dissabte, 13 de març del 2021

La milenarización del taoísmo

Ejecución de prisioneros bóxer en 1901

Comendario para Silvia Espuelas, estudiante de Antropología Religiosa, enviado el el 4 de junio de 2017

LA MILENARIZACIÓN DEL TAOISMO
Manuel Delgado

Bueno, a ver, no nos liemos. La expectativa de una superación de los males del presente y el establecimiento de una sociedad feliz y justa es, ciertamente, identificable con lo que podríamos llamar utopismo, pero utopismo no es milenarismo. Es más, cierta formas de utopismo o convicción en que es urgente, inminente y corresponde acelerar incluso por la acción revolucionaria, estarían en las antípodas del apocalitismo milenario, en el sentido de que no sólo no negarían la naturaleza vectorial de la presencia humana en el planeta, entendida como avance o progreso hacia un futuro situado de algún modo luego, después, más adelante, más tarde y, en definitiva, al final, sino que identificarían ese orden justo y bueno con el pasado mítico, es decir con el restablecimiento de una edad de oro pretérita, alterada luego por la acción perversa de ciertos agentes, por ejemplo los poderosos o los invasores.

En cambio, el Milenio apocalíptico, es decir la batalla definitiva contra las fuerzas del Mal, sólo es concebible en sistemas religiosos que conciban el tiempo como tiempo de Salvación, cumplimiento de un proyecto divino de historia como línea, y no como círculo hecho de retornos o repeticiones. Así pues, si no hay escatología no hay Milenio, y sólo las religiones derivadas del mazdeísmo iranio –cristianismo, islam y judaísmo– podrían justificar doctrinalmente el advenimiento de ese Futuro redimido. Es cuanto la Utopía se conforma como Futuro que podemos cobijarr bajo la denominación de milenarista, pero no cuando implica la restauración de un Pasado mítico. De ahí que milenarismo sea sinónimo de mesianismo o expectativa de venida de aquél que, habiendo sido anunciado, ha de llegar o regresar para arrancar a los humanos de la postración en que se encuentran.

Por supuesto que el taoísmo popular ha interpretado los principios de equilibrio y armonía como deslegitimadores de todo sistema social jerarquizado y asimétrico. Y de ahí que, en efecto, rebeliones como las que menciona Eclesiastes, la de los Turbantes Amarillos contra los  segundos Han en el siglo II, puedan ser reconocidas como utopistas, orientadas por la restauración del Cielo Amarillo o Gran Paz, la comunidad primitiva enajenada por la maldad de los nobles, de igual manera que la crítica social de sabios como Yuan Yi, Xi Kang o Bao Jignyan, en el siglo III, podría considerarse de esa misma naturaleza llamémosle libertaria, concreción de un auténtico taoísmo nihilista.

Una lectura fundamental: la de dos de los capítulos de La burocracia celeste de Etienne Balazs (Barral), el primero el V, sobre el contexto de la revolución que, de la mano inicial de la “crítica de los íntegros” –otra analogía con nuestros indignados, si se quiere–, llevará los taiping a derrocar el poder Han, y luego el VI, pertinentemente titulado “Entre la revolución nihilista y la evasión mística”, una conferencia de 1948 sobre las fuentes intelectuales que, encarnadas por los íntegros o puros, preparan y acompañan la acción masiva de los turbantes amarillos. Por cierto, Balzacs habla de ellos, en efecto, como “milenaristas”. Me permito, en ese sentido, la vanidad de disentir no solo de Eclesiastes, sino del gran maestro de la sinología contemporánea.

Lo que quiero significa es que en el caso del budismo, insisto, uno podría encontrar ciertas analogías milenaristas en torno al Buda futuro, Maitreya, que nacerá dentro de 30.000 años e inaugurará  un nuevo kalpa, una real Era de felicidad para el hombre. Pero una filosofía tan radicalmente antideterminista como el taoísmo de modo alguno sería compatible, a no ser notablemente alterada, con la convicción de que los seres humanos están marcados por un destino sobrenaturalmente marcado al que sólo pueden contribuir, en el mejor de los casos, precipitándolo o ayudando a su cumplimiento, que es lo que orientaría un movimiento al que cupiera denominar como quiliasta.

