dimarts, 4 de maig del 2021

Sombras que iluminan

"El espíritu de la colmena" (Víctor Érice, 1973) 

Presentación del seminario “Cine y chamanismo”. CENDEAC, Murcia, 23-24/4/2008

SOMBRAS QUE ILUMINAN
Manuel Delgado

¿Qué es en realidad el cine? ¿En qué consiste lo que a tantos se nos antoja algo así como un misterio, una vivencia radical de algo que, más allá de la mera experiencia estética, trastoca, conmueve, emociona? ¿Qué explica esa hipnosis que parecen ejercer las películas, especialmente algunas de ellas cuyo reconocimiento trasciende contextos y épocas y parece conectar con mecanismos cuya raíz no está ni en la cultura ni en la historia, sino antes, o después, o en otro sitio, seguramente como uno de esos dispositivos que le permiten al ser humano juntar lo que está separado o separar lo que hubiera parecido unido, es decir pensar? ¿De dónde obtiene el cine esa facultad para insinuar que aquello con lo que nos pone en contacto no es un sucedáneo de la realidad, sino con su forma más enérgica, que, restituida, emancipada de sus servidumbres discursivas o ideológicas, se nos revela por medio de las imágenes? Antonin Artaud supo destacar bien como se podía encontrar una virtud especial en “el movimiento secreto y en la materia de las imágenes”, como escribiría en un artículo de 1927, “Sorcellerie et cinéma”, que luego recogería el catálogo para el Festival de Cine Maldito, celebrado en 1949.

Se ha hablado mucho –y con razón– sobre la íntima relación entre cine y contemporaneidad. Y es verdad que pocas formas de comunicación formal  como las propias del cinematógrafo han alcanzado su nivel de identificación con lo que se podría intuir como el espíritu de la época actual. El cine no sólo dejaba que el siglo XX hablara a través suyo, sino que servía para que mirara también por sus ojos, imitando su ritmo, amplificando su manera dinámica y crónicamente alterada de contemplar, captar y reproducir después los acontecimientos de la vida urbana. Implicaba no sólo la generación de una prótesis de la perspectiva moderna sobre el mundo, sino que recogía su mejor vocación de proyecto democrático, su capacidad de romper con el tipo de visión que había caracterizado a la sociedad premoderna, jerarquizado y basado en la perspectiva teatral. El cine encarnaba, literalmente, una visión múltiple, polimórfica, pluridireccional, que invitaba al espectador a cambiar constantemente de óptica  y a ver los hechos desde diferentes puntos de vista.

Ahora bien, es posible que el cine no tuviera que esperar a que alguién usara por primera vez la banda de celuloide perforada. Sus virtudes simbólicas y representacionales habían conocido otros formatos antes y en otros sitios, formatos sólo distintos por las determinaciones de un soporte como el del artefacto inventado por los Lumiére. Hubo un tiempo en que el cine no dependió de una máquina, porque era ya máquina sin cosa, dispositivo o mecanismo inmaterial..., por mucho que las técnicas a emplear fueran otras y tuviéramos que esperar hasta cierto momento de finales del XIX para que llegasen a ese automatismo de pensar y soñar lo fuera “a motor”. Hubo un tiempo que el cine no era cine, sino otras cosas, y otras cosas indisociables por doquier al universo de la magia, el rito y las técnicas del trance, como la posesión y el chamanismo, oportunidades a través de las cuales los humanos se brindaban pruebas a sí mismos del extraordinario poder del pensamiento analógico, aquello a lo que Claude Lévi-Strauss llamó la eficacia simbólica.

Y porque el cine existió bajo otras formas, acaso más rudimentarias, no nos debería extrañar su papel en el imaginario de los humanos de la casi totalidad de sociedades contemporáneas, sea cual sea su grado de desarrollo económico y la singularidad cultural que detente. Y no nos debería extrañar porque el cine renueva esa función que las sociedades y la inteligencia humanas han buscado ver siempre y en todos sitios garantizada por los ritos y por la magia, que es restaurar unidades enajenadas, restablecer los puentes, una y otra vez rotos o perdidos, que nos vincularon un día al mundo. Y esas imágenes que se proyectan y nos proyectan en las pantallas de los cines están justamente para eso: para recordarnos de qué está hecha la vida, que no es sino de lo vivido más lo soñado; lo poséido, pero no menos lo anhelado o añorado; lo pensado, lo pensable, pero también de las insinuaciones de lo inimaginable; para darnos notiicia de lo inenarrable. Las películas: mineral extraño con el que los humanos de hoy en día fabrican signos y significados; un manantial de sombras que iluminan.