dissabte, 10 de juny del 2023

Toda obra es cosa de obreros


Una de las fotografías del libro , tomada de tomascasademunt.com/

Palabras en la presentación del libro Obra Negra, del fotógrafo Tomàs Casademunt, en el Centro Cultural de España en México DF, el viernes 8 marzo 2013. 

Toda obra es de obreros
Manuel Delgado

La reflexión que quiero compartir con ustedes no es sino la consecuencia no solo de la contemplación de la obra de Tomàs Casademunt, sino de una experiencia mucho más fenomenal: una jornada en México DF. Toda esa amalgama me hace entender en el fondo el trabajo de Tomàs. En primer lugar uno no podría decir nada acerca de su trabajo: decir algo acerca de una obra como la suya es absurdo,  precisamente porque su obra existe para no tener que decir nada. Hoy en nuestra comida, Tomàs intentaba explicarme algo de su trabajo, acercarme a su punto de vista acerca de lo que ha hecho. Yo le que le he dicho es que no tiene ni idea. "De qué me estás hablando", le he dicho. Porque de pronto me hablaba como si su trabajo fuera suyo, y yo le tenía que hacer entender que su trabajo ya no es suyo. Que ya no le pertenece: en cuanto lo ha brindado en una obra que nos lo permite contemplar,  le ha sido abducido.  Ya pertenece a aquellos que tenemos el privilegio de poder pensar a partir suyo. Lo que el piense acerca de su trabajo es completamente irrelevante, no responde más que a una de las posibles versiones de lo que en el fondo es ya un mito.  Como saben los mitos no tienen versión original, no pueden tener más que versiones, lecturas acerca de ellos. 

El trabajo de Tomàs es justamente un ejemplo de ese mecanismo que hace que la obra ya no pertenezca a su creador, sino a quienes la contemplan. Cuando hablábamos tenía la sensación de que Tomàs no era consciente del trabajo que había hecho. Yo le hacía entender que, en el fondo, ese trabajo  hablaba de lo que no se podía ver, de que tenía que ser escuchado, sorbido, olido, masticado, y unicamente en última instancia visto, porque el primer nivel de la contemplación práctica de su trabajo, el que la mirada impone,  se veía superado por ese tipo de conexiones a las que nos conduce sin querer. 

Yo me sentí conmovido: se podía haber llamado, en lugar de “Obra Negra”,  “Sombras y alambres”,  que es en el fondo de lo que habla.  Hay diferentes niveles. Uno de ellos sería la línea social: la obra, la construcción, la sombra de obreros, que trabajan en la obra, que obran, a quienes debemos el milagro de esas viguetas que se retuercen.  Y de aquello que luego los arquitectos creen que es su obra, pero que ha sido construida con ladrillos que no han puesto ellos. Tomàs le da importancia a la sombra de esos obreros, que a mi me recuerdan a las sombras que han quedado de la explosión atómica en Hiroshima y Nagasaki, lo que queda impreso de aquellos que estuvieron. Tomàs hace una crónica de eso mismo: de restos, de rastros,  de sombras, de huellas. Hay alguien que trabaja, que deja su sombra. Porque quien hace los edificios, créanme, son las sombras de los obreros, puesto que lo que quedará de ellos será eso: unicamente su sombra.

Viajando hacia esta ciudad releía en el avión la Poética del espacio de Gaston Bachelard, en la que el autor nos propone fijarnos en cualquier cosa, nimia o secundaria,  aparentemente irrelevante,  como podría ser un agujero en la pared, o una grieta. Pensé en las fotografías de Tomàs, y en aquello que a Malcom Lowry le permitía ver su rostro cuando se miraba en la pared, cuando no estaba el espejo. ¡Aquella grieta en la pared era su propia imagen! ¿Qué es lo que pasa cuando no pasa nada?  En el fondo, de lo que hablan los trabajos de Tomàs es de ese residuo que es la sombra de los hechos que suceden cuando no hay ningún hecho del cual hablar. Cuando no ocurre nada. Cuando no hay más que eso: restos, sombras, huellas, rastros. El trabajo de Tomàs nos obliga a fijarnos en detalles aparentemente irrelevantes, en los cuales uno descubre cierto tipo de puertas o trampillas que comunican con lo que la imagen no muestra; que es lo que importa y que no se puede ver. Lo invisible.

Me fascina que llame a su obra “Obra Negra”. No he podido dejar de pensar en Humphrey Bogart, alguien que hacía películas negras, que tenían a su vez que ver con novelas negras, y que podrían remitir a las pinturas de un hombre como Goya,  que hizo pinturas negras. Cuando alguien decide que su obra tiene que ver con lo negro,  en el fondo lo que hace es advertirnos de lo que justamente son zonas de sombra. Nos obliga a enfrentarnos a esa zona de sombra. Hay una zona de sombra, de la nuestra y de las cosas. La parte opaca y negativa, que nos insinúa todo lo que es lo que no está, lo que está agazapado,  lo que se insinúa, y que es donde podríamos encontrar las claves de nuestra propia existencia. Y la de aquellos objetos de los que tuvimos la ingenuidad de pensar que eran tan solo objetos. Este trabajo me hace pensar en los detritos de una realidad de la que nunca hablará ningún titular de prensa, pero que nos insinúan esa otra presencia. La presencia de todo lo otro.  Todo lo que no puede ser dicho ni pensado. Una mera posibilidad.

Jaime Soler ha dicho una cosa muy hermosa y pertinente, que yo quisiera remarcar ahora: esto que ustedes están viendo ahora y que es el trabajo de Tomàs, es una obra. No es una obra artística: es una obra, una obra a secas. Una obra de aquellas que los arquitectos sueñan que tienen bajo su control, y que es una obra que llevan a cabo obreros, aunque acaso toda obra no pueda ser sino cosa de obreros. Me parece muy bien que se reconozca esa dimensión prosaica que es justamente la de alguien que se fija. Lo que ha hecho Tomàs es lo que en Barcelona hacen los jubilados y los gays, que se la pasan el tiempo mirando obreros haciendo obras. Lo que hace Tomàs es poetizar ese gesto elemental de mirar a quienes trabajan, lo que ocurre en la obra. Ahí no hay arquitectos, hay obreros, esos obreros que, como su nombre indica, son quienes justamente hacen la obra, esa obra que el trabajo de Tomas convierte en negra. Porque muestra lo mismo que el cine negro: la ambigüedad.