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Nota para los/las estudiantes de la materia Antropología Urbana del Máster de Artes de la Calle (Fira Tàrrega/Universitat de Lleida), enviada el 23/1/13.
LA LABOR DE LA INCONGRUENCIA
Manuel Delgado
Estoy intentando procurar un introducción a la metodología de la antropología urbana, entendida siempre como una antropología de la vida urbana, o si queréis una antropología de las calles, ese ámbito que estoy insistiendo en presentaros como un inmenso continente todavía no explorado por las ciencias sociales, hecho de toda esa profusión poco menos que infinita de residuos que deja tras de sí la vida social antes de cristalizar y convertirse en no importa qué. La labor de la incongruencia, todo lo inconstante, lo que oscila negándose a quedar fijado. Esta es la idea central que estoy intentando compartir con vosotros/as.
La cuestión, en cualquier caso, ha sido siempre la
misma. ¿Cómo superar la
perplejidad que despierta ese puro acontecer que traspasa y constituye los
espacios públicos? ¿Cómo captar y plasmar luego las formalidades sociales
inéditas, las improvisaciones sobre la marcha, las reglas o códigos
reinterpretados de una forma inagotablemente creativa, el amontonamiento de
acontecimientos, previsibles unos, improbables los otros? ¿Cómo sacar a flote
las lógicas implícitas que se agazapan bajo tal confusión, modelándola? Son
esos asuntos los que han hecho el abordaje de la sociedad pública una de las
cuestiones que más problemas ha planteado a las ciencias sociales, que han
encontrado en ese ámbito uno de esos típicos desequilibrios entre modelos
explicativos idealizados y nuestra competencia real a la hora de representar
–léase reducir– determinadas parcelas de la vida social, sobre todo aquellas en
que, como es el caso de la actividad social que vemos desarrollarse en las
aceras, pueden detectarse altos niveles de complejidad en temblor.
Ello no debería querer
decir que no es posible llevar a cabo observaciones, ni elaborar hipótesis
plausibles que atribuyan a lo observado una estructura, ni tampoco que no sea
viable seguir los pasos que nos permitirían actuar como científicos sociales en
condiciones de formular proposiciones descriptivas, relativas a acontecimientos
que tienen lugar en un tiempo y un espacio determinados, y, a partir de ellas,
generalizaciones tanto empíricas como teóricas que nos permitan constatar
–directa e indirectamente, en cada caso– la existencia de series de fenómenos
asociados entre sí. Lo que se sostiene aquí es que son particularmente agudos
los problemas suscitados a la hora de identificar, definir, clasificar,
describir, comparar y analizar una especie de fenómenos sociales como los que
tienen lugar en espacios públicos. Ahí tenemos lo que, siguiendo a Bourdieu,
cabe reconocer sin duda como un campo social, como red o
configuraciones de relaciones sociales objetivas –polémicas o no– sometidas a
regulaciones tácitas, pactos prácticos y estrategias diferenciadoras.Lo que ocurre es que las
proposiciones y las generalizaciones deben ser aquí, por fuerza, mucho más
modestas y provisionales, pero no como consecuencia de lo que las tradiciones
idealistas han sostenido como una singularidad de la naturaleza humana, sino
porque las organizaciones sociales cuya lógica deberíamos establecer están
sometidas a sacudidas constantes y presentan una formidable tendencia a la
fractalidad.
Curiosamente, esa condición alterada de la vida
pública –que confirma radicalmente la apertura a lo impredecible de las
conductas sociales humanas en general–, lejos de apartarnos del modelo que nos
prestan las ciencias llamadas naturales, hace todavía más pertinente la
adopción de paradigmas heurísticos a ellas asociados, sobre todo a partir de la
atención que los estudiosos de los sistemas activos en general han venido
prestando a las dinámicas disipativas presentes en la naturaleza. Lo que se da
en llamar ciencias duras han sido las que han percibido la importancia de
atender y adaptarse a unidades de análisis que, como las sociedades humanas en
momentos de tránsito o umbral, tienden a conducirse de manera discontinua,
acentral. En la calle, en efecto, siempre pasan cosas, y cada una de
esas cosas equivale a un accidente que desmiente –a veces irrevocablemente– la
univocidad de cualquier forma de convivencia humana, cuando su dislocación y su
fragilidad aparecen más evidentes que de común.
Un objeto de conocimiento como el descrito plantea
problemas ciertamente importantes en orden a su formalización, precisamente por
estar constituido por entidades que mantienen entre sí una relación que es, por
definición, inestable y frágil. Es más, que parecen encontrar en ese temblor
que las afecta el eje paradójico en torno al cual organizarse, por mucho que
siempre sea en precario, provisionalmente. En su pretensión de constituirse en
las ciencias de un tipo determinado de sistema vivo –el constituido por las
relaciones sociales entre seres humanos– la antropología y la sociología han
seguido de manera preferente un modelo que se ha reconocido competente para
analizar configuraciones socioculturales estables o comprometidas en dinámicas
más o menos discernibles de cambio social, realidades humanas cuajadas o que
protagonizan movimientos teleológicos más bien lentos entre estados de relativo
equilibrio. Las ciencias sociales han venido asumiendo la tarea de analizar,
así pues, estructuras, funciones o procesos que de modo alguno podían desmentir
la naturaleza orgánica, integrada y consecuente que se les atribuía.
A pesar de ello, nada impide continuar insistiendo
en la validez de axiomas como los que han venido sosteniendo la gran tradición
de la antropología social europea. De acuerdo con ello, la tarea de la ciencia
social continúa siendo la de explicar, en sentido más
composicional/compositivo que causal del verbo, que se trata de poner de
manifiesto cómo unos hechos –y sus propiedades– están en relación con otros
hechos –y con sus propiedades– y cómo el establecimiento de esa relación entre
hechos y propiedades puede ser reconocido como constituyendo un sistema, por
muy inestable que sea. Las hipótesis remiten a ese objetivo. Otra cosa es que
estemos en condiciones de elaborar leyes, lo que requeriría que estuviésemos dispuestos
a aceptar que cualquier generalización empírica pueda verse –y se vea de hecho–
constantemente alterada en este campo por excepciones que advierten de la
presencia de un orden de fluctuaciones activado y activo en todo momento. Por
otra parte, el en tantas ocasiones denostado principio funcionalista no deja de
encontrar, en ese contexto definido por la presencia de unidades sociales
discretas muy inestables, un ámbito en que reconocer sus virtudes, puesto que
es en la dimensión microsociológica donde puede apreciarse mejor que en otro
sitio no sólo cómo funciona un orden societario, sino el esfuerzo de sus
componentes insividuales por mantenerlo, luchando como pueden contra lo que
súbitamente se ha revelado como la naturaleza quebradiza de toda estructuración
social.