dijous, 25 de febrer del 2021

Genealogia de la intolerancia sexual

Grabado anónimo de principios del siglo XVI

Reseña del libro de John Boswell, Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad. Barcelona: Muchnik Editores, 1993, publicada en Babelia, suplemento de libros de El País, el 1 de mayo de 1993.

GENEALOGÍA DE LA INTOLERANCIA SEXUAL
Manuel Delgado

Debería resultar pintoresca la manera como los pronunciamientos de la jerarquía vaticana en materia de sexualidad suelen alterarle los nervios a cierto anticlericalismo grosero que apenas oculta lo irracional de su raíz. Esto resulta ostensible en el caso de las relaciones entre Iglesia y homosexualidad. Cuando en 1987 se hizo pública la Carta a los obispos sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, fue notorio el alboroto de los presuntos agraviados y de otros que, sin ser ni católicos ni homosexuales, aprovecharon para repetir cuatro o cinco lugares comunes sobre la condición intrínsecamente abominable de la represora moral sexual católico.

Los aficionados a este tipo de pirotecnias antirromanas deberían leerse Cristianismo, tolerancia social y homosexuales, del medievalista John Boswell, una obra clásica casi de nacimiento, que en su día elogiara Foucault y que, cabe suponer que a fuerza de ver constantemente citada, se ha decidido versionar por fin al castellano, 13 años después de su aparición.

La tesis central de la obra, soportaba en una erudición extraordinaria y que encuentra sus argumentos en un conocimiento exquisito de las fuentes textuales, es la de que la animadversión social contra esa minoría que constituyen quienes muestran preferencias eróticas por los de su mismo sexo tiene una relación escasa con la tradición teológica cristiana, tanto en sus orígenes como en sus primeros desarrollos en la época bajomedieval, insertos en un clima intelectual y popular que no había renegado del todo del legado de los clásicos en cuanto a la permisividad de los comportamientos homoeróticos.

No podía ser menos. Los propios escritos sagrados no contenían una explícita condena de la homosexualidad, y allí donde luego hemos visto aparecer desaprobaciones es factible ver malentendidos muy tardíos –malas traducciones y tergiversaciones que el autor va restaurando una a una-, y siempre en un marco social marcadamente homofóbico. En cuanto al período que, luego de una fase de una cierta hostilidad entre los siglos III y VI, se extiende hasta la primera mitad del siglo XII, la propia institución eclesial no se limitó a mantener una postura doctrinal ambigua hacia los gay, sino que cobijó un relato en la libido de sus propios miembros que no dejaba de ser el reflejo de unas condiciones socioambientales poco preocupadas por la definición sexual de la individuos.

Es en la alta Edad Media, con la aparición de los Estados absolutos y corporativos, los bruscos cambios en los modelos tanto económicos como culturales, el  endurecimiento del poder político-eclesiástico y la urgencia con que se presenta la necesidad de uniformizar  a la sociedad, que irrumpe la marginación culpabilizadora, cuando no el acoso, de los homosexuales. Pero no sólo de ellos, sino de todas aquellas minorías susceptibles de ser consideradas como desafectas a una norma crecientemente excluyente: musulmanes, judíos, templarios, albigenses, brujas, etcétera.

El trabajo de Boswell se detiene ahí. Es, en cierto modo, una suerte de genealogía negativa de la intolerancia sexual, cuyas claves no pueden ser otras que las de la intolerancia en general y, por extensión, las de una sociedad persecutoria que no ha hecho otra cosa sino mudar de víctimas. La conclusión es la de que esa intolerancia no puede reclamar una inspiración religiosa, sino que, antes al contrario, procede de las nuevas estrategias de dominación política que preparan la modernidad y acaban convocando la complicidad estigmatizadora de la teología.

Es más. A la lectura del libro de Boswell debería añadírsele la del posterior de Rafael Carrasco, Inquisición y represión sexual en Valencia (Laertes, 1985), donde se muestra cómo la actitud del Santo Oficio en la España del periodo entre los siglos XVI y XVIII fue, con respecto a los sodomistas, mucho más tolerante que la del poder civil en la Francia de los siglos XIII o XIV, o la del Consejo de los Diez en la Venecia del siglo XV.

Y sobre todo, indicado leer el libro de Boswell precisamente en este momento, cuando los años transcurridos han permitido contemplar cómo los argumentos laicos del discurso sida, a la vez científicos y ecológicos –ahora es la naturaleza la que distribuye los castigos-, han conseguido una postración social de los homosexuales que los más celosos perseguidores eclesiales jamás habrían soñado lograr en tan poco tiempo.