dimarts, 17 d’agost del 2021

En un presente remoto

La foto es de Marcel·li Saenz

Reseña de Alberto Cardín. 
Lo próximo y lo ajeno. Icaria, Barcelona, 1990, publicado en Babelia, suplemento literario de El País, el 20 de mayo de 1990. 

EN UN PRESENTE REMOTO
Manuel Delgado

De entre sus practicantes nacionales, Alberto Cardín parece ser el más predispuesto a ilustrar la paradoja de un disciplina, la etnología, que ve crecer el ascente de su manera de conjugar el ahora a la vez que se extingue el objeto de estudio que justificaba hasta hace poco su existencia, esto es, los pueblos llamados primitivos. En efecto, su última compilación de artículos, como ya ocurriera con Tientos etnológicos  (Júcar, 1988), nos advierte de las virtudes clarificadoras de la mirada antropológica aplicada sobre paisajes humanos muy alejados de sus territorios de jurisdicción tradicional.

Así, Cardín nos insta a acompañarle en un itinerario originado en el artilugio conceptual cultura, y que recorre cuestiones heteróclitas, casi siempre resueltas de forma sorprendente: el asociacionismo gay como fórmula de integración de conductas sexuales inconvenientes, la teología de la liberación y su parentesco con el integrismo islámico, el asalto al poder por parte del estructuralismo o cierto pensamiento posmoderno como variante del tocomocho. Todo ello aderezado con pronunciamientos acerca del binarismo griego, el canibalismo azteca, Japón, Blade Runner, los pesebres catalanes, o el confucionismo de Mo Ti, incluyendo una alucinante crispada entrevista con Lévi-Strauss.

Pero no se trata sólo de elogiar a Cardín por la versatilidad de sus puntos de mira ni por sus virtudes de ágil saltimbanqui intelectual. Es más y otra cosa. Lo que de veras importa de su trabajo es la vocación desenmascaradora que despliega.

Vivimos en una era extraña de la que el sentido parece haberse replegado. El antropólogo, entrenado en desvelar las artimañas de la cultura, no da abasto ante un orden de lo real que es como un prestidigitador pésimo al que, sin embargo, nadie parece verle sus malísimos trucos. Es verdad que toda cultura es una constelación de representaciones imaginarias, un dominio del simulacro en que toda esencia es en esencia un fraude, pero nunca el fraude en sí había sido elevado a los altares de la trascendencia, ni jamás habíamos visto organizar en torno suyo un culto. Somos habitantes de una colosal tomadura de pelo.

El antropólogo, curtido en lo extravagante y lo exótico, pero a la vez identificado con una cultura de la que él mismo es un singular producto, puede ejercer a la perfección su habitualmente teciturno saber. De manera imprevista, halla en su propia sociedad la dimensión precisa de su capacidad reveladora, puesto que en ningún otro lugar le había sido tan factible sentirse, como exige su trabajo, distante y cercano ante un universo cultural que, siendo suyo, se la antoja inmensamente remoto.

La reflexión etnológica, ese pensamiento lábil que reclama Cardín, puede ejecutar así su habilidad para desarticular estrategias, señalar lo que de repetición hay en lo presuntamente nuevo y delatar no tanto los embaucamientos con que nos quieren seducir, sino su miseria y la penosa torpeza de sus mecanismos. Poniendo al servicio de la crítica cultural sus recursos disciplinarios y retóricos, asume así el papel que este final de todo que nos asedia le otorga crecientemente, que es el de proporcionar desde dentro una propuesta ontológica que conteste las actuales condiciones del mundo.

Cardín está entre los que, cínicos y lúdicos, hablan de aquí como desde el exilio y se consagran, desactivado y abolido el futuro, a profetizar un presente con el que ya no es posible la reconciliación. En cualquier caso, Lo próximo y lo ajeno sitúa al lector en una disyuntiva: la de, reconocido el contencioso entre el antropólogo –Cardín, aquí- y su tiempo, optar por cuál de los dos es el verdadero impostor.