Otra cosa es la manera como esa o cualquier otra filosofía haya podido conformar con la Historia como escatología precipitados milenaristas y revueltas mesiánicas, pero eso es otro cantar. Comparemos las dos revueltas taiping, la del 184 y la de mediados del XIX. La primera, la Taiping Dao o Vía de la Gran Paz, la que anuncia el fin de los Han, está encabezada por los hermanos Zang y se plantea como objetivo la restauración de un orden y una felicidad perdidas. La revuelta de mediados del XIX también postula la Gran Paz y está orientada por Feng Xiuquan, un visionario que afirmaba que era el hermano mayor de Jesucristo, enviado por Dios para erradicar el culto a los demonios y el poder de los extranjeros. Es este hombre el que inaugura una secta iconoclasta –los Adoradores de Dios– y acabará guiado por la obsesión por conformar un Reino celestial en la Tierra, de naturaleza comunista e igualitaria. Pero el personaje y su papel sólo son comprensibles a la luz de su vinculación al misionero baptista estadounidense Issachar Jacox Roberts, que determinó la naturaleza mesiánica y monoteísta de su actividad redentora. Ambos movimientos despliegan tecnologías chamánicas, pero sólo en el segundo caso, el de hace siglo y medio, es ciertamente mesiánico, en el sentido de que su líder se presenta y es reconocido como encarnación de Parusía o Segundo Adviento. Algo parecido valdría para la revuelta bóxer a caballo entre el XIX y el XX. 

Existe una lectura más o menos marxista de este tipo de revueltas, como la de Ngo Van a la que se refiere Eclesiastes, pero se trata de un ejemplo más de colonización, por así decirlo, del pensamiento oriental por Occidente, en la línea de lo que ya propusiese, en un contexto contracultural, Luis Racionero. Nunca podré olvidar el impacto que tuvo en mí, cuando tenía dieciséis años, leer un artículo suyo en la revista Triunfo que me marcó para toda la vida: “Del Tao a Mao”. Si alguien lo quiere buscar, está en el número publicado el 11 de marzo de 1972.

¿Expresiones actuales que  “milenarizan” el taoísmo? Hay casos bien conocidos, como la Falun Gong de ahora mismo, víctima del ensañamiento represor de las autoridades chinas. Yo me acuerdo del papel que jugaron en el conflicto indochino en las décadas de los 50, 60 y principios de los 70 el Cao Di, otro movimiento sincrético que mezclaba budismo, taoísmo, cristianismo e Islam. Otro caso famoso, y más reciente, fue el de la japonesa Aum Shinrikyo o Verdad Suprema, que era una mezcla de budismo, taoísmo, tantrismo y profetismo cristiano, que recordaréis que fueron acusados de matar con gas sarín a doce personas en el metro de Tokio en 1995, en una acción orientada a “ayudar” al cumplimiento de la promesa apocalíptica.

Creo que estamos siempre con el mismo problema: la manía de someter todo lo que ocurre o ha ocurrido a un mismo patrón del que el modelo es siempre el que nosotros imponemos con nuestro pensamiento. No todas las revueltas son utopistas, ni todos los utopismos son milenaristas y sospecho que ni siquiera todo lo que agrupamos bajo ese epígrafe lo merecería si tuviéramos que ser escrupulosos en las definiciones.

Lo ideal sería que distinguiéramos entre milenarismo, relativo sólo a la espera o propiciamiento de los Mil Años de reinado de Cristo, la constitución de la Nueva Jerusalem, luego de la victoria de Armagedón y antes del Juicio Final y la resurrección de la carne. Sin duda que los taboritas de Muntzer o los niveladores de Cronwell son milenaristas. Mesianismo sería expectación ante la venida de un personaje salvador comprometido y ungido por Dios y “lleno de su espíritu”; profetismo nos debería servir para aludir a corrientes que responden a la voluntad de esperar o acelerar un promesa sagrada. 

Estaríamos ahí en el rollo New Age de las implicaciones del fin del decimotercer ciclo B'ak'tun en la cuenta larga del calendario maya el 21 de diciembre del 2012, que heredan lo que fueron las creencias en la llegada de la Era Acuario en el contexto contracultural de los 60 del siglo pasado. Por último, el utopismo sería un estado de ánimo confiado en que es posible encontrar en el futuro o en otro sitio una superación de los males del presente. Por descontado que habría corrientes que podrían tipificarse al mismo tiempo en diferentes capítulos y que podemos aplicar esos calificativos por extensión, pero se me antoja poco apropiado hacerlo –excepto en el caso de las creencias en Utopía– fuera del marco de las certezas escatológicas anunciadas por Juan.