros, una nueva "tribu urbana" cercana a los cabezas rapadas, que había sido inventada por la policía y la prensa expresamente para la ocasión.

Resulta interesante constatar el proceso que ha llevado a construir la leyenda de los skins y, sobre todo, a cómo una parte de lo propios miembros del movimiento han acabado asumiendo los rasgos que el propio folklore periodístico les atribuía. En efecto, la mayoría de cabezas rapadas no empezaron a ser violentos y racistas hasta que la presión de la opinión pública obtuvo que aceptaran la imagen que de ellos circulaba, y que respondía a la necesidad social que de que el "racista integral", el "violento total", existiera realmente, lo que permitía eximir de toda sospecha de racismo a los ciudadanos "normales" y escamotear que la mayoría de agresiones de que eran víctimas inmigrantes o marginados provenían de agentes estatales en aplicación de leyes vigentes. Al final, no sólo se ha conseguido que algunos skins acaben siendo de verdad peligrosos, sino que los peligrosos hayan adoptado el look skin para ostentar su condición. A mediados de octubre, la prensa barcelonesa hacía pública una encuesta oficial en que los skins aparecían como la principal fuente de alarma ciudadana.

No deja de ser elocuente que esa labor de etiquetaje de los jóvenes, que los contempla como organizándose en sociedades interiores amenazantes, se parezca cada vez más a la que tiene por objeto las no menos imaginarias "sectas destructivas". La "tribu urbana" y la "secta destructiva" tienen en común numerosos rasgos, sobre todo su condición compartida de asociaciones maléficas, abandonadas a todo tipo de aberraciones morales o ideológicas y cuya labor fundamental es la de arrancar a los hijos de las instituciones ‑familia, escuela...‑, para convertirlos en instrumentos al servicio del socavamiento de la paz y el orden sociales. Esto se traduce en que el tratamiento mediático-policial de las "tribus urbanas" haya requerido el refuerzo de la psiquiatría y de los técnicos en "desprograma­ción", como quedó explicitado en la VII Reunión Nacional sobre la Medicina del Adolescente, organizada en mayo por la Asociación Española de Pediatría, en Terrassa.

Por lo demás, al margen de las banalizaciones de que se sirve esta estrategia de criminalización y estigmatización de los jóvenes, poco se ha hecho en el estudio de cómo las nuevas microcentralida­des protagonizadas por la juventud urbana se organizan socialmente, ni de cómo emiten sus diferenciaciones culturales a partir de la interpretación paródica de aspectos de la cultura hegemónica. Quizá porque hacerlo supondría reconocer la manera que tiene el mundo dominante de mostrar ajena y repudiable la sustancia misma de que está hecho, jugando a protegerse de la imagen delirante que de sí misma le devuelven las llamadas "tribus urbanas".